Soldados de Salamina

Resumen del libro: "Soldados de Salamina" de

Cuando en los meses finales de la guerra civil española las tropas republicanas se retiran hacia la frontera francesa, camino del exilio, alguien toma la decisión de fusilar a un grupo de presos franquistas. Entre ellos se halla Rafael Sánchez Mazas, fundador e ideólogo de Falange, quizá uno de los responsables directos del conflicto fratricida. Sánchez Mazas no sólo logra escapar de ese fusilamiento colectivo, sino que, cuando salen en su busca, un miliciano anónimo le encañona y en el último momento le perdona la vida. Su buena estrella le permitirá vivir emboscado, protegido por un grupo de campesinos de la región, aunque siempre recordará a aquel miliciano de extraña mirada que no lo delató. El narrador de esta aventura de guerra es un joven periodista que se propone reconstruir el relato real de los hechos y desentrañar el secreto de sus enigmáticos protagonistas. Un quiebro inesperado, sin embargo, le llevará a descubrir que el significado de esta historia se encuentra donde menos podía esperarlo: porque uno no encuentra lo que busca, sino que la realidad le entrega.

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Para Raul Cercas y Mercé Mas

Los dioses han ocultado lo que hace vivir a los hombres.

Hesíodo, Los trabajos y los días.

NOTA DEL AUTOR

Este libro es fruto de numerosas lecturas y de largas conversaciones. Muchas de las personas con las que estoy en deuda aparecen en el texto con sus nombres y apellidos; de entre las que no lo hacen, quiero mencionar a Josep Clara, Jordi Gracia, Eliane y Jeanmarie Lavaud, José-Carlos Mainer, Josep María Nadal y Carlos Trías, pero especialmente a Mónica Carbajosa, cuya tesis doctoral, titulada La prosa del 27: Rafael Sánchez Mazas, me ha sido de gran utilidad. A todos ellos gracias.

PRIMERA PARTE: LOS AMIGOS DEL BOSQUE

Fue en el verano de 1994, hace ahora más de seis años, cuando oí hablar por primera vez del fusilamiento de Rafael Sánchez Mazas. Tres cosas acababan de ocurrir me por entonces: la primera es que mi padre había muerto; la segunda es que mi mujer me había abandonado; la tercera es que yo había abandonado mi carrera de escritor. Miento. La verdad es que, de esas tres cosas, las dos primeras son exactas, exactísimas; no así la tercera. En realidad, mi carrera de escritor no había acabado de arrancar nunca, así que difícilmente podía abandonarla. Más justo sería decir que la había abandonado apenas iniciada. En 1989 yo había publicado mi primera novela; como el conjunto de relatos aparecido dos años antes, el libro fue acogido con notoria indiferencia, pero la vanidad y una reseña elogiosa de un amigo de aquella época se aliaron para convencerme de que podía llegar a ser un novelista y de que, para serlo, lo mejor era dejar mi trabajo en la redacción del periódico y dedicarme de lleno a escribir. El resultado de este cambio de vida fueron cinco años de angustia económica, física y metafísica, tres novelas inacabadas y una depresión espantosa que me tumbó durante dos meses en una butaca, frente al televisor. Harto de pagar las facturas, incluida la del entierro de mi padre, y de verme mirar el televisor apagado y llorar, mi mujer se largó de casa apenas empecé a recuperarme, y a mí no me quedó otro remedio que olvidar para siempre mis ambiciones literarias y pedir mi reincorporación al periódico.

Acababa de cumplir cuarenta años, pero por fortuna —o porque no soy un buen escritor, pero tampoco un mal periodista, o, más probablemente, porque en el periódico no contaban con nadie que quisiera hacer mi trabajo por un sueldo tan exiguo como el mío— me aceptaron. Se me adscribió a la sección de cultura, que es donde se adscribe a la gente a la que no se sabe dónde adscribir. Al principio, con el fin no declarado pero evidente de castigar mi deslealtad —puesto que, para algunos periodistas, un compañero que deja el periodismo para pasarse a la novela no deja de ser poco menos que un traidor—, se me obligó a hacer de todo, salvo traerle cafés al director desde el bar de la esquina, y sólo unos pocos compañeros no incurrieron en sarcasmos o ironías a mi costa. El tiempo debió de atenuar mi infidelidad: pronto empecé a redactar sueltos, a escribir artículos, a hacer entrevistas. Fue así como en julio de 1994 entrevisté a Rafael Sánchez Ferlosio, que en aquel momento estaba pronunciando en la universidad un ciclo de conferencias. Yo sabía que Ferlosio era reacio en extremo a hablar con periodistas, pero, gracias a un amigo (o más bien a una amiga de ese amigo, que era quien había organizado la estancia de Ferlosio en la ciudad), conseguí que accediera a conversar un rato conmigo. Porque llamar a aquello entrevista sería excesivo; si lo fue, fue también la más rara que he hecho en mi vida. Para empezar, Ferlosio apareció en la terraza del Bistrot envuelto en una nube de amigos, discípulos, admiradores y turiferarios; este hecho, unido al descuido de su indumentaria y a un físico en el que inextricablemente se mezclaban el aire de un aristócrata castellano avergonzado de serlo y el de un viejo guerrero oriental —la cabeza poderosa, el pelo revuelto y entreverado de ceniza, el rostro duro, demacrado y difícil, de nariz judía y mejillas sombreadas de barba—, invitaba a que un observador desavisado lo tomara por un gurú religioso rodeado de acólitos. Pero es que, además, Ferlosio se negó en redondo a contestar una sola de las preguntas que le formulé, alegando que en sus libros había dado las mejores respuestas de que era capaz. Esto no significa que no quisiera hablar conmigo; al contrario: como si buscara desmentir su fama de hombre huraño (o quizás es que ésta carecía de fundamento), estuvo cordialísimo, y la tarde se nos fue charlando. El problema es que si yo, tratando de salvar mi entrevista, le preguntaba (digamos) por la diferencia entre personajes de carácter y personajes de destino, él se las arreglaba para contestarme con una disquisición sobre (digamos) las causas de la derrota de las naves persas en la batalla de Salamina, mientras que cuando yo trataba de extirparle su opinión sobre (digamos) los fastos del quinto centenario de la conquista de América, él me respondía ilustrándome con gran acopio de gesticulación y detalles acerca de (digamos) el uso correcto de la garlopa. Aquello fue un tira y afloja agotador, y no fue hasta la última cerveza de aquella tarde cuando Ferlosio contó la historia del fusilamiento de su padre, la historia que me ha tenido en vilo durante los dos últimos años. No recuerdo quién ni cómo sacó a colación el nombre de Rafael Sánchez Mazas (quizá fue uno de los amigos de Ferlosio, quizás el propio Ferlosio). Recuerdo que Ferlosio contó:

Soldados de Salamina – Javier Cercas

Javier Cercas. Destacado escritor español, se distingue por su versatilidad tanto en el ámbito de la novela como en el periodismo y el ensayo. Nacido en 1962, Cercas estudió Filología Hispánica en Barcelona, ciudad que ha marcado profundamente su obra literaria. Actualmente, ejerce la docencia en la Universidad de Girona, donde comparte su pasión por la Literatura Española con sus estudiantes.

El debut literario de Cercas llegó en 1987 con "El móvil", una antología de cuentos que le abrió las puertas al mundo de la narrativa. Sin embargo, fue con sus novelas "El inquilino" (1989) y "El vientre de la ballena" (1997) donde comenzó a forjar su camino en el panorama literario español, obteniendo reconocimiento pero aún sin alcanzar la cúspide del éxito.

Fue con la publicación de "Soldados de Salamina" en 2001 cuando Cercas logró un impacto abrumador tanto en crítica como en ventas, catapultándose a la fama internacional. Esta obra, que relata la historia de un periodista que investiga la Guerra Civil Española, fue adaptada al cine en 2003, consolidando aún más la reputación de Cercas como escritor de renombre.

A lo largo de su carrera, Cercas ha sido galardonado con prestigiosos premios literarios, incluyendo el Premio Nacional de Narrativa en 2010 por su obra "Anatomía de un instante", una novela periodística y casi ensayística sobre el golpe de estado español del 23F. Además, en 2019 recibió el codiciado Premio Planeta por su novela "Terra Alta", reafirmando su posición como uno de los escritores más destacados de la literatura contemporánea española.

Además de su éxito como novelista, Cercas ha destacado como traductor, acercando al público hispanohablante la literatura catalana contemporánea. Su interés por la historia española se refleja en obras como "Las leyes de la frontera" (2012), "El impostor" (2014) y "El monarca de las sombras" (2017), que exploran la Guerra Civil Española y la Transición posterior al Franquismo con perspicacia y sensibilidad.

Con más de 20 traducciones a distintos idiomas y una sólida reputación internacional, Javier Cercas se consolida como uno de los escritores españoles más importantes de su generación, admirado tanto por la crítica como por el público lector en Francia, Inglaterra, Estados Unidos y más allá. Su capacidad para entrelazar la ficción con la historia y su aguda mirada sobre la sociedad española lo convierten en una voz imprescindible en el panorama literario contemporáneo.

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