Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Alberto Girri

Alberto Girri (Buenos Aires, 1919 – Buenos Aires, 1991) fue un poeta argentino. Su primer libro, Playa Sola, lo distingue entre la llamada generación del 40. Su estilo único y personal, no encaja en ningún movimiento concreto. A partir de esta obra, Girri publicó unos treinta libros en los que paulatinamente se desembarazó de la lírica elegíaca y tradicionalista de aquella década.

Su lenguaje se hizo ascético y extremadamente intelectual. Colaborador de la revista «Sur» y del diario «La Nación», llevó una vida monacal, aunque obtuvo amplio reconocimiento en su país y en el exterior. Su poesía provocó admiración y rechazo. Se le llamó muchas veces «árido e incomprensible».

Sin embargo, su apuesta radical por una poesía despojada e impersonal logró convertirse en fundamental para poetas de las últimas generaciones. Publicó entre otros los libros de poesía Coronación de la espera, Poesía de observación, Quien habla no está muerto, Monodias, Existenciales.

Reflexionó sobre su trabajo en El motivo es el poema y Diario de un Libro. Tradujo a numerosos poetas ingleses y estadounidenses, entre ellos T. S. Eliot, Wallace Stevens, Robert Frost, Robert Lowell1​ y William Carlos Williams, con lo que logró dirigir la atención hacia la lírica anglosajona contemporánea en un medio donde gravitaban más los poetas vanguardistas franceses. En la literatura argentina, aunque Girri es muy personal y original, se encuentran algunas similitudes con las obras de Enrique Molina y Olga Orozco.

Para el compositor Alberto Ginastera escribió el libreto de la ópera Beatrix Cenci (basada en la trágica y real historia de la joven Beatrice Cenci) de en 2 actos y 14 escenas.

Su primera esposa fue la artista plástica Leonor Vassena, con quien se casó en 1958 hasta su sorpresiva muerte el 16 de agosto de 1964 a los 40 años de edad.

Puertas adentro

Como Blake con el tigre,
en tu gato no atiendes
a uñas, lengua áspera,
poblados pelos largos,
estrías blancas,
c lo que provocas desde confusa
f hermandad, la pretensión
de que en su vigor está el tuyo,
y de acercarle
elusivos discursos, soliloquios
para un no favorable
ni adverso ánimo,
sin cooperar, sin airadamente
estirarse indicando que apenas
cerraste postigos, cortinas,
él ya captó,
tu agitar antipatías, infatuaciones,
prontuarios de la menuda hojarasca
que en la sagacidad animal
pudiera disolverse,
apremio
por alguien que se mantiene
atado a su especie,
alcanzar
el par donde apoyarte, tu correspondiente;
como Blake y el tigre,
Poe y el cuervo,
Basho y la rana,
recluyéndote a pedir
el benjgno, consolador ajuste
de tu aliento, fatigoso golpe, desazón,
y la prescindencia del libre, que no juzga.

Amazona como lírica

Femineidad cobrando
entonación masculina,
gracia donde resuena
la voz virago,
carne con todo
lo que insinúa de caballo,
vientre recogido,
redonda grupa, ancho pecho,
orejas en punta, cerviz levantada,
crines densas,
la tibia piel y el belfo
en sucesivo mudar, del reflejo
castaño al ceniciento, bayo,
dorado, a manchas…

¡Y la vitanda conclusión

en tu deleite,
un abrazo
que por imprevista alquimia
se agrega también dones histriónicos,
un caballo que además finge
no admitir en su dorso a nadie
que no sea su dueño,
y además la prevención
de perder mansedumbre toda vez
que se lo ceda a otro dueño!

El compañero de los pájaros

Como el amor
que se posa
cada día sobre la ramita
que puede morir

Así brota tu amor
lozano
vigoroso de sol
compañero de los pájaros…

En la agonía romántica

En el mismo escenario
donde hasta avanzado el siglo
los enamorados todavía se buscaban
y estrechaban por lo idílico,
posándose
«cada día sobre la ramita
que puede morir»,
elevóse gradualmente un marco
de gustos crepusculares,
por las prostitutas de lujo
titilante rococó,
baudelaireanas correspondencias,

y allí acechaban

las Lou Andreas Salomé, Alma Malher,
proponiendo que a partir de sus romances,

exaltación de luminarias en ciernes
(el casto Nietzsche, Rilke el joven,
atraídos hacia la órbita de un texto
diáfano ya la vez temible),
caducarían todos los estereotipos
femeninos hasta entonces conocidos,

y en trance ya de esfumarse
para siempre hasta el más leve
rastro del bíblico infundio
que asegura que la mujer no tiene
potestad sobre su cuerpo.

Elegía en vida

Intenta dibujar un león
y logra un perro,

cuando siente hambre cree
calmarla dibujando pasteles,

si dibuja una serpiente
le agrega patas,

al concentrarse
en un grano de mostaza, cabeza
de alfiler que crece en arbusto,
dibuja una higuera, lo estéril,
leño seco destinado al fuego.

De preguntársele por qué,

hallaría que son confesiones, desajustes
documentando sus fallas,
un orden visual
para simbolizarlas,

primero la imagen

de su débil fuerza en las ambiciones,
luego la de su vocación por lo ilusorio,
luego la de su placer de deformar,

y en conjunto la imagen

de su extravío, incapacidad
de ofrecer frutos legítimos,
tal un árbol que no los da
así haya estado siempre junto al agua.

Lírica

Lo no previsto,
lo que con nombre de sarcasmo:
novísima luna de miel,
arrastras por dentro,
y que afuera, juzgado y aislado
desde ciencias del comportamiento,
merecería rótulo más cierto,
el de novísima
erotización del vínculo,
transparente caso, muy sabido
de acuerdo con estadísticas,
noticias sueltas, cuadros personales,
y que tan por sorpresa
como se instaló se revertirá,
una tardía
exaltación que en la casi penumbra,
receptáculo de los desposados,
toca a pagar, te toca
corresponder con el recelo de que acaso
no transcurriera sino en ti,
y ella intacta, lo femenino
examinándote, sobrepasándote
a fuerza de no conocer altibajos,
la femenina complacencia
de resistirse a transformaciones
de alta tensión y débil intensidad
en baja tensión y gran intensidad.

Paráfrasis

Lc. 11, 5

Mejor vecino cerca
que hermano lejos,
para cuando, de improviso,
en tardías horas pedirle el pan
de agasajar a tus amigos,
y te responda
como quien se libra de un importuno
y no cae en descortesía, desvergüenza,
y aunque tuvieras
que golpearle con tesón, no dejarte
despedir, asustar desde palabras duras,
hasta que por tus manos abiertas,
rejas alzadas ante los ojos,
se filtre esa luz de la dádiva,
tus pasos atravesando cerrojos,
reverberación de tus voces
haciendo que tiemblen los cuartos.

De no ser así, ¿lo llamarías
vecino, o siquiera medio vecino,
creerías en tu oportunidad,
si no escrita, insinuada por el Evangelista,
de que al contar lo recibido, panes y no piedras,
haya de haber un número mayor
que el que rogaste en préstamo?

Poema con un poema

Del emperador

que desvalido se adormece
en su jardín,
tiene algo este
anciano a quien súbitamente
el deseo,
huésped no invitado,
vuelve, persiste en sacudirlo.

También se amodorra,
y los dos son como gatos,
no les importa
sino sobrevivir;

pero en su precario retiro

el viejo no enhebra canciones,
y en lugar de ir entreviendo
ejércitos que incendian y destruyen
concita sobre él un retorno
en procesión de bellezas
ahora agrias,
cada cual mostrándole
la forma de un triángulo
allí donde hubo un sexo,
todas
semejantes
a las tardías flores
que en el imperial jardín
aguardan el invierno.