Poesía

El ser y la nada

ESE PUERTO ¿EXISTE?

Soy un puerto perdido en mitad del asombro.
Las mujeres atracan en mis muelles,
pero siempre de tránsito.
Unas buscan salvar sus averías
y perderse en el mar.
Otras sueltan o cargan provisiones
y regresan al mar.
Las hay que nacen de mis astilleros
y se lanzan al mar.
El mar, ladino, nunca las devuelve.
O sí lo hace mas yo ya no soy
aquel puerto de antaño, sino otro
obseso por palpar nuevas banderas,
y jamás me percato de que cruzan,
de que anhelan hallar esa bahía
donde no hay un pasado ni un futuro,
donde el presente ni siquiera es real.
Soy un puerto perdido. Y nada importa
salvo esas luces que a lo lejos tiemblan
y no atinan a anclar porque comprenden
que este faro es tan sólo un espejismo,
una trampa del mar.
Soy un puerto perdido en mitad de mis ansias
y no habrá nave alguna que me libre
de saberme un fantasma a la deriva
en la furia del mar.

EL SERMÓN DEL FUEGO1

Y. no llegó en abril, sino en diciembre.
Igual se fue en diciembre.
Pero abril siguió siendo el mes más cruel, pues Y. se iba
para casarse en el abril siguiente con un novio
con quien la compartí durante todo el año
en que ella trajo al caos de mi cauce el fuego de su ser.
“Si no me voy ahora”, dijo, “no me voy a casar:
tengo miedo que él deje de gustarme.
Y aunque tú eres el tipo que mejor me ha singado,
y eres sensible, dulce, inteligente y lindo,
con él tengo un futuro, un proyecto de vida,
y de ti sólo puedo esperar la incertidumbre”.
Yo la dejé partir. No hice ni un gesto para retenerla.
Sólo dije: “Te estás equivocando”.
“Tú también”, respondió, “al dejarme ir”.
Pero, ¿cómo creerle a una mujer que dice no
si cuando dijo sí tampoco le creíste?
¿Cómo dar la batalla que uno sabe perdida de antemano?
¿O acaso uno no sabe, porque nunca se sabe
y andar a tientas es la única luz que no se apaga?
Y. apareció en invierno bajo el lema “No soy una bandida”.
“No me juzgues”, pidió, “déjate conducir por esta selva
de mi mundo interior. No hagas preguntas
cuyas respuestas no puedas o no quieras soportar”.
Al inicio, todo parecía estar bajo control,
pero Y. se enredó en mi rara eficacia como amante
y los encuentros se multiplicaron:
white bodies naked on the low damp ground
and bones cast in a little low dry garret.
Porque, en efecto, nos vimos muchas veces
en un pequeño cuarto de un barrio marginal
que su mejor amiga le prestaba en horas de trabajo.
Para llegar subíamos a ómnibus atestados de gente sudorosa,
cruzábamos por calles llenas de polvo y zanjas malolientes;
y mientras nos amábamos sentíamos las voces en la acera,
pitazos de automóviles, motores y hasta a alguna vecina
que, molesta por los ayes orgásmicos de Y., preguntara en un grito:
“¿Qué te duele, niña?” Fatigados, desnudos, comíamos después
de cuatro o cinco horas de sexo iconoclasta,
las cosas que sacábamos a ocultas de su casa y la mía.
Perdimos la noción del espacio y del tiempo: su novio, mi mujer,
la gente que miraba con suspicacia nuestra aparición
en cualquier sitio público, dejaron de importarnos.
Fue un año en que vivimos en peligro,
en que nada alcanzaba a consolarnos excepto el estar juntos,
el saciar en el otro las menos ortodoxas apetencias.
Y. casi estuvo a punto de curarme de la promiscuidad:
salvo con mi mujer y con tres muchachitas de ocasión,
no me acosté con nadie en ese año (y eso en mí era menos que increíble);
Y., según me contó, sólo se fue a la cama con su boyfriend
y con una amiguita cuyas tetas usamos a menudo de combustible erótico,
entre otras fantasías pansexuales que nos gustaba urdir.
Pero un buen día Y. se sintió confusa:
se comía las uñas, lloriqueaba, fumaba demasiado;
y when lovely woman stoops to folly algo anda mal,
sólo que siempre no hay hechizos para sanarle la melancolía.
Yo, Tiresias, conocedor profundo del horror de ambos sexos,
perceived the scene, and foretold the rest:
Y. se despertaría del breve sueño con la noticia de que me dejaba,
de que yo era importante pero ella tenía planes y normas que cumplir,
y le haría falta desintoxicarse y continuar el rumbo de su vida.
Y sucedió: Y. se marchó en diciembre.
“¿Qué quiere decir pecio?”, fue su última pregunta.
“No sé”, le respondí, pues no era un buen momento para hablar de naufragios.
Yo la dejé partir. No hice ni un gesto para retenerla,
para atrasar el luto, la zozobra, el no saber qué hacer después de Y.
Yo la dejé partir. Ella quería, aunque intuyera estarse equivocando.
Yo, Tiresias, le permití, vilmente, equivocarse
y me hice a un lado burning burning burning.

1 Canto III de «La guerra baldía»

VIUDAS Y HUÉRFANAS

Un carajal de viudas me he quimbado en todos estos años.

Unas, con el marido muerto —de verdad en la tumba—,
sólo querían consuelo en el espíritu
y algún palito tierno y aburrido una vez por semana.

Otras, con el marido muerto —en la cama, obviamente—,
procuran que les dé mucha cabilla
pero por Dios que no lo sepa nadie,
porque es un hombre bueno, la mantiene
y ella vive en la casa que él compró con dinero prestado.

También lo he hecho con viudas transitorias:
las que mandan su hombre al extranjero
a luchar un barito,
o a arreglar la presunta emigración.
Antes de que él se vaya, todo funciona bien;
yo soy un complemento —circunstancial: de modo, tiempo, número—;
pero después comienzan a extrañarlo
a sentirlo perfecto en su nostalgia,
y huyen, o se buscan otro otro
que vuelva a completar el triángulo deshecho,
mientras ellas le dicen a su Ulises te quiero en Internet
y se hacen sendas pajas en el chat cada tarde.

He sido un mal viudófilo,
casi diría un viudópata,
y las dejo que velen sus cadáveres
con inciensos y velas de colores para que no se pudran.
La muerte ajena termina por sonarme tan ridícula
como mi propia muerte.

Me he acostado también con muchas huérfanas.
Niñas que han visto en mí al señor maduro
que se las va a templar con la maestría
impensable en sus novios rapid transit
y las va a hacer, por siempre,
inmunes al horror de la anorgasmia.

Me dicen papi para sonsacarme.
Papi, al ronronear tras cariño o astilla.
Papi, si acaso me encojono demasiado.
Papi, qué rico, cuando se están viniendo.
Papi, me largo, el día que se van para la pinga;
es decir, el día que se van para otra pinga.

Pero he sido un mal padre.
Nunca les doy dinero.
No las educo bien.
No me enamoro de ellas.

Al final creo que todo se reduce
a una deformación profesional:
soy editor hace más de veinte años
y mi oficio me enseña que a las viudas y huérfanas
uno debe tacharlas sin que le tiemble el pulso.

LEYES DE KEPLER PARA NUESTRA LÍNEA DE ÁPSIDES

Tú eres un cuerpo central no especificado (por discreción, por miedo).
Él es el periápside; yo el apoápside.
Según esta distribución altamente científica, podemos concluir que:

1- La órbita de mi vida alrededor de ti es un eclipse.
2- La línea recta que podría unir mi centro al tuyo pierde áreas desiguales en los desiguales intervalos de tiempo que me concedes para hacer mi recorrido. Por lo tanto, el otro planeta se mueve más rápido y penetra más en ti, en tu alma, porque está más cerca. Yo, más alejado, apenas puedo contemplarte y me muevo al compás del luego, otro día, ya veremos.
3- El cuadrado del período orbital de cada uno alrededor tuyo es igual en años al cubo a la distancia que media entre lo mucho que lo quieres a él y lo mucho que me utilizas a mí, todo eso calculado, por supuesto, en unidades astronómicas.

EL SER Y LA NADA

Io parlo in questa
lingua che passerà.
Andrea Zanzotto

Hablo en esta lengua que pasará
desde este tiempo que pasará
sobre tu amor que pasará
con un Dios que pasará.

Pero no importa:
esta lengua
este tiempo
este amor
este Dios
son mis inaprensibles posesiones
las únicas que puedo
legar sin avaricia.

En el futuro
—que también pasará—
otro ingenuo ha de hablar
en su lengua
de su tiempo
de su amor
de su Dios
que igualmente se escapan
lo abandonan
lo hacen
un ser solo y distinto
en la fría vastedad del universo.

Jesús David Curbelo. Camagüey, 1965. Poeta, narrador, crítico y traductor literario

Licenciado en Filología. Actualmente labora como Director del Centro Cultural Dulce María Loynaz en La Habana. Es profesor adjunto de Literatura Latinoamericana en la Universidad de La Habana. Ha obtenido diversos premios literarios, entre los que se destaca el Premio Nacional de la Crítica por los libros de poesía El lobo y el centauro (2001) y Parques (2004). En 1999 le fue otorgada la Distinción por la Cultura Nacional. Poemas, cuentos, ensayos, reseñas y traducciones suyas aparecen con periodicidad en revistas y periódicos cubanos y extranjeros. Su obra literaria ha sido traducida al francés, inglés, italiano, alemán, checo, neerlandés y chino.