Narración de Arthur Gordon Pym

Resumen del libro: "Narración de Arthur Gordon Pym" de

Probablemente, Narración de Arthur Gordon Pym es la obra de Edgar Allan Poe (1809-1849) que ha suscitado valoraciones más dispares. Los surrealistas han hablado con gran estima de la eficacia evocativa de sus elementos inconscientes (por los que se ha interesado también el psicoanálisis) y los aficionados al realismo mágico elogian tanto el encadenamiento de aventuras que aparecen en la superficie como la corriente subterránea, alegórica y extraña, que las transporta. En cuanto a la abrupta conclusión de la historia, lo más probable es que sea una exigencia de la propia trama; a las puertas del gran misterio, el narrador se ve obligado a callar. «Y este silencio —concluye Julio Cortázar, traductor y prologuista de esta edición— tiñe todo el libro con un horror sagrado, insinúa un sentido ambiguo en cada escena anterior, enriquece misteriosamente el relato y a la vez lo desnuda de su fácil truculencia para dejar entrever detrás de esas matanzas, ese canibalismo, esa exhibición de cadáveres descompuestos, un signo profundo de hombre en lucha consigo mismo o con el destino».

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Prefacio

Hace unos meses, al volver a los Estados Unidos después de una extraordinaria serie de aventuras en los Mares del Sur y otras regiones, cuya crónica se hallará en las páginas que siguen, circunstancias ocasionales me relacionaron con algunos caballeros de Richmond (Virginia), quienes se interesaron sobremanera por todo lo referente a las regiones que había visitado, instándome de continuo —pues lo consideraban mi deber— a que publicara mi narración. Diversas razones, empero, me movían a no hacerlo; algunas eran de naturaleza privada y de mi exclusiva incumbencia, mientras otras no lo eran tanto. Una de las consideraciones que me detenían era el hecho de no haber llevado un diario durante la mayor parte del tiempo en que anduve de viaje, por lo cual temía que me fuera imposible escribir de memoria un relato lo bastante detallado y coherente como para presentar la apariencia de esa verdad que realmente contendría, y en el que sólo se suprimieran las naturales e inevitables exageraciones en que incurren aquellos que han pasado por episodios capaces de excitar poderosamente las facultades imaginativas. Otra de mis razones consistía en que los incidentes que debía narrar eran de un carácter tan absolutamente maravilloso que, sin tener pruebas de ellos (si se exceptúa el testimonio de un solo individuo, mestizo de indio), apenas podía esperar credulidad por parte de mi familia y de aquellos entre mis amigos que nunca perdieron la fe en mi veracidad; en cuanto al público en general, lo más probable era que considerara mi historia como una ficción tan descarada como ingeniosa. Pero una de mis razones principales para no seguir el consejo de mis amigos residía en la desconfianza que me inspiraba mi capacidad de escritor.

Entre los aludidos caballeros de Virginia que tanto se habían interesado en mis afirmaciones, y especialmente en la parte referente al océano Antártico, se encontraba Mr. Poe, quien dirigía en aquellos días el Southern Literary Messenger, revista mensual de Richmond publicada por Mr. Thomas W. White. Fue él quien, conjuntamente con otros amigos, me urgió insistentemente a que preparara una crónica completa de lo que había visto y padecido, y que la confiara a la sagacidad y al sentido común del público, insistiendo plausiblemente en que toda imperfección formal de mi libro, si las hubiera, no haría más que reforzar la impresión de veracidad del relato.

A pesar de estas observaciones no me decidí a llevar a cabo lo que se me sugería. Al ver que dejaba las cosas como estaban, Mr. Poe me propuso entonces que lo autorizara a escribir un relato de la primera parte de mis aventuras, basándose en los hechos que le había referido, y a publicarla en el Southern Messenger como si se tratara de una ficción. No me opuse a esto, estipulando tan sólo que no se daría a conocer mi verdadero nombre. Fue así como la pretendida ficción se publicó en dos números del Messenger —enero y febrero de 1837—, y, a fin de que nadie tuviera la menor duda de que se trataba de una obra imaginaria, el nombre de Mr. Poe quedó incorporado a las dos partes en el índice de la revista.

La forma en que fue recibida esta ruse me ha decidido al fin a emprender una compilación y publicación regular de las aventuras aludidas; a pesar del tono de ficción tan ingeniosamente impreso a las partes publicadas por el Messenger —por cierto que sin alterar o deformar el menor hecho—, el público no se mostró dispuesto a recibirlas como una obra de imaginación, y Mr. Poe recibió numerosas cartas que expresaban claramente una convicción en contrario. Deduje, pues, que los hechos contenidos en mi narración eran de naturaleza tal que contenían en sí mismos la prueba suficiente de su autenticidad, y que, por lo tanto, poco debía temer desde el punto de vista de la incredulidad del público.

Dicho esto, inmediatamente se advertirá en lo que sigue la porción que me corresponde como autor; quede entendido, sin embargo, que no se ha alterado ningún hecho en las primeras páginas escritas por Mr. Poe. Incluso los lectores que no las leyeron en el Messenger notarán dónde terminan éstas y comienzan las mías; las diferencias de estilo son de las que se advierten en seguida.

A. G. PYM

Nueva York, julio de 1838.

Narración de Arthur Gordon Pym – Edgar Allan Poe

Edgar Allan Poe. (Boston, Estados Unidos, 19 de enero de 1809 – Baltimore, Estados Unidos, 7 de octubre de 1849). Fue un escritor, poeta, crítico y periodista romántico, generalmente reconocido como uno de los maestros universales del relato corto, del cual fue uno de los primeros practicantes en su país. Fue renovador de la novela gótica, recordado especialmente por sus cuentos de terror. Considerado el inventor del relato detectivesco, contribuyó asimismo con varias obras al género emergente de la ciencia ficción. Por otra parte, fue el primer escritor estadounidense de renombre que intentó hacer de la escritura su modus vivendi, lo que tuvo para él lamentables consecuencias.

Edgar Allan Poe era hijo de Elizabeth Arlold Poe y David Poe, actores ambulantes de teatro, quienes lo dejaron huérfano a los dos años. Fue educado por John Allan, un acaudalado hombre de negocios de Richmond, y de 1815 a 1820 vivió con éste y su esposa en el Reino Unido, donde comenzó su educación.

Los Allan acogieron al niño, pero nunca lo adoptaron formalmente aunque le dieron el nombre de «Edgar Allan Poe». Después de regresar a los Estados Unidos, Edgar Allan Poe siguió estudiando en centros privados y asistió a la Universidad de Virginia, pero en 1827 su afición al juego y a la bebida le acarreó la expulsión. Abandonó poco después el puesto de empleado que le había asignado su padre adoptivo, y viajó a Boston, donde publicó anónimamente su primer libro, Tamerlán y otros poemas. Se enroló luego en el ejército, en el que permaneció dos años. En 1829 apareció su segundo libro de poemas, Al Aaraf, y obtuvo, por influencia de su padre adoptivo, un cargo en la Academia Militar de West Point, de la que a los pocos meses fue expulsado por negligencia en el cumplimiento del deber.

La miseria y el hambre lo acompañaron, por motivos económicos pronto dirigió sus esfuerzos a la prosa, escribiendo relatos y crítica literaria para algunos periódicos de la época; llegó a adquirir cierta notoriedad por su estilo cáustico y elegante. Debido a su trabajo, vivió en varias ciudades: Baltimore, Filadelfia y Nueva York. En Baltimore, en 1835, contrajo matrimonio con su prima Virginia Clemm, que contaba a la sazón 13 años de edad. En enero de 1845, publicó un poema que le haría célebre: El cuervo. Su mujer murió de tuberculosis dos años más tarde. Aún hundido en la desolación, el autor terminó, en 1849, el poema Eureka. Con la muerte de Virginia, la vida de Poe se vino abajo. En octubre de 1849 fue hallado semiconsciente tirado en la calle. Llevaba puestas ropas harapientas que ni siquiera eran suyas. Fue ingresado en el hospital y cuatro días más tarde falleció. Sus últimas palabras fueron «que dios ayude a mi pobre alma».