Poetas

Poesía de España

Poemas de Alfonso Canales

Alfonso Canales Pérez-Bryan (Málaga, 1923 – ibídem, 18 de noviembre de 2010) fue un poeta y crítico literario español. Fue presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo y miembro correspondiente por Andalucía de la Real Academia Española y de la Real Academia de la Historia. Su biblioteca de casi 20.000 volúmenes es una de las más importantes de Málaga.

Oh Aquellos Días Claros

Oh aquellos días claros de mi niñez, aquellos
días entre jardines, entre libros y sueños,
a qué poco han quedado reducidos: las piedras
brillantes al sol alto del dulce mediodía
—¡qué amarilla se ha puesto de aquel sol la memoria!—,
las pequeñas calizas, los cuarzos y pizarras
polvorientas, suaves, bajo los almecinos,
aún tienen un rescoldo de recuerdo en mis manos;
el jazmín del estío -¡qué fue de aquella nieve!-,
que daba olor de fiesta a la tranquila noche,
aún lo siento en el pecho, cuando cierro los ojos;
y el rumor de las olas, lenta, lejanamente,
en mi interior florece cuando llueve el silencio.
Calor, olor, rumores: a qué poco han quedado
reducidos los días lejanos y felices.

A veces el sonido de una piedra, cayendo
en una verde alberca, me hace creer que nunca
debió formarse un hombre sobre aquel que gozaba
sobresaltando aguas tranquilas. Y quién sabe
si hoy, corriendo esas aguas hacia mares futuros,
también piensan que nunca debieron de ser ríos.

Razón De Amor

Todo buen poema de amor es prosa.
T.S. Eliot

Porque estás ahí delante -siempre delante, eso sí-,
pero confieso humildemente que no puedo encerrarte en
un cauce.
No sé cómo poner música a la música,
como dar olor al jazmín,
color al sol que se hunde por la tarde,
como quien dice: esto se ha acabado,
no esperen ustedes que salga mañana por la mañana.

Yo no sé si me explico,
pero es que hay cosas que no son para cantadas,
sino para dichas llanamente, después de tomar una
cerveza.
-Está lloviendo-, apunta uno:
y en dos palabras se encierra un terrible suceso,
algo que hiere los tejados.
y deja caer sobre los charcos más lágrimas
de las que pudieran derramar los humanos ojos,
incluso poniéndose en lo peor de las cosas.
-Es de día-: y con ello
entra el sol en el alma, como una aguja caliente,
y nos sentimos seguros de que, por el momento,
Dios no nos olvida.

Y así con el amor
uno vive, viviendo.
Uno olvida que, cada día, Dios nos pone tierra
bajo los pies,
aire sobre la boca y azul en las pupilas.
Uno olvida que el corazón se apoya, cada día,
como un blando sillar,
en otro corazón.

Y cuando se cae en la cuenta de todo
-esto no sucede a menudo-,
resulta imposible medir un verso con los dedos
Un gran tajo circunda a los amantes,
y lo demás puede decirse en dos palabras.

Planta Tuya

Tierra mía, florido campo en el que
sepulto mi raíz, los ojos quedan
en la copa, mirándote, y aún viven
la ocasión más que el resto de la carne
vegetal, o se inclinan con la espiga
que el viento del amor amaga, y besan
vibrátiles el muro de las sombras
desde las que me surto de divina
majestad. Tierra mía, acariciada
tierra mía, gritante tierra húmeda,
avariciosa de simiente, canta
tu júbilo, derrama tus olores
íntimos, al contacto con mi agudo
aspirar, toda labios, toda grieta
manante, pues adviertes que progresa
mi condición hasta animal hombría,
y sabes que te sé, campo de urgente
roturación, llorando por mi savia
de hoy. Enredaderas son los tallos
ya, gestos concentrados, brazos, muslos
que atenazan o rozan levemente
con unción, esperando el cataclismo
que nos habrá de sepultar en una
profundísima falla. Suenan músicas,
mas no se oyen. Se alzan las paredes
del mundo, y no se ven. Se prueban todos
los caminos, se afinan los violines
recónditos, e irrumpe la añorada
melodía infinita.

Navegación De La Tristeza

Acediae impugnationem non declinando
fugiendam.

Casiano

Cuando en el río de soledad que, a veces, nos recorre,
un álveo seco, piedras
con huella de lavados imposibles,
verano interminable de guija al sol, de insecto al sol,
de raíz sin esperanza,
notamos una barca por la greda,
que aventa el polvo con los remos podridos de carcoma,
sola bogando, hincando
el astillado palo entre costillas
de calcinadas reses,
es él quien anda.

Y ara
acompasadamente en nuestro espanto,
contra todos los peces,
frente a todos los panes
que son objeto de milagro para las extasiadas muchedumbres.
Él, es él quien navega
entre lo innavegable,
forzado del hastío, entre esturiones de granito y lava.
Él, él, quien contusiona
la brizna
pajiza de la caña, la hoja
terriza de los álamos,
desesperada del ayer que puso
su palma al cielo.

Entonces no hay que huir, hay que sentarse
a ver pasar las malas horas,
la simiente libada por arañas,
por escorpiones y por buitres
que intentan la corola del esparto,
en un invierno sin nieve,
para una miel de cieno que en lentas olas cunde.

Entonces detened la fluxión de la arena,
orad, decid detente,
armaos de los prestigios
que aporta la memoria de las flores;
desanudad las sogas de los cuellos,
que somos para algo,
y evaporad la imagen del Maldito
evocando al Señor, tres veces puro.

Casilla de Blas

Entrada ya la noche,
empapado el desmonte por la lluvia reciente,
trepábamos por él, y el mismo ramo
vencido de mimosas nos despeinaba. Luego,
siempre, en silencio, hacíamos
en el repecho un alto, y te miraba,
enamorada cómplice, mientras tomaba aliento
(¿necesitaba aliento entonces yo?) y fingía
actitudes seguras. Revelaban las cosas,
desasidos los ojos de la luz, los detalles
precisos, y la puerta de pino marchitado
gritaba levemente. Entrábamos. El suelo
era terrizo y sin mullir, y nunca
era adoptado de improviso para
aquello que veníamos
a hacer. Se demoraba nuestra entrega a su duro
(¿pero había dureza en algún sitio entonces?)
regazo. Nos amábamos,
nos abrazábamos de pie, ajustaban
con frenesí los cuerpos las esperas
vencidas, como si de muy distantes
extremos nos hubiéramos lanzado
al encuentro. Encendíamos un fósforo
más tarde, y nos hacíamos los nuevos
en la reconstruida situación.

Las paredes
de tablas ripias siempre nos mostraban
las mismas vetas grises, los idénticos
nudos vaciados, las usuales lágrimas
de orín: cuerpo de Blas. ¿Quién había sido
aquel Blas que entregaba sus despojos,
su piel de ofidio puesto
a la moda de estío, a unos amantes
secretos? Ya murió. Pero vivíamos
por él ahora en su barraca hecha
a fuerza de morir. Y había gemidos
de goznes oxidados, saltos súbitos
de su leña secándose, palabras
de su antiguo contorno que asentían
a nuestro susurrado
decir.

Blas era un guarda
(¿a quién guardaba Blas?) de noche (¿de qué
noche?) a quien un mal día
se le acabó el trabajo. No pensemos
más en Blas.

Sobre el suelo de los pasos
de Blas pusimos telas y papeles,
caricias y manjares raros. Edificamos
sobre el suelo de Blas la retorcida
torre que somos hoy. Sobre la muerte
de Blas se han levantado nuestros hijos
de hoy: y cuando no se nos parecen,
cuando se ausentan de nosotros, bullen
en otras casas que improvisan, pienso
que tal vez sean los hijos
de aquel buen Blas que nos dejó la suya.

Soneto

En el que el poeta toma prestadas las palabras
de John Donne para desabrigar infundados temores…

¿Qué haremos en invierno -me preguntas-,
sin un mal cobertor que nos defienda
del frío? ¿ Qué participada prenda
abrigará las desnudeces juntas ?

No te sé contestar. Y descoyuntas,
pura, abierta, entregada a la contienda
del amor, ese cuerpo, a suelta rienda.
y se me escapa el alma por las puntas.

Aún es verano, y la calor es tanta
que no comprendo la frialdad. Y sudo
cuanta humedad rehuye la garganta.

¿Pero existe el invierno? ¿Y es tan crudo
su rigor? Si es así, ¿qué mejor manta
para tu desnudez, que, yo, desnudo?

Pájaro Herido

Vuelo inútil: la luna ya ha perdido tu espíritu
y tu canto ya tiene por estela el silencio.
Pronto, estrella llovida, recipiente de nada,
nublarás unas flores o el brillo de una piedra.

Ni un rumor, ni una lágrima multiplican tu muerte,
ni un suspiro da eco tristemente a tu pico:
nadie siente que pierdas tu lugar en el aire
y que, al igual que duermen peces entre las olas
y hombres entre la tierra, no tengas tu descanso
en los azules vientos que acarician tus alas.

Y las nubes ya saben que es tu último,
y que, pronto tu boca la canción de tu vida
cantará silenciosa: pero guardan su llanto,
pero guardan su llanto para los olivares.