Veinte años después

Resumen del libro: "Veinte años después" de

«Veinte años después» es una novela histórica escrita por el autor francés Alejandro Dumas. Es la secuela de «Los tres mosqueteros» y continúa la historia de los personajes principales después de veinte años.

La trama se desarrolla en el siglo XVII, durante el reinado de Luis XIV, y sigue a D’Artagnan, Athos, Porthos y Aramis mientras intentan frustrar una conspiración para derrocar al rey. Además, se introduce a una serie de nuevos personajes, como el hijo ilegítimo de Athos, Raoul, y el ambicioso político Mazarino.

A medida que la historia avanza, los personajes enfrentan varios desafíos, incluyendo duelos, asedios de castillos, intrigas políticas y secretos de familia. También se exploran temas como la lealtad, la amistad y el amor.

En general, «Veinte años después» es una emocionante novela de aventuras que continúa la historia de los personajes icónicos de «Los tres mosqueteros» y ofrece una visión fascinante del siglo XVII en Francia.

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Capítulo I

La sombra de Richelieu

En un cuarto del palacio del cardenal, palacio que ya conocemos, y junto a una mesa llena de libros y papeles, permanecía sentado un hombre con la cabeza apoyada en las manos.

A sus espaldas había una chimenea con abundante lumbre, cuyas ascuas se apilaban sobre dorados morillos. El resplandor de aquel fuego iluminaba por detrás el traje de aquel hombre meditabundo, a quien la luz de un candelabro con muchas bujías permitía examinar muy bien de frente.

Al ver aquel traje talar encarnado y aquellos valiosos encajes; al contemplar aquella frente descolorida e inclinada en señal de meditación, la soledad del gabinete, el silencio que reinaba en las antecámaras, como también el paso mesurado de los guardias en la meseta de la escalera, podía imaginarse que la sombra del cardenal de Richelieu habitaba aún aquel palacio.

Mas ¡ay! sólo quedaba, en efecto, la sombra de aquel gran hombre. La Francia debilitada, la autoridad del rey desconocida, los grandes convertidos en elemento de perturbación y de desorden, el enemigo hollando el suelo de la patria todo patentizaba que Richelieu ya no existía.

Y más aún demostraba la falta del gran hombre de Estado, el aislamiento de aquel personaje; aquellas galerías desiertas de cortesanos; los patios llenos de guardias aquel espíritu burlón que desde la calle penetraba en el palacio, a través de los cristales, como el hálito de toda una población unida contra el ministro; por último, aquellos tiros lejanos y repetidos, felizmente, disparados al aire, sin más fin que hacer ver a los suizos, a los mosqueteros y a los soldados que guarnecían el palacio del cardenal, llamado a la sazón Palacio Real, que también el pueblo disponía de armas.

Aquella sombra de Richelieu era Mazarino, que se hallaba aislado, y se sentía débil.

—¡Extranjero! —murmuraba entre dientes—. ¡Italiano! No saben decir otra cosa. Con esta palabra han asesinado y hecho pedazos a Concini, y me destrozarían a mí, que no les he hecho más daño que oprimirles un poco. ¡Insensatos! Ignoran que su enemigo no es este italiano que habla mal el francés, sino los que saben decirles bellas y sonoras frases en el más puro idioma de su patria. Sí, sí —continuaba el ministro, dejando ver una ligera sonrisa que en aquel momento parecía algo extraña en sus descoloridos labios—, sí, vuestros rumores me hacen conocer que la suerte de los favoritos es muy variable; pero si sabéis eso, también debéis saber que yo no soy un favorito como otro cualquiera. El conde de Essex tenía una rica sortija guarnecida de brillantes, regalo de su real amante, y yo no tengo más que un simple anillo con una cifra y una fecha; pero este anillo fue bendecido en la capilla del Palacio Real,[1] y no me derribarán tan fácilmente. No conocen que a pesar de sus gritos incesantes de «¡Abajo Mazarino!» yo les hago gritar a mi antojo: «¡Viva el señor de Beaufort!» lo mismo que: «¡Viva el príncipe!» o «¡Viva el Parlamento!» Pues bien, el señor de Beaufort permanece en Vicennes, el Príncipe irá a juntarse con él de un momento a otro, y el Parlamento…

Al pronunciar esta palabra la sonrisa de Su Eminencia tomó una expresión de odio, impropia de su fisonomía, generalmente dulce.

—Y el Parlamento… —prosiguió— bien; ya veremos lo que debemos hacer con él: por de pronto ya tenemos a Orléans y a Montargis. ¡Ah! Yo me tomaré tiempo; pero los que han gritado contra mí acabarán por gritar contra toda esa gente. Richelieu, a quien odiaban mientras vivía y de quien no cesaron de hablar después de muerto, se vio peor que yo todavía, porque fue despedido no pocas veces y otras tantas temió serlo. A mí no me puede despedir la reina, y si me veo obligado a ceder ante el pueblo, ella tendrá que ceder conmigo; si huyo, también ella huirá, y entonces veremos qué hacen los rebeldes sin su reina y sin su rey… ¡Oh!, ¡si yo no fuera extranjero!, ¡si hubiera nacido en Francia!, ¡si fuera caballero! ¡Con esto sólo me contentaba!

Y volvió a sus meditaciones.

Veinte años después – Alejandro Dumas

Alejandro Dumas. (Villers-Cotterêts, 1802 - Puys, cerca de Dieppe, 1870) fue uno de los autores más famosos de la Francia del siglo XIX, y que acabó convirtiéndose en un clásico de la literatura gracias a obras como Los tres mosqueteros (1844) o El conde de Montecristo (1845). Dumas nació en Villers-Cotterêts en 1802, de padre militar —que murió al poco de nacer el escritor— y madre esclava. De formación autodidacta, Dumas luchó para poder estrenar sus obras de teatro. No fue hasta que logró producir Enrique III (1830) que consiguió el suficiente éxito como para dedicarse a la escritura.

Fue con sus novelas y folletines, aunque siguió escribiendo y produciendo teatro, con lo que consiguió convertirse en un auténtico fenómeno literario. Autor prolífico, se le atribuyen más de 1.200 obras, aunque muchas de ellas, al parecer, fueron escritas con supuestos colaboradores.

Dumas amasó una gran fortuna y llegó a construirse un castillo en las afueras de París. Por desgracia, su carácter hedonista le llevó a despilfarrar todo su dinero y hasta se vio obligado a huir de París para escapar de sus acreedores.