Poetas

Poesía de México

Poemas de Alejandro Aura

Alejandro Aura, nacido en la vibrante Ciudad de México el 2 de marzo de 1944, fue mucho más que un hombre de letras: fue un poeta, ensayista y dramaturgo cuya creatividad trascendió fronteras. Su legado no solo se refleja en su vasta obra literaria, sino también en su incansable labor como promotor cultural. Aura, hijo y padre de talentosas actrices, y empresario visionario, dejó una huella indeleble en la escena cultural mexicana.

Su pluma inquieta dio vida a una amplia gama de géneros literarios. Desde cuentos como «Los baños de Celeste» hasta obras de teatro como «Las visitas«, Aura exploró los recovecos más profundos del alma humana con una sensibilidad única. Su poesía, recogida en colecciones como «Volver a casa» y «Poeta en la mañana«, revela la riqueza de su mundo interior y su profundo vínculo con la naturaleza.

Como hombre comprometido con el arte y la cultura, Aura desempeñó un papel crucial en la promoción de espacios culturales y la creación de grupos de lectura en la Ciudad de México. Su legado como fundador del teatro-bar El Hijo del Cuervo, junto con Carmen Boullosa, es testimonio de su visión innovadora y su pasión por el arte escénico.

El 30 de julio de 2008, Alejandro Aura partió de este mundo tras una valiente batalla contra el cáncer. Sin embargo, su voz sigue resonando en cada página de sus escritos y en los corazones de quienes tuvieron el privilegio de conocer su obra. Con un estilo poético y reflexivo, Aura nos recuerda la fugacidad de la vida y la importancia de dejar una marca indeleble en el mundo, como las plantas que crecen y los pájaros que vuelan, dejando tras de sí un legado de belleza y significado.

Pera

Estaba yo pelando una pera muy quitada de la pena,
contenta de ir a servir de desayuno,
cuando de pronto noté el poco pudor
con que se dejaba eliminar la vestimenta
y cómo soltó en humedad que me escurría por lo dedos
un jugo lúbrico que me pedía cierto pudor que en esta
materia ya he
perdido
y no por eso la sentía menos densa y dulzona
acomodarse a la temperatura de mi mano;
la nombré suavemente la reina de las frutas,
la chupé, la mordí, la hice mía
y escribo su nombre para que no se borre en la memoria
de los
siglos: pera.

Las casas terrestres

1

Amplio,
como el más amplio amor
es el espacio
donde las montañas
dan de sí su cuerpo elaborado;
sobre uno de estos senos de la tierra
pone su mano el sol
y se levanta.

2

Al vapor de la mañana
hundí mis ojos,
toqué árboles, arcilla,
toqué elcolor con ellos,
toqué las pieles de las frutas,
las lenguas ásperas toqué
de los ganados
usando de dulce la verdura
en la humedad mis ojos se perdieron
con la dicha.

3

Detén tu espesa y húmeda maraña,
viento;
párala un poco
mientras pasan mis ojos
a peinar la cabellera tenue de la luz.

4

Ay la rosa
fragante de
mi corazón
despedazada
por el amor
de la
ciudad,
amortajada
en humo,
desodorizada
ay la rosa.

5

Ponme una mano
en los ojos
para
ya no estarme viendo,
porque si sigo
me voy a estrangular
de rabia
que me tengo.

6

En la inmensa forma
de la noche
aparece la luna
para hacer constar
que el universo
es harto palpable,
como el cuerpo.

7

Por supuesto, que no creo
en la reencarnación.

Pero me gustaría saber
si naceré de nuevo.

Sólo por decidir qué cosas
puedo dejar para después.

8

El mal,
una naranja oscura;
el bien,
una clara naranja.
amor mío,
libérame.

9

La palabra
es lo menos,
es el cuchillo con que se corta
la sandía.

10

Mis ojos
como burbujas
se me deshacen
en las manos

Tengo en la garganta
un nudo ciego.
Voy a echarme
a volar
dentro de poco tiempo.

11

No hay nada más definitivo
aquí estoy puesto nomás
como una verruga
en la espesa nariz del mundo
y no hablo
sino para hacer que el tiempo
se detenga
y no llegue nunca
a la catástrofe final.

12

Con el dedo meñique
me rasco el corazón;
esta casa que hicimos,
estos muros cubiertos,
qué de color, qué de
violento gusto colgado
en las paredes.
Hasta los pisos
están llenos.
Este laberinto en el que
ya no nos perderemos
ni de chiste.
Mientras tú estás dormida
y sueñas que me voy,
yo sueño que me voy.

Triste

No se puede escribir si se está triste,
el oficio se atasca, predomina la línea pedregosa
por la que no puede fluir ni una palabra cierta,
el paisaje es escombro de nombres sin sentido
y los ojos erráticos no se pueden fijar en cosa alguna,
transcurre un coche despacio por el siglo pasado de la
ventana
y se lleva arrastrando la poca magia que la imaginación,
sirvienta remolona del deseo, estaba queriendo construir
y queda sólo un tiradero de añicos vidriosos y salados,
no hay nada tan triste como un poeta triste
tratando de escribir en su tristeza.

La rosa amarilla

Se encendió la rosa fulgurante
afuera de la ventana,

ha estallado una rosa,

parecemos las víctimas del incendio,
azorados, ávidos de su belleza.

Ahora todo tiene
color, contraste, vuelo.

Vengan a ver la rosa, vengan,

tiene un grito amarillo despiadado,
es un lujo, es una enhiesta vara
para golpear el cielo,

vengan a la rosa amarilla
que nos dejó perplejos
vengan a ver la rosa mía.

Duración de las naves

Y por último, pensemos en los barcos, ¿cuál ha perdurado?
¿No son acaso continentes perfectos que reproducen
las contradicciones todas de la materia?
Cómo es eso que madera y aire no se disuelvan en el agua
y sin embargo, ¿cuál ha perdurado?
Se planta el barco en el agua y jamás echa raíz
navega, boga, orza, hace la mar singlando
y a pesar de tan bellas y móviles palabras, ¿cuál barco ha perdurado?

Cada siglo de los muchos que ya vamos llevando se han construido barcos a millares, cascaritas, cuencos, jícaras marinas,
o palacios, fortalezas, ciudades que navegan
y sin embargo, ¿cuál ha perdurado?
¿No toda nave ha sido por las tormentas sacudida,
en los escollos despedazada,
contra las rocas con que la tierra intenta su defensa
arrojada hasta ser puros añicos su soberbia?

En estos tiempos ¿no vimos cómo el mayor trasatlántico se hundía,
cómo su soberbia lo llevó a la metáfora de un iceberg
y con él se perdió cuanta riqueza embarcarse pretendía?
Y el otro, el submarino, ¿no lo vimos con nuestra respiración entrecortada
perder el aliento y la esperanza de quienes lo tripulaban?
En la lista invencible del tiempo, pues,
¿cuál, cuál barco, me pregunto, ha perdurado?