Nochebuena

Nochebuena - Nikolái Gógol - Relato Fantástico

Resumen del libro: "Nochebuena" de

Noche antes de Navidad en la idílica aldea ucraniana de Dikanka. La kutiá y el vodka ya están en la mesa, y los jóvenes van de puerta en puerta cantando las koliadki. Todo está listo para la Nochebuena, pero el diablo hará de las suyas… Decide robar la luna, dejando así la aldea a oscuras. Las estrellas iluminarán una historia de amor que comienza. Gógol vuelve a mostrarnos su capacidad e ingenio para deleitarnos con una bella historia popular que, en realidad, es una radiografía de las clases sociales en la Rusia zarista, a la vez que critica la superstición y calibra la moralidad de los altos estamentos y de las jerarquías eclesiásticas.

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El último día antes de Navidad había acabado. Llegó clara la noche de invierno. Salieron las estrellas. Se alzó grandiosa la luna en el cielo para iluminar a las buenas gentes y a todo el mundo, para que todos disfrutaran de salir a cantar koliadki y a alabar a Cristo. El frío era más helador que el de la mañana; sin embargo, había tal calma que el crujido del hielo bajo una bota podía oírse a media versta. Bajo las ventanas de las cabañas no había aparecido todavía ningún grupo de mozos; la luna sólo echaba miradas a escondidas, como si así invitara a las mozas engalanadas a salir cuanto antes a la crujiente nieve. Y he aquí que por la chimenea de una cabaña empezó a salir un humo denso, a bocanadas, y avanzó por el cielo como un nubarrón. Y junto con el humo subió una bruja en su escoba.

Si en ese momento hubiera pasado el delegado de Soróchintsy en una troika de caballos comunales, en gorro con cintillo de piel de cordero hecho a la manera de los ulanos, en zamarra azul forrada de astracán negro, con un zurriago diabólicamente tejido con el que tiene la costumbre de apremiar a su cochero, pues seguramente habría reparado en ella, porque no hay bruja en el mundo que se le escape al delegado de Soróchintsy. De cada mujer se sabe al dedillo cuántos gorrinos le pare una cerda, cuántas telas tiene en el arcón y qué prendas de ropa o enseres empeña un buen hombre el domingo en el figón. Pero el delegado de Soróchintsy no pasó por allí, además, qué más le dan a él los asuntos de los demás, si ya tiene su propio vólost del que ocuparse. Y, entre tanto, la bruja había subido tanto que sólo era una manchita negra volando bien arriba. Pero apareciera donde apareciera la manchita, las estrellas, una tras otra, se perdían en el cielo. Muy pronto la bruja las había acumulado a manos llenas. Tres o cuatro seguían brillando. De pronto, desde el lado opuesto apareció otra manchita, creció, empezó a extenderse y ya no fue más una manchita. Un corto de vista, aunque se hubiera puesto en la nariz las ruedas de la carreta del comisario en lugar de gafas, aun así tampoco habría distinguido qué era aquello. Por delante era un completo alemán: una jeta estrechita, que giraba continuamente y olfateaba todo lo que se encontraba, acabada, igual que la de nuestros cerdos, en un hocico redondito; las patas eran tan finitas que si el principal de Yareski las hubiera tenido así, se las habría partido al primer kozachok. Sin embargo, por detrás era un auténtico letrado de provincias en casaca de gala, porque le colgaba un rabo tan puntiagudo y largo como las faldillas de las casacas de ahora; quizá si acaso por la barba de chivo debajo del hocico, por unos pequeños cuernos que le sobresalían en la cabeza y que todo él no estaba más blanco que un deshollinador podía adivinarse que no era ni un alemán ni un letrado de provincias, sino un simple diablo al que le quedaba una última noche para corretear por el mundo y enseñar a pecar a las buenas gentes. Mañana mismo, con las primeras campanas para la misa del alba, saldría corriendo sin mirar atrás, con el rabo entre las piernas, directo a su cubil.

Mientras, el diablo se iba acercando despacito a la luna y ya había empezado a alargar el brazo para atraparla, cuando, de pronto, lo apartó, como si se hubiera quemado; se lamió los dedos, sacudió una pierna y corrió hacia el otro lado, y otra vez retrocedió de un salto y apartó la mano. Sin embargo, a pesar de estos primeros reveses, el astuto diablo no cejó en sus travesuras. Una vez que logró acercarse corriendo, agarró de pronto con ambas manos la luna, entre aspavientos y soplidos, y se la lanzó varias veces de una mano a otra, como un aldeano que ha cogido con las manos desnudas el fuego para su pipa; por fin la escondió a toda prisa en el bolsillo y, como si nada, siguió su camino.

En Dikanka nadie sintió cómo el diablo robaba la luna. En verdad, el escriba del vólost, que salía a cuatro patas del figón, vio a la luna bailando sin ton ni son en el cielo y se lo juró y rejuró a toda la aldea; pero los legos meneaban la cabeza e incluso se burlaban de él. Aunque ¿cuál era la razón que llevó al diablo a ese hecho tan desordenado? Pues ésta es: sabía que al rico cosaco Chub lo había invitado el salmista a kutiá y que allí estarían: el principal; un pariente del salmista llegado del coro episcopal, vestido con levita azul clara y que se había hecho con el bajo más grave; el cosaco Sverbyguz y alguno más; y donde, aparte de la kutiá, iba a haber vodka especiado, vodka destilado con azafrán y vituallas de todo tipo. Y, mientras, su hija, la más bella de toda la aldea, se quedaría en casa y a ver a la hija iría, seguro, el herrero, un buen mozo, fortachón como ninguno y que al diablo le resultaba más desagradable que los sermones del padre Kondrat. En el tiempo ocioso de su trabajo el herrero se dedicaba a la pintura y tenía fama de ser el mejor pincel de los alrededores. El propio sótnik L***ko, que por entonces todavía vivía, lo había llamado a propósito a Poltava para que decorara la cerca de madera de su casa. Todas las fuentes en las que los cosacos de Dikanka tomaban sopa debían su decoración al herrero. Éste era un hombre temeroso de Dios y solía pintar imágenes de santos y todavía hoy se puede encontrar en la iglesia de T*** a su evangelista Lucas. Pero el triunfo de su arte era un cuadro pintado en el muro de la iglesia, en el atrio derecho, en el que había representado a san Pedro en el día del Juicio Final, con las llaves en la mano y expulsando del infierno a un espíritu maligno; el asustado diablo corría de un lado para otro, presintiendo su ruina, mientras los pecadores antes cautivos lo golpeaban y acosaban con látigos, con leños y con todo lo que tuvieran a mano. En esa época, cuando el pintor se afanaba en este cuadro y lo pintaba en una tabla grande de madera, el diablo intentó impedírselo con todas sus fuerzas: invisible, le empujaba el brazo, sacaba ceniza de la fragua y la espolvoreaba por el cuadro; pero, a pesar de todo, el trabajo llegó a su fin, la tabla se llevó al interior de la iglesia y se encajó en el muro del atrio y, entonces, el diablo juró vengarse del herrero.

Sólo le quedaba una noche para corretear por el mundo, pero esa noche había encontrado cómo descargar su cólera contra el herrero. Y para eso había decidido robar la luna, con la esperanza puesta en la pereza y poca disposición para moverse del viejo Chub, su isba no estaba tan cerca de la del salmista: el camino iba por detrás de la aldea, junto a los molinos, junto al cementerio, rodeaba un barranco… Todavía en una noche con luna el vodka especiado y el de azafrán podían tentar a Chub, pero con tal oscuridad era poco probable que alguien consiguiera bajarlo del horno y arrastrarlo fuera de la cabaña. Y el herrero, que desde tiempo atrás estaba reñido con él, por nada del mundo osaría ir a ver a la hija en su presencia, a pesar de su fuerza.

De esta forma, en cuanto el diablo se hubo escondido la luna en el bolsillo, al momento el mundo se hizo tan oscuro que no todos habrían encontrado ya no el camino a casa del salmista, sino siquiera el del figón. La bruja, encontrándose de pronto a oscuras, lanzó un grito. Y entonces el diablo, que se había acercado obsequioso, la arrastró del brazo y se puso a susurrarle al oído lo mismo que siempre se le susurra a todo género femenino. ¡Nuestro mundo está organizado de una forma extraña! No importa qué es lo que viva en él, que todos se esforzarán por adquirir y remedar al otro. En otro tiempo, el juez y el alcalde de Mírgorod solían andar en invierno con una zamarra cubierta de paño, mientras que los funcionarios menores la llevaban sin nada. Bueno, pues ahora el delegado y el juez de apeo habían terminado de embrearse unos abrigos nuevos de piel de astracán de Reshetílovka con envoltorio de paño. Ya es el tercer año que el oficinista y el escriba del vólost se han hecho con seda burda de color azul de seis grivnas el arshín. El sacristán se ha hecho unos pantalones abombados de nanquín para el verano y un chaleco de estambre listado. En una palabra: ¡todos quieren ser alguien! ¡Cuándo dejarán de ser hueros! Y, sin embargo, podría apostarse que a muchos les parecerá sorprendente ver al diablo permitiéndose hacer las mismas cosas. Lo más enojoso de todo es que seguro que él se imagina que es un buen mozo, y resulta que tiene una figura que… vergüenza da mirarla. El hocico, como dice Foma Grigórievich, es una abominación abominable, sin embargo, ¡bien que hace la corte! Pero en el cielo y debajo del cielo había tal oscuridad que ya no se podía ver nada de lo que ocurrió a continuación entre ellos.

—Así que, compadre, ¿todavía no has estado en la cabaña nueva del salmista? —decía el cosaco Chub, saliendo por la puerta de su isba, a un aldeano flaco y alto en zamarra corta y cubierto de barba, lo que demostraba que hacía más de dos semanas que no la rozaba el fragmento de hoz con que los aldeanos se afeitan normalmente la barba ante la ausencia de navaja—. ¡Pues ahora va a haber allí una buena borrachería! —continuó Chub con una sonrisa de las que dejan los dientes al descubierto—. Así que más vale que no lleguemos tarde.

Con las mismas, Chub se colocó bien el cinturón que le ceñía la zamarra, se caló bien el gorro y sujetó con fuerza el látigo —para asustar y amenazar a los perros latosos—, pero, tras echar un vistazo a las alturas, se paró…

Nochebuena – Nikolái Gógol

Nikolái Gógol. Es un escritor ucraniano en lengua rusa nacido en Soróchintsi el 1 de abril de 1809 y fallecido en Moscú el 4 de marzo de 1852. Es considerado como uno de los máximos exponentes de la literatura rusa del siglo XIX a pesar de que, por educación y cultura, podría ser considerado ucraniano. Perteneciente a una familia de la baja nobleza rural, Gógol se trasladó a San Petersburgo en 1828, donde entabló amistad con Aleksandr Pushkin. En la misma ciudad impartió clases de historia en la Universidad. Su comedia El Inspector (1836) lo convertiría en un autor popular, aunque debido al tono de la obra decidió trasladarse a Italia. Durante los cinco años que pasó en Europa occidental escribió la obra Almas muertas (1842), que es considerada por la crítica como la primera novela rusa moderna, y que al parecer responde a una idea planteada a Gógol por Pushkin.

En los últimos años de su vida abandonó totalmente la literatura para concentrarse en la religión, lo que le llevó a quemar la segunda parte de Almas muertas diez días antes de su muerte, aunque algunas páginas fueron salvadas y publicadas posteriormente.