Poetas

Poesía de México

Poemas de Alberto Ruy Sánchez

Alberto Ruy Sánchez. Realizó estudios cinematográficos y se licenció en Ciencias y Técnicas de la Información por la Universidad de México. Vivió en París entre 1975 y 1983, licenciándose en Filosofía y doctorándose en Comunicación en la Universidad de París VII. Director de la revista Artes de México, de gran predicamento en Latinoamérica, ha sido profesor invitado en varias universidades americanas.

Es autor de ensayos, poesías, cuentos y novelas. En palabras de Octavio Paz, “Su escritura es nerviosa y ágil, su inteligencia aguda sin ser cruel, su ánimo compasivo sin condescendencia ni complicidad”, “Su lenguaje es el tacto, el sentido que implica a todos los demás”. Ha recibido numerosos premios y reconocimientos internacionales.

ENTRE TRES ÁRBOLES

Tres árboles.
La lluvia nos detiene
bajo sus ramas.
Como ellas,
nuestras miradas se cruzan.
Y el sol nos toca
mientras se esconde.

Me pierdo entre tus brazos
y tus piernas
como quien se hunde
en un bosque
del tamaño de la noche
que comienza.

Perdido en ti
te encuentro.

Tu mirada me guía
de tus bosques
hacia tus mares.
Tu olor me envuelve
y me anticipa
lo que es
estar en ti,
entre los muros movedizos
de tu cuerpo:
en esa cámara obscura
donde me inicias
al deslumbramiento.

Encerrado en ti
vuelo contigo.

Tu piel es mi piel
por un instante.
Y es mi casa y mi bosque
y es mi mar y mi mundo.
Y esa noche
eres mi universo.
Y si salgo de ti
y te miro y te toco,
giro de nuevo
en tu fuerza:
atracción
que me trastorna.

Entro al ámbito
del poder absoluto
de tu belleza.

Nunca saldré
De tu bosque triangular.

Del espacio
posesivo
de tu fuerza.

EL RECLAMO DEL COLIBRÍ

Dejaste que el sueño te invadiera
como un río metiéndose en tus venas.
El sueño del silencio, el de la noche larga.
Y al despertar te fuiste con el sueño.

Vamos a enterrar lo que olvidaste:
tu rostro sin llanto ni sonrisas,
tus manos sin fuerza ni ternura,
tus pies sin pasos,
tus ojos hacia adentro,
tu boca sin hambre,
el frío que te cubre como un velo invisible,
el dolor que ya no sientes y nos dejas.

Pasaremos por aquí sin verte.
Nos sentaremos en tu silla.
Dormiremos en tu cama.
Ven por las noches a conversar en sueños
para hacernos sentir que no te has ido.

Las alas del colibrí que alimentaste
te mencionan, te reclaman:
en el viento estará tu nombre escrito
siempre nunca, nunca siempre.

APARECIDA

Vuelves a mí,
al abismo de mis manos,
a la orilla
del sonido
de la sangre
de mi cuerpo,
y me dejas escuchar los pasos
veloces
de la tuya.

Pego el oído
a tu piel
(la mía es la prisión
de tu presencia)
y escucho en ella
el murmullo
de un río en la noche,
los secretos en tumulto
de un corazón
que ya no late
hacia mí.

Pones tu sonrisa en las manos de mis ojos,
pones tus manos en mis hombros,
tus pies
se enredan
en mis piernas,
se anudan
como serpientes en celo
y tu mente
en el mar de aquel olvido
donde flotan
nuestras frases
nuestros quejidos
nuestros anhelos
de eterna conmoción
nuestra certeza
de ser indisolubles.

Te vas así
cuando te acercas
y al irte
me dejas
más cerca de ti.

Mi piel es la prisión
de tu presencia

DÉJAME SER EL LOBO

Desde el lado obscuro de tu piel
me iluminas.
Déjame ser el lobo
-sombra de sed y perro y hambre-
que entra en la noche
de tu cuerpo
con pasos humedos,
titubeantes,
por tu bosque incierto
-tu olor a mar me guía
hacia tu oleaje-
para tocar adentro
la luna creciente,
de tu sonrisa.

Déjame conocer
-con lengua incluso-
la obscuridad
más honda,
la más callada,
e invocar
con movimientos
repetidos
-rituales-
la luna llena
de tu cuerpo,
la que me lleva a ti
como si yo fuera,
en tus manos,
agua
que conviertes
en marea
iluminada.

Marabunta

Cuando te miro
me crece
un ejército de hormigas.

Avanza rumoroso por mis manos.
Me estira la piel.
Se anuncia, no me deja.
Desde mis piernas respiran
un aire diminuto, entrecortado.

Desde el fondo
de mi vientre
presienten la obscuridad
más húmeda
del tuyo.
Como un sol negro
las hipnotizas.

Te huelo y
mis hormigas
se trastornan,
se tambalean.
Te toco
¿o sueño que te toco?
y corren enloquecidas.

Desde el fondo
de mi sangre
apresuradas,
sueñan
que hunden sus dientes
en tu carne,
y en la mordida sienten
tu parpadeo.

Crece en el aire
la anchura palpitante
de labios largos
entre tus piernas,
enrojecidos.

Tu más bella flor
carnívora
saborea sin cesar
el paso tenaz
demorado y repetido
de todas mis hormigas.

Adentro
te descubro
hecha de hormigas negras
desquiciadas,
tan necias como las mías.

En el espejo doble
de hambre y sed
y sed y hambre
que ilusamente llamamos
nuestros cuerpos,
tus hormigas y las mías,
se topan boca a boca.
Se reconocen o se imitan,
se devoran o se extravían
confundidas

entre tantas hormigas
tan mordidas.

DECIR SIN DECIR

La boca que dice
es sexo que canta.
Decir es desear
y tocar con manos invisibles.
Decir es saborear al mundo
y ser devorado por él.
Decir es entrar en la selva
con los ojos cerrados.

Decir es soñar y actuar el sueño.

Decir consume nuestro aliento
pero nos da existencia.

Decir conjura las ausencias.

Decir es parvada de nubes
y polvo en estampida.
Decir hace llover, apaga estrellas,
retira mares, rompe piedras.

Decir es música muy lenta.

Decir nos conduce al fondo
del silencio:
a un abismo habitado
de deseos.

Decir es y no es.