Remedios de amor

Remedios de amor - Ovidio - Poesía

Resumen del libro: "Remedios de amor" de

Cuando en el año 8 d.C. Ovidio recibe de parte de Augusto la orden terminante de marchar desterrado a Tomis, en las riberas del Mar Negro, el poeta deja atrás no sólo sus magnas «Metamorfosis», sino también una amplia producción de contenido amoroso, fiel reflejo de su talante vitalista y acorde con el signo de su tiempo, de la que forman parte las dos obras que se incluyen en este volumen: «Arte de amar»y «Remedios de amor». Completo manual de seducción dirigido a hombres y mujeres que tiene la finalidad -con el apoyo de la propia experiencia del autor- de servir de pauta a lo largo de todo el proceso de enamoramiento -desde lograr el objeto de amor deseado y mantenerlo hasta su olvido definitivo-, estas dos obras son asimismo un marco de referencia obligado para entender el desarrollo del género poético de la didáctica en la literatura antigua.

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Habiendo leído el Amor el título de esta obra, dijo: «Es la guerra, lo veo, es la guerra con lo que se me amenaza.» ¡Oh Cupido!, no achaques semejante maldad al poeta que, sumiso a tus órdenes, enarboló en cien ocasiones el estandarte que le habías confiado.

Yo no soy aquel Diomedes, cuya lanza hirió a tu madre, cuando los caballos de Marte la arrebataban a las etéreas regiones. Otros jóvenes no se abrasan a todas horas en tu fuego; mas yo amé siempre, y si me preguntas mi actual ocupación, te diré que es la de amar. Hay más: enseñé el arte de obtener tus mercedes y sometí al dictado de la razón lo que antes fue un ímpetu ciego. No te soy desleal, amado niño; no desautorizo mis lecciones, ni mi nueva Musa destruye su antigua labor. El amante recompensado, ebrio de felicidad, gócese y aproveche el viento favorable a su navegación; mas el que soporta a regañadientes el imperio de una indigna mujer, busque la salud acogiéndose a las reglas que prescribo. ¿Por qué algún amador se echa un lazo al cuello y suspende de alta viga la triste carga de su cuerpo, o ensangrienta sus entrañas con el hierro homicida? Tú deseas la paz y miras las muertes con horror. El que ha de perecer víctima de pasión contrariada, si no se sobrepone a ella, cese de amar, y así no habrás ocasionado a nadie la perdición. Eres un niño, y nada te sienta tan bien como los juegos; juega, pues, ya que las diversiones son propias de tus años. Podrías lanzarte a la guerra armado de agudas flechas, pero tus armas jamás se tiñen en la sangre del vencido. Marte, tu padre, pelee con la espada o la aguda lanza, y vuelva del combate vencedor y ensangrentado con la atroz carnicería. Tú cultivas las artes poco peligrosas de Venus, por cuyos dardos ninguna madre quedó huérfana de su hijo. Haz que caiga hecha pedazos una puerta al rigor de las contiendas nocturnas, y que otra se adorne con multitud de guirnaldas. Encubre las citas secretas de los mozos y sus tímidas amantes, y permite que con cualquier estratagema burlen a un marido receloso. Que el enamorado dirija ya tiernas súplicas, ya violentas imprecaciones, y cante, si se le niega la entrada, en tono quejumbroso. Te bastan las lágrimas que obligas a verter, sin que te reprochen ninguna muerte, y tu antorcha no merece alumbrar el horror de la pira. Así dije, el Amor batió sus alas cuajadas de oro y piedras preciosas, y respondióme: «Termina la obra comenzada. »
Acudid a mis lecciones, jóvenes burlados que encontrasteis en el amor tristísimos desencantos. Yo os enseñaré a sanar de vuestras dolencias, como os enseñé a amar, y la misma mano que os causó la herida os dará la salud. La misma tierra alimenta hierbas saludables y nocivas, y a menudo la ortiga crece junto a la rosa. La lanza de Aquiles sanó la herida que ella misma infirió al hijo de Hércules.

Cuanto advierto a los mancebos, creed que lo digo también a las muchachas; doy armas a las dos partes contrarias. Si entre mis preceptos se desliza alguno que no convenga a vuestro modo de ser, a lo menos os servirá de provechoso ejemplo. El fin que me propongo es de suma utilidad: extinguir las llamas crueles y libertar los corazones que gimen en vergonzosa esclavitud.

Filis hubiese vivido a ser yo su maestro, y si descendió nueve veces a orillas del mar, hubiera vuelto otras tantas, o más todavía; Dido, a punto de morir, no habría visto desde la alto de su palacio cómo la flota de los troyanos daba las velas al viento, ni la desesperación hubiese armado contra el fruto de sus entrañas a la madre cruel que se vengó de su esposo en la sangre de los comunes hijos.

Gracias a mi arte, Terco, tan apasionado por Filomena, no habría por su crimen merecido convertirse en ave. Sea mi alumna Pasífae, y dejará de amar al toro; séalo Fedra, y ahogará su pasión incestuosa.

Entrégame a Paris, y Menelao será dueño de Helena, y Pérgamo no caerá vencida por la hueste de los Dánaos. Si la infame Escila alcanzase a leer mis libros, ¡oh Niso!, no despojará tu cabeza de los cabellos de púrpura que la ornaban. Mortales, oíd mis advertencias; siendo yo el piloto, la barca llegará incólume al puerto. Debisteis leer a Nasón cuando comenzasteis a amar, y al mismo Nasón debéis leer ahora. Como defensor público, quiero libertar al que gime en la esclavitud; cada cual secunde los esfuerzos que hago por su salvación. ¡Oh Febo, inventor de la poesía y la Medicina!, yo te invoco al principio de mi empresa; ciñe mis sienes de laureles, ven y socorre al que escribe como poeta y como médico, pues las dos artes están bajo tu divina tutela.

Si te arrepientes cuando aún no has entregado del todo tu corazón, entonces será el momento de detener los primeros pasos; destruye los gérmenes recientes de la súbita enfermedad, y que desde el principio de la carrera tu caballo se resista a pasar adelante. Todo cobra fuerzas con el tiempo: el tiempo madura los racimos y convierte la hierba en altas espigas; el árbol que ofrece a los paseantes opaca sombra, al tiempo que se plantó fue una débil vara que podía arrancarse de la tierra con las manos; ahora ha cobrado fuerzas y resiste con sus vigorosas raíces. Que un examen rápido y certero te dé a conocer el objeto de tu predilección, si quieres sacudir el yugo que se apresta a cargar sobre tu cuello. Rebélate desde el primer instante; la medicina no surte efecto si el mal se agrava con la negligencia. Apresúrate y no difieras día tras día la curación; de no emprenderla hoy, mañana te será más difícil.

El Amor es fecundo en pretextos y encuentra su alimento en demorar las resoluciones; el día más próximo es el mejor para romper sus lazos.

Remedios de amor – Ovidio

Ovidio. Autor romano, Publio Ovidio Nasón, más conocido como Ovidio, fue un poeta nacido en Sulmona (Italia, cerca de Roma), el 20 de marzo de 43 a. de C. y fallecido en Tomis (la actual Constanza, en Rumanía) en el 17 d. de C.

Descendiente de una familia ilustre, en principio comenzó a prepararse para la política junto a su hermano, pero la muerte de éste con tan sólo veinte años lo movió a abandonar la carrera senatorial y centrarse en las letras, en las que se educó en Roma con maestros como Arelio Fusco y Porcio Latrón.

Se casó en tres ocasiones y tuvo varios hijos, pero su poesía iba dedicada a una mujer desconocida con el sobrenombre de Corina. En Roma se movió en el círculo del propio emperador Augusto, hasta que cayó en desgracia y éste lo desterró a Tomis, cerca del Mar Negro, donde permaneció hasta su muerte.

Gran parte de su poética gira en torno al amor y al arte del cortejo, por lo que es considerado como una de las mayores influencias en el desarrollo posterior del amor cortés trovadoresco.

Su obra más conocida es la famosa Las Metamorfosis, que desarrolla diversas leyendas griegas y romanas en hexámeros dáctilos. Durante su exilio su obra fue bastante más melancólica y sobria, como muestra su poética autobiográfica, recogida en las Tristes.