Poesía

La derrota

LA DERROTA

«Uno no se mata por el amor de una mujer»:
escribió Césare Pavese en su Diario, a manera
de adiós, después de llamar a varias putas.
«uno se mata porque un amor, cualquier amor,
te revela tu desnudez, tu miseria, y tu nada».

horas después se suicidó, en la misma habitación
donde lloraba.
es esto lo que importa tal vez:
ni el mundo,
ni las putas,
lo recuerdan.

SALUTACIÓN FRATERNA AL TALLER MECÁNICO

como aquél que tuerce alambres
con sus dedos, dura es la moldura
de mis manos, y duros son también
mis argumentos.
si eres de armadura frágil, si tienes
en tu cuerpo la arrogancia de la leche,
no me demores, lárgate lejos.
siempre que duermo con una mujer
me gusta retorcerle los alambres.

LA MUJER DE MASOCH

le pegaba
uno
dos
tres
cintarazos
y ella se reía.
le pegaba
uno
dos
tres
tironazos
y ella se reía.
de pronto se acercó y le dijo:
«hasta ahora todo va bien, pero
quiero que comiences, de cuatro en cuatro».

LA MAESTRANZA

como su nombre lo indica
Dayana es una puta; pero no
una puta cualquiera: domina
como nadie el Saxo y cuida
con esmero de las niñas. en
las tardes de barrio la escuchaba
soplar para los hombres
que costeaban sus encantos.

una noche, cerca
de mi casa, y plena del alcohol
que bebía los domingos, Dayana
me llamó: “oye muchacho, tienes
la sonrisa y el descaro de tu padre.
tienes el horror de ese gran hijo
de puta”. no le respondí.
rato después caímos en la cama.
sentada ante mis ojos, ponía las
piernas en V, y frotaba con clase
la ranura. su sexo velludo se abría
para mí como una iglesia que
empezaba a ser mi fundamento
y mi envoltura: “tuyo es el reino:
decía, préndelo”.

(a pesar de sus 50, Dayana
retenía grandes restos de belleza,
conservaba entre las piernas
el encanto de la ruinas. sus tetas
y sus nalgas eran duras como
duras son las nalgas  y las tetas
de muñecas).

penetré en un Buque Escuela
que había licenciado a muchos
hombres. una Armada que años
atrás hacía las delicias de mi padre.
“pónmela en el troli: decía,
pónmela rápido maldito”. mi cara
de primera comunión la desataba.
la hacía detonar en ese cuarto, más
ruidoso y frecuentado, que una sucia
terminal terrestre de provincia.

comencé a vivir de sus lecciones.
me enseñó ese sol del mundo inmoral,
un sol oscuro y destrozado. en sus
nalgas  yo aprendí el camino recto.
me compraba ropas y zapatos  y
me hablaba como a un jefe. las niñas
me decían tío y yo era un no sé qué
de 15 años que apenas sabía masturbarse.
su tío, el iniciado, las cuidaba para que
la madre fuera olorosa hacia el trabajo.

pronto me cansé de todo eso.
“el cuerpo de una puta está bien
para una noche, y si sale ok. también
para la otra, pero no la acostumbres.
vete lejos”.  dijo mi padre.
han pasado muchos años.
nada queda de sus días. apenas
una mueca cada vez que la saludo:
“buenas noches belleza”, y me pasa
para el cuarto la más joven
de las hijas.

LA SIESTA

chupando la perilla de una rubia
(una rubia sin nombre), he vuelto a recordar
las ninfas diluvianas de Mantegna.
la nena se estremece, frunce el ceño, alza
y baja las manos como alguien que se ahoga.
el arte de cierto dedo frota el alargado botón
eréctil que humedece el cerramiento de sus
piernas. ojos que no lanzan fulgores verdes,
han visto en mis pupilas  aquella levedad
que hincha a los perros de Terranova.

ni recto ni caído me levanto, ya no soy
el real misterio.
los poetas contemporáneos han abusado
de su inteligencia. los políticos también.
la rubia en su silencio sigue:
no padece nunca
no sonríe jamás.

Oscar Cruz. Santiago de Cuba, 1979. Poeta y editor

Licenciado en Historia por la Universidad de Oriente. Tiene publicados los poemarios Los malos inquilinos (Ediciones UNIÓN, 2007) y Las posesiones (Editorial Letras Cubanas 2010). Ha obtenido, además, los Premios de Poesía Pinos Nuevos 2009 y La Gaceta de Cuba 2010. Es miembro de la UNEAC y la AHS.