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Literatura irreversible

Ayer por la tarde —11 de mayo— inauguraron la XI Bienal de La Habana y en el Paseo de Prado, desde Neptuno hasta Colón, tuvo lugar la performance de Los Carpinteros: Conga irreversible. Una especie de comparsa tradicional bailando al ritmo de tambores y trompetas estridentes (algo que arrebata a los cubanos), con la particularidad de que los danzantes vestían todos de negro y ejecutaban sus pasillos y movimientos a la inversa, es decir, de espaldas. Hice algunas fotos, compré una pizza y me fui a casa.

Ahora los lectores de Isliada.com de seguro protestarán (interiormente): “Ya no tienen de qué escribir”. Bueno, también es verdad (al menos en parte). No tenía un tema para este artículo y me puse a meditar sobre la irreversibilidad en la soledad de mi apartamento. Rectifico: no es que mi soledad sea irreversible; en unos días mi esposa e hijo retornarán de un breve viaje familiar y todo volverá a su rutina habitual. Para entonces seré yo quien proteste, cuando teniendo temas de sobra para escribir no me dejen tiempo libre para hacerlo.

A lo que iba: la irreversibilidad. El nuestro es un país irreversible. ¿Qué no? La conga de Los Carpinteros es irreversible. El socialismo cubano es irreversible (artículo 3 de la Constitución de la República). El verano insular es irreversible: ¿alguien tiene todavía esperanzas de que nieve en el trópico? La preferencia por el fútbol entre los aficionados al deporte me parece también irreversible: en mi barrio los muchachos no se irían al Latino a ver el juego entre Matanzas e Industriales si en Tele Rebelde retransmitieran un partido entre Real Madrid y el Barça.

¿Necesitan más ejemplos? En esas cavilaciones estaba cuando se me ocurrió de pronto: la literatura cubana es irreversible. “Qué buen título”, me dije. Solo me quedaba escribir el artículo. Puede parecer superfluo, pero a veces lo más difícil es un buen título. He escrito cuentos a los que nunca he podido encontrarles título (aquí me llega la ayuda puntual del Rafa, verdadero especialista en la materia). Rafa (Rafael Grillo) es un tipo talentoso. Le gusta experimentar. Ha hecho de todo (no de todo, es un decir). Pero casi. Ha ido de la psicología al periodismo; del periodismo a la curaduría de arte; luego a la literatura y de la literatura de nuevo al periodismo; después ha sido profesor, editor de revistas, gran fumador, bebedor de café fuerte (a veces no tan fuerte, pues depende del establecimiento donde lo cuelen), y muchas otras cosas que no vienen al caso. Sin embargo, poniendo títulos no hay quien lo supere. Es el genio de los títulos. De haber vivido en la época del Renacimiento tal vez Da Vinci habría optado por otro título para “La Mona Lisa”. ¿Quién puede aseverar lo contrario?

Pues en eso andaba, en la irreversibilidad de la literatura cubana. Argumentar una afirmación de esa índole es de lo más sencillo. Por ejemplo: en la librería Fayad Jamís de la calle Obispo (frente a la sede del Instituto Cubano del Libro) cualquiera puede comprar las novelas de Virgilio Piñera. Óiganlo bien: todas las novelas de Virgilio Piñera. También un volumen con sus cuentos completos y La isla en peso (¿cómo no escoger ese título para juntar sus poemas en una antología?).

¿El precio? Módico. Diez pesos me costaron La carné de René, Pequeñas maniobras y Presiones y diamantes. Como lo oyen: Presiones y diamantes. Esa extraña joya de la narrativa cubana que durante años se mantuvo ausente de las librerías. Recuerdo haber escuchado al ensayista Modesto Milanés en una excelente disertación sobre Virgilio en la que aludió a esa, la última novela escrita por el gran poeta y dramaturgo cardenense, publicada inicialmente en 1967.

Hay otros ejemplos. Son muchos. No tengo que recordar que hace dos años se reeditó Paradiso (¡tan polémica en su día!). Hace poco leí que, entre sus múltiples detractores, no faltó quien certificara que “aquello no era literatura”, a raíz de su aparición en 1966.

Si les parece poco ahí está el Premio Alejo Carpentier que en 2003 consiguiera Duanel Díaz con Mañach o la República. Estamos hablando de Jorge Mañach, señores. Jorge Mañach, el sagüero nacido en 1898. ¿Han leído la manera en que arranca el prólogo del propio Duanel a ese, su magnífico ensayo? Dice: “Por razones de sobra conocidas, casi la totalidad de los estudios sobre la obra de Jorge Mañach ha aparecido fuera de Cuba…”

Sobre los pasos del cronista (El quehacer intelectual de Guillermo Cabrera Infante en Cuba hasta 1965) constituye otro importante eslabón en la cadena. Se trata de la tesis de licenciatura de dos jóvenes periodistas: Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco, que mereció en 2009 el Premio de Ensayo Enrique José Varona que otorga la UNEAC; luego publicado por Ediciones UNIÓN. ¿No les parece bastante?

“Claro que no”, responderán algunos. Y llevan razón. Nunca es bastante. Les aseguro (lo cual es todo un atrevimiento) que ya tendremos ocasión de asistir a la resurrección de otros muertos (incluso de los muertos en vida). Hace muy poco resucitó Reinaldo Arenas en la pluma del investigador Tomás Fernández Robaina (Misa para un ángel, novela-testimonio que viera la luz, gracias ¡otra vez! a Ediciones UNIÓN en 2010).

La literatura cubana —como todas las manifestaciones del arte— no es otra cosa que un proceso irreversible. Lo ya escrito, lo publicado, no tiene vuelta atrás. Pueden ahogarse las miles de cuartillas bajo la capa de polvo más gruesa; pueden palidecer los colores, confundirse los títulos en la cubierta de un libro. Puede, incluso, que nos escamotee la memoria el nombre de tal o cual autor desaparecido (cualquiera sea la causa de su desaparición) de los estantes de las bibliotecas. Pero el proceso en sí mismo ¿puede ser revocado?

A muchos no les gusta la literatura que se escribe en la Isla por estos tiempos. Le achacan todo tipo de carencias. Respeto eso. Cuestión de gustos: cada quien tiene los suyos y que viva la diversidad (no solo sexual). Precisamente anoche —me tragué la pizza a que me referí al principio y conecté la tele— vi el Hurón Azul1 dedicado a la narrativa cubana joven. Entrevistaron a Eduardo Heras León, Raúl Aguiar, Ahmel Echevarría y Dazra Novak. Dijeron lo suyo. Al finalizar el programa la voz en off aseguró que a la literatura cubana actual le falta “madurez” y “cosmovisión”. “Qué casualidad”, pensé. Hace unos meses publiqué en El Caimán Barbudo un artículo en el que utilicé tales calificativos, hablando del mismo asunto. ¿Será un buen síntoma? ¿Habrá leído mi texto este realizador de la Televisión Cubana? Lo más seguro es que no (después de viejo no voy a empezar a creerme cosas).

También por pura coincidencia la voz en off y yo estuvimos de acuerdo en señalar al deficitario sistema editorial cubano como al principal responsable en la no siempre óptima selección del material publicable y su promoción (proceso de comercialización incluido).

“Con esos bueyes hay que seguir arando”, tal vez se defienda alguien. No necesariamente. En algún momento los cambiarán, digo yo. O se morirán de viejos…

Pero esa es otra historia. Ya he defendido en más de una ocasión —y como mejor he podido— lo que escriben mis contemporáneos. Me han endilgado por ello un par de epítetos que no vale la pena repetir. Por ahora voy a seguir leyendo. Voy a seguir al tanto de los nacimientos y de las resurrecciones. Solo cabe esperar que continúen produciéndose, para bien de la cultura nacional. La literatura, como la conga de Los Carpinteros, es un proceso irreversible. El día menos pensado publican a…

NOTAS

1. Programa de la Televisión Cubana que se transmite por Cubavisión los viernes en la noche.

Leopoldo Luis. La Habana, 1961.

Periodista, fotógrafo y narrador. Licenciado en Derecho por la Universidad Central de Las Villas y Diplomado en Periodismo por el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Ha publicado los libros de cuentos Adiós, Habana (Ediciones Holguín, 2009), con el que obtuvo el Premio de la Ciudad un año antes, y Extraño bajo un paraguas (Editorial Capiro, 2013). Poemas suyos aparecen en el volumen El ojo de la luz. Antología de poetas y artistas cubanos (Diana Edizioni, Italia, 2009). Sus relatos han sido incluidos en las antologías El martillo y la hoz y otros cuentos (Reina del Mar Editores, 2013) e Isla en negro. Cuentos de crimen y enigma (Casa Editora Abril, 2014). Fue editor y administrador del sitio web de la revista cultural El Caimán Barbudo. Actualmente trabaja como periodista de la televisión hispana en Estados Unidos.