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Encuentro con Lorenzo Lunar y Rebeca Murga (Lado A)

Lorenzo: “El autor que quisiera ser es Raymond Chandler”

Para Sadis Cardedo

Los conocí hace ya más de seis años. Permanece aún intacto en nuestra memoria el primer encuentro en Santa Clara: empezamos a conversar en la noche (el tren, como cosa rara, se había roto varias veces) y sólo paramos cuando nos dimos cuenta que el sol había salido y el canto de los pájaros nos acompañaba. Hemos compartido ya demasiada vida: alegrías, tristezas, triunfos, derrotas. Viajes. Hemos estado en Santa Clara, Manicaragua, La Habana, Matanzas y, cosa más grande, Gijón. Son una de las parejas más hermosas que conozco. De las que uno piensa: “Ojalá la vida les dé la oportunidad de estar juntos siempre”. Empecé a leerlos antes de conocerlos y no he dejado de hacerlo. Sus libros, todos sus libros, hacen parte de los tesoros de mi biblioteca. Los admiro también por separado. Nada más distinto que sus obras entre sí. A los dos he tenido el privilegio inmenso de editarlos. El esclavo y la palabra (de Rebeca Murga) y Pequeñas miserias cotidianas (de Lorenzo Lunar) hacen parte del catálogo de Ediciones San Librario. Esta conversación tuvo varias condiciones. La primera: sólo llevaba un cassette de una hora; de manera que a cada uno le correspondía media. Un lado A y un lado B. La segunda: cada uno de los entrevistados debería estar solo. Lorenzo fue el primero. Aprovechando que Rebeca se quedó unos días más en Matanzas, nos sentamos en la mesa de su casa y empezamos a conversar. Aprovechando, después, el viaje de Lorenzo a Santiago de Cuba, nos volvimos a sentar, en la misma mesa y en el mismo puesto, con Rebeca. Quería que las preguntas fueran casi las mismas: era importante para mí ver lo que los unía y los diferenciaba literariamente. Se complementan. Son un diálogo a dos voces. Es mucho lo que han vivido juntos.

—Lorenzo, estudiaste Pedagogía para la Construcción Civil. ¿Tu carrera se relaciona con tu oficio de escritor?

—Mira… Todo el mundo le busca una relación a la carrera de escritor con oficios determinados. Hay tópicos. Hay gente que cree, incluso, que la carrera de escritor se puede hasta estudiar en una facultad de letras y humanidades. Yo creo que la verdadera carrera de escritor está (y esto puede resultar otro tópico) en la vida. O sea: cualquier cosa que tú hayas sido o hecho puede tener una vinculación muy directa con la carrera de escritor si, en última instancia, eres el ser que nació para ser artista, para ser escritor, la persona que tiene ese don.

“Creo que ser escritor es un don que se recibe. Si es Dios quien te lo entrega, te lo va depositando con toda una serie de señales. Hasta genéticas. Yo no sabía que un tío abuelo de mi padre fue digamos, un notable poeta neorromántico. Quintín Santana. Lo descubrí hace poco. Un discreto poeta, quizás. Yo me lo leo y, a pesar de estar lleno de los tópicos comunes de esa poesía, logra emocionarme por algo (será porque somos parientes…). A mi madre le decían Gertrudis Gómez de Avellaneda en la escuela. En Mataguá… ¡En un pueblo como Mataguá, que haya una muchacha que cante en el coro de la iglesia y le digan así porque escribe poemas para las fechas notables! Lo mismo para Semana Santa que para el día de la muerte de Maceo”.

—Sin embargo creo que tu carrera sí tiene que ver directamente con tu obra. Se va reflejando en la forma como construyes las historias: las armas.

—Ya eso es una cuestión de formación. Pienso mucho en la estructura de una obra. Trato de ponerle cimientos, columnas que la sostengan, un techo, una cubierta que no le pese demasiado y la hunda. Sobre todo acicalarla con el mejor revoque, los mejores azulejos, el suelo más bonito…

—Sería entonces una mezcla entre constructor y arquitecto.

—Sí. En la carrera que yo estudié, el plan de estudios (que luego desapareció) te habilitaba como ingeniero y como maestro. Muchos de los que estudiaron conmigo nunca se quedaron en la escuela. Se fueron a trabajar en obras y hoy son buenos ingenieros civiles. Yo hubiera podido hacer lo mismo si no fuera, en última instancia, tan holgazán. Soy capaz de trasnochar siempre que esté bebiendo y disfrutando. Soy capaz de pasarme tres días en el campo siempre que sea comiendo bien y fiesteando. Ya cuando se trata de hacer trabajo rudo creo que no está muy hecho para mí. Los hago cuando tengo necesidad.

“La casa en que viví mi infancia y juventud, la casa de mis padres, la construimos nosotros. Yo tenía apenas dieciséis o diecisiete años cuando por mi lomo pasaron doscientos sacos de cemento y amarramos toda la cabilla con la que hicimos la placa y batimos la mezcla para el hormigón. .. O sea que cuando tengo que hacerlo lo hago, pero prefiero otras labores. Por eso me quedé en la escuela, preferí ser profesor.

“Pero, volviendo a aquello, sí, la construcción me formó. Lo hago con cierta conciencia. Quizá lo que me sustituye ciertos estudios filológicos y del concepto de la novela es el concepto de un edificio. Mi novela es un edificio que yo voy levantando así. La casa de tu vida, mi última novela, por ejemplo, es también un homenaje a esa profesión, a esa etapa de mi vida. El personaje de hecho es un ingeniero constructor que deviene escritor. Cuando comencé a escribir la novela me di cuenta de que mis conocimientos y mi formación me llevan a que la escriba con esas características para que mi personaje sea verosímil. Tenía que ser así para que yo pudiera meterme en su piel”.

 —¿Cuándo empiezas a escribir y por qué?

—A fines de los años 80 yo ya tenía más de treinta años. Siempre había escrito mis cositas, con cierta vergüenza. Veía el escribir como algo muy difícil. Me parecía que un escritor era una persona muy respetable. Sin embargo, a veces me pasaba todo lo contrario. Me sentaba por ahí a tomar un café (todavía no tomaba té porque no era un intelectual) y veía a un tipo con pelo largo y estampa de poeta que se sentaba a conversar con otro tipo parecido o con una muchacha y me decía: «Si este tipo supiera que yo también escribo… que yo también soy poeta, que yo también escribo cuentos… Un día de estos me le voy a aparecer con uno de mis cuentos para que vea quién soy yo…». Entre esos dos extremos se debate el escritor neófito.

“Mi madre me dio un empujón grande. Un día se apareció en mi casa con un recorte del periódico que tenía las bases de un concurso provincial de ciencia-ficción. Me dijo: ‘Mira, chico… participa en esto…’. Y, además, como era mi madre, ella se leía todo lo que yo escribía y decía que estaba muy bien. Resulta que participé en este concurso y gané. Ahí sí puedo decir que el jurado se equivocó”.

—¿Con qué cuento ganaste?

—Con uno que se llamaba «Se lo digo yo, capitán». Ahí ingresé en el primer taller literario de mi vida. Era un taller que se llamaba Espiral, en homenaje a la novela Espiral, del maestro Agustín de Rojas. Lo daba Karlowa López, una muchacha graduada de filología, muy bonita, muy simpática. Nos hicimos muy buenos amigos. Terminó después siendo locutora de radio y televisión. Ahora vive en México. Le tengo mucho cariño porque fue la primera persona que me orientó en los caminos de la literatura. Las primeras veces que fui al taller era por verla, ya te dije que era muy linda. Fue una gran ayuda. Después vinieron otros asesores literarios y empezó mi lenta formación como escritor.

—¿Qué autores y qué temas eran los que leías y preferías en esa etapa formativa de escritor?

—Me acuerdo que un día estábamos en el taller literario y vinieron haciendo una encuesta, la misma pregunta a todos, y creo que de diez personas que estábamos ahí, nueve dijimos que nuestro libro de cabecera era El principito. Después uno se va dando cuenta que El principito es un libro más bien tonto, que cuando uno es niño le parece demasiado complejo y cuando eres mayor, o sea cuando exploras la literatura en sus cuatro puntos cardinales, lo notas demasiado aburrido. Fui optando por otras lecturas un poco más iconoclastas. Fui variando mis conceptos y modificando mis lecturas. Era un lector aficionado. Leía mucha ciencia ficción y literatura policial de una forma desorganizada. El autor que quisiera ser es Raymond Chandler.

—¿Por qué?

—Si Raymond Chandler hubiera sido cubano no hubiera escrito novelas negras, sino los mejores boleros de este país. Es un autor que tiene una profunda cultura sentimental. Además de ser un novelista certero, de saber contar muy bien una historia, de definir y construir muy bien los personajes, tiene un sustento totalmente espiritual, totalmente sentimental. Y eso yo lo aprecio mucho en la literatura. Tiene mucho que ver con mi formación el cine latinoamericano de los años 30 y 40. Fueron muy importantes para mí aquellas películas mexicanas y argentinas: Arturo de Córdoba, Libertad Lamarque, Jorge Negrete, María Félix… Las veía con mi madre. Creo que lo que más se acerca a esa cultura sentimental, chico, es Raymond Chandler.

“Pocos latinoamericanos contemporáneos le hacen culto a aquella cultura del sentimiento. Chandler es un tipo que sin serlo, sin compartir esta forma de ver la vida nuestra, sin la idiosincrasia latinoamericana, se acerca mucho al sentimiento de nosotros los cubanos”.

—Hay ciertas constantes en tu literatura. Una de ellas (por llamarla con el nombre técnico) es la «intertextualidad». Háblame de esta necesidad en tus obras.

—Creo que formo parte de una generación totalmente intertextual. Todos los que estamos escribiendo estamos buscando otras formas de decir lo que se ha dicho. De contar lo que ya se ha contado. Nuevas perspectivas. Nuevas formas. Si hace siglos nada era nuevo bajo el sol yo pienso que ahora mucho menos. Pero hay un asunto de formación literaria también. No soy una persona formada en letras. Me he dado cuenta de que cuando voy a hacerme un plan de lectura no existen los libros que yo quiero leer.

“Yo intertextualizo mucho con algunas novelas, temas, tópicos, personajes que me gustan, pero, fíjate, la mayor parte de la intertextualidad que yo uso la hago con la música y el cine. De la literatura me apropio de algunas cosas como en mi cuento ‘Disles que no me maten’. El título y el fragmento del cuento de Rulfo que le agrego y meto al final. Fue interesante descubrir cómo si yo transcribía ese fragmento de su cuento y lo ponía en el mío, aquel cuento en México, en aquel momento de la revolución, aquel diálogo, me funcionaba en el barrio de El Condado, de Santa Clara, en el año 2000. Eso fue increíble.

“Estamos hablando en los mismos códigos, hasta tal punto que hay mucha gente que se lee el cuento mío y después me dice: ‘Pero ese final se parece mucho al diálogo de Rulfo’. En Cuba los escritores tenemos una carencia de lectura muy grande, me refiero a la literatura contemporánea. Gracias a la digitalización ahora uno se empata con bibliotecas digitales. Intertextualizo más con el cine y la música, porque son señales que llegan con más facilidad que la propia literatura y que en el mundo moderno son una parte importante del acervo cultural del hombre”.

—¿Qué es el bolero para ti?

—El bolero es una filosofía y además un descubrimiento. Todos los muchachos, todos los jóvenes, le hacen rechazo a la música y a las cosas de otros tiempos, como es lógico. Por los años 70 y pico, cuando yo era un adolescente, no podía gustarme otra cosa que no fueran el pop y el rock and roll. Cuando en la escuela nos despertaban con un programa de música cubana, de música campesina, era coger y tirarle un zapato a la bocina aquella, a riesgo de que después te botaran de la escuela por maltrato a la propiedad social… O cuando después te metían por la noche un septeto típico a cantarte trova tradicional, uno lo que quería era que la cayera una bomba a aquello. Pero uno va madurando. Pasa el tiempo, llevas unos años oyendo rock and roll y junto a esos temas te vas dando cuenta que estás oyendo a Serrat, a Pablo, a Aute y los vas identificando con esa forma de decir.

“Estás oyendo a la Nueva Trova y regresas y te das cuenta que es la misma trova tradicional que existió en Cuba desde el siglo XIX. Uno empieza a reconciliarse con esa música. Y así descubrí el bolero. Con el recuerdo de aquellas tardes de mi infancia, en el regazo de mi madre, mirando películas plagadas de rancheras, de boleros y de tangos… De verdad tenía razón mi madre: ¡qué clase de cantante es Carlos Gardel y qué clase de voz tan bella tiene Lucho Gatica y qué monstruo es Tito Guizar! Y empiezo a oír otra vez aquellas canciones viejas y a sentir que hacen parte de mi forma de pensar, mi forma de decir.

“Después uno se enamora. No es lo mismo enamorarse a los 14 o 15 años… un amor festivo, que a los 20, un amor más maduro, cuando empiezas a descubrir que también dentro del amor existen espacios como la infidelidad y el abandono, que existen agravios… Eso está en el bolero, en la ranchera, y no lo pensamos y no lo sentimos como los finlandeses o como los americanos (a no ser que seas Raymond Chandler).

“Cuando fulana me acaba de pegar los tarros no me sirve estar oyendo a Abba o a Los Beatles. Me meto cuatro rones y empiezo a oír un disco de boleros de Orlando Contreras y asumo que ese tipo está sufriendo conmigo. Ese tipo está al lado mío, tomándose el mismo ron que yo, acodado a la barra del bar, sufriendo por la mujer perjura y esas cosas…”.

—Hay una constante en tu obra que siempre me ha llamado la atención: el retomar situaciones, temas, personajes que son reescritos por el tiempo. Recontados, no canibalizados. ¿Cómo es eso de volver a contar, volver a retomar un personaje, una situación, y transformarlo en otra obra?

—Eso puede ser un espíritu de saga que haya en toda mi escritura. Viene también de que cuando yo empecé a escribir mis primeros cuentos no sabía que lo que yo tenía que escribir era una novela y no aquellos cuentos. De hecho, escribo mi primera novela y es un libro deficiente. ¿Qué pasa? Hay todo un universo y un grupo de personajes que me doy cuenta que tenían más vida y habían hecho más cosas que lo que yo había contado. Hay un refrán cubano que dice: «sacando huevos se aprende a capar». Yo me fui haciendo escritor a medida que escribía.

“Hasta ciertos espacios que fui creando, de interrelación con escritores, los fui haciendo con un fin pedagógico para mí. Después viene la necesidad de reescribir aquella primera novela, Échame a mí la culpa, en Que en vez de infierno encuentres gloria. Aquellos personajes que salieron de allá, Cundo, Tachuela, Chago el Buey, eran personajes de aquel librito, El último aliento, que no cabían todavía en aquella primera novela incipiente y que necesitaban encontrar más espacio para desarrollarse.

“Hay otros cuentos donde se explayan. Empiezan a aparecerles historias viejas a esos personajes. De dónde salió Chago el Buey, Tanganica, Pechoemulo… Esas historias viejas me van retroalimentando lo nuevo que voy haciendo. Así se forman las tres novelas: Que en vez de infierno encuentres gloria, La vida es un tango y Usted es la culpable. Sin embargo hace ya unos cuantos años vengo preparándome, porque hay una cuarta novela, también con Leo Martín, anterior a esas tres. Va a estar ubicada a finales de los años 50 y principios de los 60, cuando Leo es apenas un chiquillo. Es la novela de una pandilla de muchachos del barrio utilizados y manipulados por Chago el Buey (que es nuestro profesor Moriarty), buscando un tesoro oculto que hay en Santa Clara. Una novela juvenil, con thriller, policial también. Y va a venir, lógicamente, de ese pasado también al presente. Puede ser la novela que cierre el ciclo del barrio”.

—¿Qué es la literatura negra para ti?

—Encontrar la novela negra para mí fue encontrar el recipiente en el que yo podía verter las historias y las ideas que a mí me interesaba contar. Fue la novela negra la que me dio la clave para yo poder mirar bien estos personajes, que ellos se sintieran bien, que se desarrollaran… A lo mejor yo hubiera deseado escribir otra cosa que no fuera novela negra. Más bien pienso que fue la novela negra la que me escogió a mí: «Mira, por aquí es el camino y vamos…» Leyendo novela negra me he encontrado con cada autor que digo: «coño… de verdad que no me arrepiento de estarme leyendo a Jim Thompson». Si escoger a Jim Thompson implica que me estoy perdiendo a otro por ahí, prefiero leérmelo a él…

—¿Qué autores cubanos de novela negra me puedes recomendar?

—Creo que la novela negra, como resultado de la novela policial cubana, tiene su guía, su luz, en Leonardo Padura. Él abrió la puerta y lo sigue haciendo. No solamente como novela negra y novela policial, sino que es uno de los novelistas más sólidos con que contamos en Cuba en este momento. Es un hombre de un oficio y de una capacidad increíble para contar historias, y una gente que también piensa en boleros. Y por eso es el primero que te menciono.

«Te nombro a Amir Valle, de mi generación, que irrumpió en la novela negra con ímpetu, con fuerza. Fue quien dijo que los de esta generación tenemos a la novela negra como manera de decir, como manera de pensar.

“A pesar de no ser un autor que se defina por la novela negra exactamente, sino más bien por el neopolicial y el contraespionaje en algunos casos, y a pesar de no un autor cubano de nacimiento (pero que sí forma parte de la literatura cubana), hay que nombrar a Daniel Chavarría. Y hay que leerlo, es un excelente novelista. Ellos tres son la base de la novela negra cubana.

“En el cuento hay otros escritores que van entrando y explorando la literatura negra. Pronto van a aparecer cosas interesantes dentro del género y otros autores a tener en cuenta. Pero aún son pocos los que en Cuba están consagrados a este tipo de literatura”.

—Has compartido gran parte de tu vida junto a Rebeca Murga, tu compañera, tu cómplice. Pero, ¿quién es para ti la escritora Rebeca Murga?

—Rebeca Murga como escritora es una de las sorpresas más grandes que yo he tenido en mi vida. La conocí en un evento de literatura con un cuento, digamos así, «mediano». De momento era una escritora incipiente. Nos conocimos y muy pronto decidimos vivir juntos. Y yo veo que aquella mujer un día cogió y puso una máquina de escribir y escribió dos o tres cuentos que, quince años después, todavía son de lo mejor de su escritura… y seguirán siéndolo, pues son cuentos magníficos. Están en su libro La enfermedad del beso y otras dolencias de amor: «Serenata para Rabindranath», «Desnudo para uno» y «Para eso son las amigas». Y esa mujer me dice que nunca había estado en un taller literario. ¿Cómo está escribiendo esos cuentos?

“Rebeca tiene esa capacidad increíble para la literatura. Además, es una persona que no sabe escribir mal, que no quiere hacer tonterías. Ahí está ella escribiendo, limpiando, con un nivel de lenguaje increíble. Mira… estás poniéndome nervioso haciéndome hablar de Rebeca.

“Te hablaba de Padura, Amir y Chavarría. Creo que otra persona que hay que mencionar en Cuba, que está consagrando su obra a la literatura negra, es Rebeca Murga. Historias al margen, su novela breve, es una joya de la literatura cubana. El libro de cuentos suyo que fue mención UNEAC hace tres o cuatro años se ha convertido en una novela policial, negra, tremenda, colosal. Rebeca te sorprende desde el punto de vista de su estilo, pero también desde sus temas. Es capaz de asumir los temas desde diferentes perspectivas. Trata lo ‘escabroso’ con naturalidad. Lo convierte en único.

“De su primer libro, Desnudo de mujer, hubo una lectora que dijo: ‘Esto solo lo puede haber escrito una mujer muy vieja o frustrada sexualmente’. Rebeca respondió: ‘Ni lo uno ni lo otro’. En ese libro hay dos cuentos que te muestran eso: desde la quinceañera que se entrega al profesor hasta la mujer que, vieja ya, hace un recuento de su vida bajo la ducha.

“En ese diapasón se mueven sus narraciones. ¡Qué capacidad de escritura!, pero, ¿qué experiencia podía tener una muchacha de 23 años para escribir eso? Seguramente ninguna. Pero sí una capacidad muy grande para ver la vida, para escudriñar en el interior de las personas y convertirlas en esos personajes suyos, únicos. Así es Rebeca y así escribe.”

En la próxima entrega el Lado B.

Álvaro Castillo Granada. Bucaramanga, Colombia, 1969. Editor, escritor y librero

Es conocido como "San Librario" y posee más de diez mil títulos en su biblioteca personal, además de los cinco mil apilados en su librería de libros usados. Fue el curador de la exposición conmemorativa del primer centenario del nacimiento de Pablo Neruda, en la Biblioteca Nacional de Colombia. Ha publicado, entre otros, El libro (recuerdos de un lector), 2004; En viaje, (testimonios de viajes por Cuba, Argentina, Chile, Venezuela y Colombia), 2007; y Julio Cortázar: Una lectura permutante del Capítulo 7 de “Rayuela”, (Editorial Capiro, 2011).