Narrativa

Mis noches con Cristiano Ronaldo

Cristiano Ronaldo. Foto Enrique Lin
Cristiano Ronaldo. Foto Enrique Lin

No puedo evitarlo, es mi carácter.
Fábula  del “Escorpión y la Rana”, atribuida a Esopo.

Lo conocí en Madrid, durante el Festival de Novela Romántica. Yo había escrito un cuento sobre cómo me había besuqueado con un negrón de seis pies en un cuartucho de Centro Habana, y cómo, gracias a sus veinticinco centímetros, había terminado más oscura que él, en realidad morada, con la presión alta, taquicardia, ojos bizcos, y cómo resucité en un hospital a los pocos días, convertida en zombie, con la lengua a un costado y pidiendo más. El cuento en sí no clasificaba como literatura rosa, pero un jurado compuesto por Danielle Steel, Sandra Brown y Pilar Cabero llegó a la conclusión de que el negrón había cometido un profundo acto de amor, con ensañamiento y alevosía, y que el hecho de que la protagonista hubiese resucitado significaba la preeminencia de una indomable pasión. El cuento también ha sido considerado una obra maestra del género fantástico, el terror y la ciencia ficción por un jurado compuesto por Stephen King, George R. R. Martin y Ursula K. Le Guin. En realidad, el cuento ya ha acumulado más de ciento treinta premios en todo el mundo, por lo que me invitan a todas las ferias del libro, conferencias, paneles, y conversatorios con adolescentes descarriadas.

Llegué al Festival dos días después que comenzara el evento, pero rápidamente comencé a actualizarme. Empecé a besuquear escritores y hacer lo mío. La verdad es que nunca hablaba de literatura con los escritores, solo me les acercaba moviendo mis nalguitas y mi pelo rubio y les decía ¿Qué volá? Ellos, automáticamente, sin contestarme ni nada, encontraban un cuarto de hotel, un baño, o un pasillo donde besuquearme.

Siempre estaba buscando a alguien para formar el besuqueo, me daba igual si era escritor, vendedor ambulante, policía o basurero. Tampoco me importaba el lugar. Lo mío era el besuqueo, no por el besuqueo en sí, sino porque nunca lograba sentir nada especial y trataba de insistir, pues, como todos sabemos, el besuqueo es proporcional al placer y, aunque yo no sintiera mucho, siempre guardaba la esperanza de encontrar a alguien con el que pudiera sentir algo especial. Incluso, había empezado en esto de la literatura porque una amiga me dijo que si escribía mis anhelos y aventuras tendría posibilidades reales de exorcizarme, sentir algo especial mientras lo hacía. Pero nada pasaba, con Vargas Llosa casi casi estuve a punto de encontrar algo, faltó un poquito, pero nada.

Todo eso cambió, por supuesto, cuando conocí a Cristiano Ronaldo. Estaba hojeando unos libros en un estante apartado de la feria. Me acomodé la blusa y le fui para arriba. ¿Qué volá?, le dije, pasándome la lengua por los labios. Él me dio la mano, se presentó como Cristiano y preguntó si me gustaba la literatura romántica. Para esquivar la pregunta le dije que sí, pues en realidad no me gustaba leer ni nada, estaba allí para el besuqueo y ya. Lo rocé con mi teta derecha mientras él hablaba de sus autores preferidos y de cómo nunca faltaba al Festival de Novela Romántica, no solo por los libros, sino por las conferencias. Le dije que tenía una habitación en el hotel que estaba a unas pocas cuadras de allí. La habitación… 69. Se entusiasmó, al parecer sabía que en ese hotel se hospedaban los invitados al Festival. Puso los libros en el estante y preguntó si yo estaba invitada al certamen. Le dije que sí abriéndome la blusa. Él miró la credencial que me colgaba del cuello y descubrió que yo era una escritora invitada, para colmo cubana. Me abrazó con efusividad y dijo que siempre había querido conocer a una escritora cubana. Habló de mujeres de las que nunca antes escuché hablar, una tal Gertrudis Gómez de Avellaneda, una tal Dulce María Loynaz, una tal Fina García, y otras más. Yo no entendía nada, a esas alturas cualquier otro, escritor o no, me tendría agarrada por el pelo y dándome lo que me toca, con nalgadas y mordidas incluidas. Por si fuera poco, me invitó a un lugar para hablar con calma sobre literatura cubana. Por poco le digo que no (mi único interés era ser besuqueada) pero entonces se le encimaron varias locas histéricas que al parecer tenían más deseos que yo de ser besuqueadas y él me agarró por un brazo y me llevó hasta la salida, me abrió la puerta de un Ferrari y yo pensé que, bueno, nunca me habían besuqueado en un Ferrari y no debía dejar ir esa oportunidad.

Dentro del auto, subí un poco mi faldita, separé los muslos y me abrí más la blusa. Él ni se enteró, estaba concentrado en la semántica oculta en los versos de Juana Borrero. Después que bajamos del Ferrari, montamos en un helicóptero que nos llevó hasta la azotea de un rascacielos, en donde nos esperaba un chef italiano. Yo almorcé en silencio, mientras él hablaba de Carilda Oliver, Nancy Morejón y Reina María. Al finalizar el almuerzo fuimos hasta una isla y allí estuvimos por primera vez. No me pareció nada del otro mundo, ni siquiera me gustó, pero ese era uno de los riesgos del besuqueo que debía de aceptar de antemano. De regreso a Madrid, él siguió hablando de literatura, nunca había estado con una escritora, por lo que quiso saber cómo había logrado convertirme en una. Le dije que no era difícil, solo había que ir a un taller literario, siempre usando blusas descaraditas y sayitas rompe nucas, había que separar las piernas en cada clase hasta que el profesor no pudiera más y te besuqueara bien rico. Lo demás era dejarse besuquear bien rico. Por los profesores del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, por el presidente de la sección de narrativa  y poesía de la UNEAC, por los que estén armando antologías, por el que sea. Una se deja besuquear bien rico y punto. Cristiano no sabía a qué me refería con la palabra “besuqueo”. Coito, tener sexo, singueta, follar, le expliqué. Me habían besuqueado tantos tipos que me sabía el significado de la palabra en cada idioma. Claro, no le expliqué a Cristiano que me dejaba besuquear no tanto por la literatura y eso, sino porque era una forma de encontrar el amor. El hambre te obliga a comer, aunque lo que comas no sea de tu agrado. El deseo de amor te obliga a ser besuqueada bien rico, aunque al final no encuentres el amor.

En el lobby del hotel estaba Paco Ignacio Taibo II, acompañado por los miembros de la delegación cubana. Estaban preocupados por mi desaparición repentina, pero al verme llegar con Cristiano quedaron en silencio, sin saber qué decir. A veces yo reaparecía con Haruki Murakami o con Paul Auster, y ellos se tranquilizaban, pues a fin de cuentas eran grandes escritores, pero con Cristiano la gente actuaba de forma diferente; creo que por el peinado, las cejas, o porque se veía en forma, no sé. Paco Ignacio fue el primero que habló, le extendió una mano a Cristiano y le dijo que le había encantado en no sé qué cosa de la Champions. Cristiano, por su parte, le preguntó no sé qué de su última novela. La delegación cubana, sobre todo las mujeres, sacaron bolígrafos y papeles y le exigieron fotos y autógrafos. Mi compañera de habitación en el hotel, Ema Medina Novak Iglesias, apenas lo vio entrar en el hotel, tuvo una contracción vaginal y perdió el apetito. Me pidió seis veces que se lo presentara. Le dije a Cristiano que ella era mi mejor amiguita y él sonrió. Ema le habló lindo, mencionó a un tal Alejo Carpentier, un Lezama Lima, a Virgilio Piñera, Eliseo Diego, José Soler Puig y otra larga lista. Yo no entendía el interés de mi amiguita por “el Cristi”. Ella era diferente a mí. Sabía escribir y se ponía brava si alguien intentaba besuquearla (todavía me pregunto cómo ha podido publicar sus libros). Me llamó la atención el por qué ella se derretía con el Cristi, estaba buenísimo y todo, pero no era para tanto, incluso, para poder excitarme con él tuve que pensar en mi profesora de cuarto grado.

Esa noche, antes de dormir, me explicó. ¿No sabes quién es Cristiano Ronaldo? Hice una mueca. Yo solo sabía de ser besuqueada y eso. Estuvo dos horas hablándome de fútbol, yo no entendí nada, pero cuando me acosté con el Cristi al otro día le dije, así, así, Messi, qué rico. Al Cristi no pareció gustarle mucho eso. Se sentó al borde de la cama y murmuró: No puede ser, no puede ser… Luego se calmó y me dijo que estar con una escritora cubana era lo más suicida que había hecho, pero le gustaba, pues era un reto. Al caer la noche, me dijo que le leyera un cuento mío.

Le leí el único que había escrito, con el que me había dado a conocer en el país, en Latinoamérica y en más de diez países europeos. Se llamaba Singueta en Centro Habana. El Cristi no sabía lo que significaba la palabra “singueta”. Gozadera, templeta. tener relaciones sexuales, le expliqué. Tampoco entendió la primera oración: «El negrón me la clavó riquísimo». Tuve que explicarle; la verdad fue que tuve que explicarle todo el cuento. Nunca me había pasado eso. Los ocho Premios Nobel, seis ministros, cinco premios nacionales de literatura, veintitantos escritores latinoamericanos y no sé cuántos profesores y talleristas que me besuquearon rico después de leer el cuento me dijeron que estaba genial. Solo Cristi no lo entendió. Estuvimos besuqueándonos y «hablando» de literatura toda esa noche. En la mañana, me dijo que se ausentaría para jugar el clásico contra el Barça y que volvería pronto. Nos despedimos en la entrada de mi hotel, a pesar de las mujeres histéricas, los periodistas y admiradores.

Me fui para mi cuarto, pensando en quién sería el próximo que me besuquearía. Sobre mi cama, ramos de flores y bombones de besuqueadores anteriores. Me desnudé lentamente y me di un baño de espuma. Luego me acosté en la cama y empecé a abrir las diferentes cajas de bombones. Un escritor español me llamó en la tarde. Quería presentarme a Andrés Newman y luego llevarme a su casa. Le dije que pasara a buscarme.

Al otro día, en el hotel, me tiré en la cama para comer bombones y esperar por el próximo besuqueo. No volví a pensar en el Cristi hasta que, aburrida, encendí la televisión y empecé a mirar canales. En uno de ellos estaba el Cristi, con su peinado y sus cejas espectaculares. Hipnotizada, lo vi hacer lo suyo. Correr de aquí para allá, saltar, dominar el balón. Mientras lo miraba, mi corazón crecía por segundos. No podía controlarme. Empecé a sentir algo que nunca había sentido. Por si fuera poco, Cristiano marcó un hat trick y me lo dedicó haciendo el gesto que me gustaba cuando me besuqueaba bien rico. Jadeando y estirándome los pelos, caí del colchón, mordí la pata de la cama, grité. Mi boca y mis piernas se abrieron. Temblaba. Lo sentía todo. Fue único. Increíble. Especial. Al fin el amor, me dije.

Estuve embelesada por un tiempo, suspirando y pensando en una posible boda con el Cristi, pero dos minutos después de terminar el partido me llamó alguien para invitarme a cenar, bailar y quién sabe, terminar la noche en su casa. Me vestí rápido y salí del hotel. Estaba loca por ser besuqueada. No aguantaba más.

Zulema de la Rúa Fernández. La Habana, 1979. Narradora y poeta.

Ha obtenido el Premio Abdala de cuento, 2003. Premio Farraluque de poesía erótica y premio del  Centro Provincial de Casas de Cultura, 2004. Premio del Mar, 2006. Premio Juventud Rebelde en concurso de décima escrita Ala Décima 2007. Premio Luis Rogelio Nogueras, 2008. Premio Ernest Hemingway, 2009. Premio Calendario de Narrativa, 2010. Beca de creación “Onelio Jorge Cardoso”, 2011. Premio Glosar a Martí, 2013. Textos suyos han aparecido en diferentes antologías, entre ellas: El equilibrio del mundo y otros minicuentos (Editorial Cajachina, 2006). Todo un cortejo caprichoso (Ediciones La Luz, 2011). Escenarios (AEN, 2012). Los cuerpos del deseo (NeoClub ediciones& Alexandria Library,2012). Como raíles de punta (Ediciones Sed de Belleza, 2013).La vida en papel (Sika S.L.U.2014). El Árbol en la Cumbre (Letras Cubanas, 2014). Sombras nada más (Unión, 2015). Isla en rojo (Editora Abril, 2016). Isla en rosa (Editora Abril, 2017). Tiene publicado La Gata con Botas (plaquette, Ediciones Hipocampo, 2004), La Sobrevenida (plaquette, Ediciones Hipocampo, 2005), Habana Underground (Ediciones Extramuros, 2009) y Cuentos para huir de La Habana (Casa Editora Abril, 2011). Las trece historias del libro Cuentos para Huir de La Habana han aparecido en diferentes antologías y revistas nacionales e internacionales. Ha sido traducida al inglés, al francés, al italiano y al portugués.