Parzival

Parzival - Wolfram von Eschenbach

Resumen del libro: "Parzival" de

Junto con el Fausto de Goethe y el Cantar de los Nibelungos, el Parzival (ca. 1220) de Wolfram von Eschenbach es uno de los principales mitos de la cultura alemana. Del interés que suscitó en su tiempo nos hablan los más de 80 manuscritos conservados, algo inaudito para una obra de esa época. Un interés que no ha dejado de aumentar con los años, suscitando una ingente bibliografía que, sin olvidar la famosa ópera de Wagner, ha tratado de esclarecer de diferentes maneras los numerosos misterios que esta obra guarda tan celosamente.
Von Eschenbach no sólo completa y desarrolla con mayor profundidad la historia inacabada que dejó Chrétien de Troyes a finales del siglo XII, sino que introduce una enigmática transformación simbólica que afecta a todo el sentido de la leyenda: el Grial ya no es una copa de efectos maravillosos, ni el cáliz de la Última Cena, sino una piedra mágica caída de la corona de Lucifer en el momento de su derrota, que proporciona todos los alimentos deseados. La ampliación del argumento y de la geografía, la nueva complejidad de sus personajes y del tema hacen de Parzival uno de los grandes poemas épicos de la Edad Media y quizá de todos los tiempos.

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Si la duda anida en la vecindad del corazón, habrá de nacer amargura en el alma. Si se unen, como los dos colores de la urraca, el valor intrépido del hombre y su contrario, todo será a un tiempo laudable y deshonroso. Quien duda puede estar contento, pues el cielo y el infierno forman parte de él. El inconstante está teñido de negro y termina en el negro color del infierno. En cambio, quien se rige por la constancia se guía por el luminoso color del cielo.

Este alado ejemplo de la urraca parecerá demasiado precipitado a los necios, pues no captan su verdadero sentido: se les escapa como una liebre asustada. Sucede como con el espejo y la falsa imagen del mundo que tiene el ciego: ofrecen una imagen fugaz, sin nada detrás. Su turbia luz es inconstante y causa una efímera alegría. Quien me quisiera afeitar la palma de la mano, donde nunca ha crecido un cabello, tendría que hacerlo desde muy cerca y ser muy avispado. Si entonces gritara yo de miedo «¡ay!», eso reflejaría cuál es mi inteligencia. ¿Quiero encontrar la fidelidad precisamente allí donde ésta puede desaparecer, como el fuego en la fuente y el rocío en el sol?

Aún no he conocido a un hombre juicioso que no quisiera saber qué sentido profundo tiene esta historia y qué buena doctrina ofrece. La historia, al igual que un buen caballero en un torneo, no dejará de huir y perseguir, retirarse y atacar. A quien domina estas suertes su entendimiento le ha guiado bien. No se quedará sentado, ni errará el camino, ni acertará a desenvolverse bien en cualquier otro lugar del mundo. El ánimo desleal con el prójimo conduce al fuego del infierno y destruye toda buena fama como si fuera granizo. La confianza que ofrece ese ánimo tiene una cola tan corta que no puede evitar la tercera picadura cuando los tábanos caen sobre ella en el bosque.

Estas distinciones no sólo van destinadas al varón. A las mujeres les fijo las siguientes metas: la que quiera oír mi consejo tiene que saber a quién dirige su alabanza y su honra, y a quién ofrece después su amor y su virtud, para que más tarde no se arrepienta de su castidad y fidelidad. Pido a Dios que las mujeres honradas sigan siempre la justa medida. La castidad es la corona de todas las virtudes. No necesito pedir para ellas mayor felicidad.

La mujer falsa consigue un falso prestigio. ¿Cuánto dura una fina capa de hielo cuando recibe el sol de agosto? Con la misma premura se desvanecerá el prestigio. La belleza de muchas mujeres es celebrada por doquier. Pero si su corazón es falso, comparo su valor con el de unos añicos de vidrio engastados en oro. Y, al contrarío, no tengo por ninguna menudencia el que alguien engaste un noble rubí en humilde latón con todos sus misteriosos poderes mágicos. Con esto último comparo a la verdadera mujer. Si ella hace justicia a su feminidad, no la juzgaré ni por su color externo ni por la envoltura visible de su corazón. Si tiene un noble corazón dentro de su pecho, no se le negará el premio de un inmaculado prestigio.

Parzival – Wolfram von Eschenbach

Wolfram von Eschenbach. Un caballero y poeta alemán, brilló en el siglo XII con su genio lírico y épico. Nacido en Eschenbach, posiblemente a fines del siglo, en Baviera, fue un trovador influyente de su tiempo. Aunque no se sabe si dominaba la lectura y escritura, su talento para la poesía trascendió cualquier limitación.

Se dice que Wolfram formó parte de la corte de Hermann de Turingia y pasó gran parte de su vida en Ansbach. Su legado perdura en su ciudad natal, que adoptó su nombre en 1917 y le honró con un monumento.

A pesar de su posible analfabetismo, Wolfram dejó una marca duradera como trovador y minnesänger, contribuyendo a la leyenda de Parzival. Era un cóctel singular de caballero, poeta, monje y guerrero, personificando lo diverso de la vida. Sus obras tempranas se agruparon en el fráncico oriental.

En su logro cumbre, "Parzival", plasmó su genialidad en el castillo de Wartburg, completándolo en 1215. Su legado como trovador medieval se une a Walther von der Vogelweide y Heinrich Tannhäuser. Richard Wagner halló inspiración en sus obras para crear "Parsifal" y "Tannhäuser".

Aparte de "Parzival", sus épicos inacabados, como "Titurel" y "Willehalm", agregan a su aura. También incursionó en poesía cortesana, contribuyendo al rico tejido literario medieval en Alemania.