Pedro y el Capitán

Pedro y el Capitán - Mario Benedetti - Teatro

Resumen del libro: "Pedro y el Capitán" de

Pedro y el Capitán, que ha conmocionado al mundo por su crudeza y realismo, es una denuncia contra la tortura (una de las peores ignominias que practican los mecanismos del poder) y una defensa esperanzadora de la dignidad y de los derechos humanos. Pedro es un preso político. Durante su encierro es acosado y torturado física y psicológicamente por el capitán. Enfrentados por causas contrarias en una batalla desigual, la víctima y el verdugo habrán de confirmar que hay valores eternos que ninguna fuerza represiva puede borrar.

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Prólogo

El tema de Pedro y el Capitán lo pensé inicialmente como una novela, e incluso le había puesto título: El cepo. Recuerdo que en un reportaje que en 1974 me hizo el crítico uruguayo Jorge Ruffinelli, como él me preguntara sobre mis proyectos literarios de entonces, le hablé justamente de una eventual futura novela, llamada El cepo, y le dije, más o menos: «Va a ser una larga conversación entre un torturador y un torturado, en la que la tortura no estará presente como tal, aunque sí como la gran sombra que pesa sobre el diálogo. Pienso tomar al torturador y al torturado no sólo en la prisión o en el cuartel, sino mezclados con la vida particular de cada uno.» Bueno, pues eso es en realidad Pedro y el Capitán.

Yo definiría la pieza como una indagación dramática en la psicología de un torturador. Algo así como la respuesta a por qué, mediante qué proceso, un ser normal puede convertirse en un torturador. Ahora bien, aunque la tortura es, evidentemente, el tema de la obra, como hecho físico no figura en la escena. Siempre he creído que, como tema artístico, la tortura puede tener cabida en la literatura o el cine, pero en el teatro se convierte en una agresión demasiado directa al espectador y, en consecuencia, pierde mucho de su posibilidad removedora. En cambio, cuando la tortura es una presencia infamante, pero indirecta, el espectador mantiene una mayor objetividad, esencial para juzgar cualquier proceso de degradación del ser humano.

La obra no es el enfrentamiento de un monstruo y un santo, sino de dos hombres, dos seres de carne y hueso, ambos con zonas de vulnerabilidad y de resistencia. La distancia entre uno y otro es, sobre todo, ideológica, y es quizá ahí donde está la clave para otras diferencias, que abarcan la moral, el ánimo, la sensibilidad ante el dolor humano, el complejo trayecto que media entre el coraje y la cobardía, la poca o mucha capacidad de sacrificio, la brecha entre traición y lealtad.

Otro aspecto a destacar es que la obra, de alguna manera, propone una relación torturador-torturado, que, aunque ha sido escasamente tocada por el teatro, se da frecuentemente en el ámbito de la verdadera represión, por lo menos en la que se practica en el Cono Sur. En Pedro y el Capitán los cuatro actos son meros intermedios, treguas entre tortura y tortura, son los breves períodos en que el interrogador «bueno» recibe al detenido, que ha sido previa y brutalmente torturado, y, en consecuencia, es de presumir que tiene las defensas bajas.

El torturado puede no ser sólo una víctima indefensa, condenada a la inevitable derrota o a la delación. También puede ser (y la historia reciente demuestra que miles de luchadores políticos la han encarado así) un hombre que derrota al poder aparentemente omnímodo, un hombre que usa su silencio casi como un escudo y su negativa casi como un arma, un hombre que prefiere la muerte a la traición. Pero aún para sostener esa actitud digna, entera, insobornable, el preso debe fabricarse sus propias verosímiles defensas y convencerse a sí mismo de su inexpugnabilidad. Cuando Pedro inventa la metáfora de que en realidad ya es un muerto, está sobre todo inventando una trinchera, un baluarte tras el cual resguardar su lealtad a sus compañeros y a su causa. En la obra hay dos procesos que se cruzan: el del militar que se ha transformado de «buen muchacho» en verdugo; el del preso que ha pasado de simple hombre común a mártir consciente. Pero quizá la verdadera tensión dramática no se dé en el diálogo sino en el interior de uno de los personajes: el Capitán.

No he querido representar en el preso a un militante de uno u otro sector político. La durísima represión ha abarcado virtualmente todo el espectro de la izquierda uruguaya, y hasta ha alcanzado a otros sectores de oposición, como pueden ser la Iglesia o los partidos tradicionales. Pedro es simplemente un preso político de izquierda que no delata a nadie, y que de algún modo humilla a su interrogador, venciéndolo mientras agoniza. Cada uno de los cuatro actos concluye con un no.

De más está decir que, aun en medio de la derrota que hoy sobrellevamos, no estoy por una literatura —y menos por un teatro— derrotista y lloriqueante, destinados a inspirar lástima y conmiseración. Tenemos que recuperar la objetividad, como una de las formas de recuperar la verdad, y tenemos que recuperar la verdad como una de las formas de merecer la victoria.

Mario Benedetti (1979)

Pedro y el Capitán – Mario Benedetti

Mario Benedetti (Paso de los Toros, 1920 – Montevideo, 2009), cuyo nombre completo era Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia, fue un destacado poeta, novelista, dramaturgo, cuentista y crítico, y, junto con Juan Carlos Onetti, la figura más relevante de la literatura uruguaya de la segunda mitad del siglo XX. En 2001 recibió el Premio Iberoamericano José Martí en reconocimiento a toda su obra. Fue profesor de literatura en su país, donde colaboró en el semanario Marcha. En los años setenta sufrió exilio en Buenos Aires, Lima, La Habana y España, residiendo alternativamente, en Madrid y Montevideo. Desarrolló una intensa actividad en el periodismo y en recitales poético-musicales junto a intérpretes como Nacha Guevara y Juan Manuel Serrat.

Ha cultivado todos los géneros, con iniciación en la poesía en libros como Poemas de oficina (1956), de tono cotidiano y existencial. Con los cuentos Montevideanos (1960) incursionó en el realismo, asociado al costumbrismo, centrado en las clases modestas de la ciudad. En 1960 ensayó la crítica político-social con El país de la cola de paja. Sus novelas La tregua (1960) y Gracias por el fuego (1965) amplían el realismo a la observación de vicios sociales de la clases media y la sociedad de consumo. Luego, su narrativa se politizó en favor de las opciones de la guerrilla urbana con El cumpleaños de Juan Angel (1971) y Primavera con una esquina rota (1982), incorporando el tema del exilio y el retorno en La casa y el ladrillo (1977), Vientos del exilio (1982), Geografías (1984) y Las soledades de Babel (1991). Su obra de teatro Pedro y el capitán (1979) aborda la problemática moral de la tortura. Recogió su tarea crítica en varias misceláneas, como Letras del continente mestizo, De artes y oficios, El desexilio y otras conjeturas y Crítica cómplice, así como la evocación autobiográfica en La borra del café. Recibió numerosos galardones, entre los que destacan el Premio Jristo Botev de Bulgaria (1986), el Premio Llama de Oro de Amnistía Internacional (1987), la Medalla Haydeé Santamaría de Cuba (1989), el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1999) y la Condecoración Francisco de Miranda venezolana (2007).