Un bosquejo de familia

Un bosquejo de familia - Mark Twain

Resumen del libro: "Un bosquejo de familia" de

A la hora de rememorar a su hija fallecida, Twain acaba hablándonos de las personas que vivían en la casa. En especial es muy interesante el retrato del «mayordomo» George, personaje de color, que se las sabe todas. Ídolo de los niños, su figura constituye una aguda reflexión sobre el papel de los afroamericanos en una familia blanca.

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Susy nació en Elmira, Nueva York, en casa de su abuela, la señora Olivia Langdon, el 19 de marzo de 1872, y después de probar y degustar la vida, junto con sus problemas y misterios, bajo diversas circunstancias y por lugares distintos, la misma casa fue testigo de cómo la llevamos al cementerio el 20 de agosto de 1896 a la edad de veinticinco años.

Tenía todo un repertorio de sentimientos, y éstos eran de todo tipo y magnitud; y era tan volátil de niña, que a veces todos en su conjunto entraban en juego durante el corto transcurrir de un día. Estaba llena de vida, de actividad y de fuego. Sus horas de vigilia consistían en una apresurada procesión de entusiasmos que se diferenciaban los unos de los otros tanto en origen y aspecto como en temática. Alegría, tristeza, enfado y remordimiento; tormenta, luz, lluvia y oscuridad —allí estaban todos—: se presentaban en un instante y con la misma premura ya se habían marchado. Su aquiescencia era vehemente, su desaprobación, igualmente colérica, y las dos se desvanecían con rapidez. Sus lazos afectivos eran fuertes, y hacia algunas personas, el amor adquiría el carácter de la adoración. Especialmente así era su actitud hacia su madre. En todas las cosas desprendía intensidad: y no estoy hablando de un mero brillo que emitiera calor, sino de un fuego incontenible.

Su madre se las arreglaba para manejarla, pero cualquier otro que lo intentara estaba destinado al fracaso. La gobernaba por medio de las emociones y con mucho tacto, haciendo uso de una verdad libre de engaño o truco alguno, de una firmeza constante, y de un sentido de la justicia insobornable, que juntos nutrían la confianza de la muchacha. Susy aprendió desde muy pequeña que había una persona que no le diría lo que no era y cuyas promesas, tanto de recompensa como de castigo, se mantendrían siempre de manera estricta; que había alguien a quien obedecer, pero cuyas órdenes no se impondrían nunca de forma ruda o con muestras de enfado.

Debido a su educación, Susy cumplía sus mandatos casi siempre de forma inmediata y voluntaria, y raramente con desgana. Respondía ya automáticamente a fuerza de hábito y apenas le suponía siquiera un esfuerzo. Desde muy temprana edad ella y su madre se hicieron amigas, compañeras, íntimas y confidentes y permanecieron así hasta el final.

Mientras que la instrucción de la guardería le estaba enseñando a no ofender la dignidad de los demás, asimismo la cualificaba para cuidar de la suya propia. Estaba familiarizada con el discurso cortés por su madre, pero en un cuaderno que tuvimos unos cuantos años, donde registrábamos las frases y hechos curiosos de las niñas, encuentro una anotación en mi letra que constituye una excepción a esta regla:

Mark Twain. (Florida, Estados Unidos, 1835 - Redding, 1910). Escritor, orador y humorista estadounidense. Se educó en la ribera del Mississippi. Fue aprendiz de impresor, tipógrafo itinerante, piloto de un barco de vapor, soldado del ejército confederado, minero, inventor, periodista, empresario arruinado, doctor en Letras por las universidades de Yale y Oxford, conferenciante en cinco continentes y finalmente una de las mayores celebridades de su tiempo. En 1876 publicó Tom Sawyer y en 1884 su secuela, Huckleberry Finn, vértice de toda la literatura norteamericana moderna según Hemingway. Los Diarios de Adán y Eva, aparecidos entre 1893 y 1905, derivan de su preocupación por la Biblia, «esa vieja galería de curiosidades». A lo largo de su vida, Mark Twain pasó gradualmente de la ironía al pesimismo, luego a la amargura y a la misantropía; el humor y la lucidez nunca lo abandonaron. En 1909 comentó: «Yo nací con el cometa Halley en 1835. El próximo año volverá y espero fervorosamente irme con él. Si así no fuera, sería la mayor desilusión de mi vida. Estoy convencido de que el Todopoderoso lo ha pensando: “Estos dos monstruos han llegado juntos, que se vayan juntos”».