La sonrisa vertical

Mi madre

Mi madre - Georges Bataille

Resumen del libro: "Mi madre" de

La madre podrá parecer a muchos la encarnación misma del Mal, ese Mal que, a fuerza de ser todopoderoso, convierte a quien lo encarna en un dios. Bataille nos convence de que es posible, pese a todo y pese a nosotros mismos, amar al mal, el mal que nos acerca a Dios. El joven Piere va deslizando, pues, entre la angustia y el placer sin límite, en el abismo al que le arrastra su madre, rodeada de sus hermosas y diabólicas amigas Rea, Hansi y Lulú.

Libro Impreso

LA VEJEZ RENUEVA EL TERROR A LO INFINITO. DEVUELVE AL SER AUN SIN TERMINAR AL PRINCIPIO. EL PRINCIPIO QUE AL BORDE DE LA TUMBA ENTREVEO ES EL CERDO QUE EN MI NI LA MUERTE NI EL INSULTO PUEDEN MATAR. EL TERROR AL BORDE DE LA TUMBA ES DIVINO Y ME HUNDO EN EL TERROR QUE ME ENGENDRO.

—¡Pierre!

La palabra había sido pronunciada en voz baja, con insistente suavidad.

¿Alguien en la habitación contigua me había llamado? ¿Tan suavemente como para no despertarme? Pero estaba despierto. ¿Me había despertado del mismo modo que cuando era niño, cuando tenía fiebre, y mi madre me llamaba con esa voz temerosa?

Llamé yo, a mi vez: no había nadie a mi lado, nadie en la habitación contigua.

A la larga comprendí que, mientras dormía, había oído pronunciar mi nombre en sueños y que el sentimiento que me dejaba seguiría siendo inasible para mí.

Estaba hundido en la cama, sin penas ni placer. Sabía únicamente que, durante las enfermedades y las largas fiebres de mi infancia, esta voz me había llamado del mismo modo: entonces, la amenaza de muerte que me rondaba otorgaba a la voz de mi madre aquella suavidad extrema.

Era lento, atento, y lúcidamente me sorprendía no sufrir. Esta vez, el recuerdo de mi madre, hirviente de intimidad ya no me desgarraba. Ya no se mezclaba al horror de aquellas risas escabrosas que con frecuencia había oído.

En 1906, tenía diecisiete años cuando murió mi padre.

Enfermo, había vivido mucho tiempo en un pueblo, en casa de mi abuela, adonde iba a verme a veces mi madre. Pero, por entonces, vivía en París desde hacía tres años. Había comprendido muy pronto que mi padre bebía. Las comidas transcurrían en silencio: alguna vez mi padre empezaba una historia confusa que apenas podía seguir y que mi madre escuchaba sin decir palabra. No terminaba nunca, y se callaba.

Después de cenar, oía con frecuencia desde mi habitación una escena ruidosa, ininteligible para mí, que me dejaba el sentimiento de que habría tenido que acudir en ayuda de mi madre. Desde mi cama, acechaba los estallidos de voces entremezclados con el ruido de muebles derribados. A veces me levantaba y, en el pasillo, esperaba a que el ruido se apaciguara. Un día, se abrió la puerta: vi a mi padre rojo, vacilante, cual un borracho de arrabal, insólito en el lujo de la casa. Mi padre no me hablaba sino con una especie de ternura, con movimientos ciegos, casi pueriles de tanto temblar. Me aterraba. Le sorprendí una vez, atravesando los salones: empujaba con violencia los sillones, y mi madre, semidesnuda, lo rehuía: mi padre, en cambio, no llevaba más que la ropa interior. Alcanzó a mi madre: cayeron juntos gritando. Desaparecí y comprendí entonces que tendría que haberme quedado en mi cuarto. Otro día, extraviado, él abrió la puerta de mi habitación: permaneció en el umbral con una botella en la mano; me vio, y la botella, deslizándose de entre sus dedos, se rompió, y el alcohol inundó el suelo. Le miré, un momento: se cogió la cabeza entre las manos después del innoble ruido de la botella; callaba, pero yo temblaba.

Lo odiaba tan plenamente que le llevaba la contraria por cualquier cosa. En aquella época, pasé a ser tan devoto que llegué a imaginar que un día me metería en un seminario. Mi padre era entonces anticlerical No renuncié al hábito sino cuando murió, con el fin de vivir con mi madre, por quien sentía una arrebatadora adoración. En mi estupidez, creía que mi madre era como pensaba que eran todas las mujeres, que era lo que sólo una vanidad de macho impedía que fuera, o sea muy entregada a la religión. ¿No iba yo los domingos a misa con ella? Mi madre me quería: entre ella y yo había, creo, cierta identidad de pensamiento y sentimientos, que sólo la presencia del intruso, mi padre entorpecía. Yo sufría, es cierto, de las continuas ausencias de mi madre, pero ¿cómo podía oponerme a que ella intentara por todos los medios escapar al ser aborrecido?

Me sorprendía sin duda el que, durante las ausencias de mi padre, ella saliera constantemente. Mi padre hacía largas estancias en Niza donde yo sabía que organizaba juergas, jugaba y bebía como de costumbre. Me habría gustado decirle a mi madre cuánto me alegraba ante la inminencia de sus partidas; con extraña tristeza, mi madre rechazaba toda conversación, pero yo estaba seguro de que ella se alegraba tanto como yo. La última vez se fue a Bretaña, adonde su hermana lo había invitado: mi madre tenía que acompañarle, pero, en el último momento, decidió quedarse. Estaba tan contento a la hora de la cena, con mi padre lejos, que me atreví a comunicar a mi madre mi júbilo por quedarme a solas con ella: con gran sorpresa para mí, ella se mostró encantada, bromeando más que de costumbre.

Yo había crecido. De pronto era un hombre: ella prometió llevarme pronto a un restaurante alegre.

—Parezco aún lo bastante joven como para acompañarte —me dijo—. Pero eres tan guapo que me tomarán por tu amante.

Me reí, porque ella se reía, pero me quedé sin aliento. No podía creer que mi madre hubiese pronunciado la palabra. Me pareció que había bebido.

Jamás me había percatado, hasta entonces, de que mi madre bebía. Muy pronto comprendí que bebía cada día de la misma manera. Pero no tenía esa risa en cascada, ni esa indecente alegría de vivir. Tenía, por el contrario, una triste suavidad, atrayente, que la encerraba en sí misma; tenía la profunda melancolía que yo relacionaba con la maldad de mi padre, y esa melancolía fue la causa de mi dedicación a ella a lo largo de toda mi vida.

Mi madre – Georges Bataille

Georges Bataille. Nacido el 10 de septiembre de 1897 en Billom, Francia, y fallecido el 9 de julio de 1962 en París, fue un escritor, antropólogo y pensador cuya obra trascendió los límites de la literatura convencional. Aunque él mismo rechazaba ser etiquetado como filósofo, su legado como pensador y escritor influyó profundamente en la filosofía, la literatura y el arte del siglo XX.

La infancia de Bataille estuvo marcada por un deseo inicial de convertirse en sacerdote, lo que lo llevó a asistir a un seminario católico. Sin embargo, en 1922, abandonó la fe cristiana y se adentró en un mundo de ideas provocadoras y controvertidas. Para Bataille, los burdeles de París se convirtieron en sus "iglesias" auténticas, un indicio de su inclinación por la transgresión y lo tabú en su obra.

A lo largo de su vida, Bataille desempeñó roles diversos, desde trabajar como bibliotecario hasta fundar publicaciones y grupos de escritores. Su obra abarcó una amplia gama de géneros, incluyendo lecturas, poemas y ensayos que exploraron temas tan variados como el misticismo de la economía, la poesía, la filosofía, las artes y el erotismo. Algunas de sus publicaciones se realizaron bajo seudónimos, y varias fueron censuradas debido a su naturaleza provocativa.

A pesar de que fue relativamente ignorado en su época y despreciado por contemporáneos como Jean-Paul Sartre, Bataille dejó una huella indeleble en la filosofía y la literatura posteriores. Su influencia se hizo evidente en filósofos postestructuralistas como Michel Foucault y Jacques Derrida, así como en escritores como Philippe Sollers. También influyó en el trabajo de filósofos anglosajones notables, como Crispin Sartwell.

Uno de los conceptos centrales en la obra de Bataille es la noción de la transgresión, la exploración de lo tabú y lo prohibido. Fascinado por el sacrificio humano, fundó una sociedad secreta llamada Acéphale (sin cabeza) con el propósito de crear una nueva religión, aunque este intento nunca se materializó completamente.

En resumen, Georges Bataille fue un pensador y escritor provocativo que desafió las convenciones y exploró los límites de la literatura y la filosofía. Su obra, que abarcó temas como el erotismo, el sacrificio y lo sagrado, sigue siendo objeto de estudio y debate en la actualidad, dejando una huella perdurable en la cultura intelectual del siglo XX.