Poetas

Poesía de México

Poemas de Alberto Blanco

Alberto Blanco. Poeta y escritor mexicano, Alberto Blanco es conocido por sus poemarios y libros para niños, siendo ganador de becas como la Rockefeller, la Guggenheim o la Fullbright. Blanco es un habitual en eventos culturales de todo el mundo, tanto en Europa como América Latina o los Estados Unidos. Su labor de traducción también ha sido notable y, además, también practica el ensayo. Ha sido nominado al Premio Christian Andersen y parte de su obra ha sido adaptada en forma de música, para la televisión y al cine.

El fin de las etiquetas

La mosca se levanta de la mesa
y domina los cuartos desde el techo,
atraviesa puntualmente el pasillo
que comunica al mar con el espejo.

Penetrante en la luz es su zumbido
una burbuja más dentro del agua…
navegando descubre entre los botes
el borde iluminado del mantel.

El fondo es sucio, lo que mira claro:
esta vida que flota vacilante
con aire de papel, blanco de luz,
nada recuerda ya de las palabras.

El grajo

Un grajo entre las nubes salta
como una mancha de tinta en un cuaderno,
como un pozo sin fondo y sin cubeta
donde el agua se queja mientras grazna.

Sus plumas son carbón para aquel horno
que de las pesadillas se alimenta
y sus ojos un círculo de lumbre
que deja las promesas sin cumplir.

Las alas tenebrosamente abiertas son
la oscuridad del día en la cabeza
y las garras de hierro al rojo vivo
ardientes relámpagos de media noche.

Es la cola del grajo en la tormenta
el triste timón de los desastres
y sus patas invictas escaleras
por donde sube el humo de los siglos.

El pico -por último- es un usurero
clavado en las necesidades de la sombra
con la cresta como una bravata
coronando el negrísimo atavío.

Como un sufrimiento sin alivio
donde la noche inclina la balanza
el grajo es en la oscuridad
un espejo con alas de obsidiana.

Los flamencos

Aquella larga noche
mi sueño me llevó a la alberca
de las luces profundas y los flamencos
prendidos como rosas eléctricas
en el interior de una aguamarina.

Y en la soledad de aquel paraje
comprendí ─dentro del sueño─
que eran otros pájaros
los que soñaban minuciosamente
a los flamencos encendidos.

Vi también a aquellos otros pájaros
que desde un sueño inenarrable
desplegaban la forma de este sueño
acunados en sus plumas de agua.

Y no puedo decir de qué manera,
pero vi que aquellos pájaros soñadores
eran soñados a su vez
─de un modo incomprensible para mi─
por unos pájaros transparentes
en el silencio de la noche,
y que todas estas visiones
cristalizaban en otra luz más blanca.

Un escéptico Noé

Las voces, oigo las voces cantando
en medio del diluvio canciones dulces
con el crujir de las vigas que se mecen.

Es la lluvia que da sueño, la alabanza
del mar cuya paciencia levanta barcos.

El canto es bello, pero la violencia
que el oro y las ricas maderas suscitan,
crece como la duda en la cabeza de un rey.

Es la miseria del hombre que ignora
la vasta permanencia de la muerte.

En esta soledad que nunca conociste
te preguntas por los que se quedaron,
sufres y quisieras tener una respuesta.

Desde la oscuridad llegan los gritos
de los pájaros que nadie comprende.

Pudieron dejar el mundo, pero la morosa
voz de la prudencia, es la red minuciosa
que la araña teje preocupada por su presa.

Los argumentos de la noche son más duros
que el ir y venir de los remordimientos.

Entre los reflejos la imagen de aquellos
que construyeron su casa sobre la historia
de la arena, la roca y el pescado de la red.

La esperanza toca las aguas que ondulando
confunden a la calma con la profundidad.

Nada compensa los soles magníficos,
campos azules coronados de gallos,
el salón de espejos donde parió la cierva.

Hay que ver el silencio de los
animales que escuchan para sentirse menos solos.

Es la música discreta de las vacas
que en su blancura pierden al pastor
y en la hierba aspiran a lo eterno.

De la niebla bajan los cielos grises
y escurre la luz de la primera edad.

Flota sobre los restos el Arca de Noé
que, recostado entre las ovejas, duerme
sin preocuparse por la semilla del mundo.

Sabe que más allá del cielo abierto
comienzan el desierto y el olvido.

El ruiseñor

Ella soñó
hace mucho tiempo
este mismo sueño musical.
Ahora lo traigo a la memoria.

El camino estaba bordeado de estrellas,
los lirios pesaban en plena noche
y ella me sugería la silueta
de un ciprés estremecido.

Del túnel vimos salir a la luna
seguida de otras máquinas brillantes.
Su cuerpo plateado recordaba a las diosas
de la pantalla de la dulce tibieza de aquel verano.

El sigilo de las ruedas se mezclaba con el parpadeo
nocturno de los grillos, el viento enmascarado
y el ruiseñor dramatizado en la maleza.

Conozco muy bien este sueño:
las pausas forman parte de la canción
y un leve temblor recorre nuestros caminos.

Aún podemos escuchar allá, a lo lejos,
la celebración del canto
y risas, danzas…

La alondra

La alondra construye con su canto
topacios inalterados por el vuelo:
paisajes remotos en lo inmediato…

El sol en los viñedos de las colinas
y las últimas sombras en la tierra
bajo el cielo plateado más que azul.

Cristales nacidos de los 4 vientos:
memorias de viajeros que no aceptan
límites a su libertad de movimiento.

El dulce trino en el fervor asciende
dejando abierta una estela luminosa
que recupera lo que parecía olvidado:
lo mejor de nuestro destino personal.

La pasión del vuelo es la clave,
la canción es el espacio
pero el que canta
es el tiempo.

Canción de diciembre

Qué voluntad de permanencia
la de este viejo pirú desabrigado
que contra toda ley se sostiene
de pie sobre el asfalto. Ya tiene
seco el tronco pero tenaz ocupa
el espacio y el tiempo, meciendo
la breve sombra de lo que fue
alguna vez la copa sorprendente.