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Poesía de España

Poemas de Amalia Bautista

Amalia Bautista, una destacada poetisa española, nacida en Madrid en 1962, se ha convertido en una voz inconfundible en el panorama literario contemporáneo. Con una licenciatura en Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, Bautista ha trascendido los límites de la geografía y la lengua con su prolífica producción poética.

Su carrera literaria ha estado marcada por una serie de obras notables que han ganado el reconocimiento de la crítica y el público por igual. Entre sus publicaciones más destacadas se encuentran «Cárcel de amor» (Renacimiento, Sevilla, 1988), «Cuéntamelo otra vez» (La Veleta, Granada, 1999), «Roto Madrid» (Renacimiento, Sevilla, 2008), «Coracao desabitado» (Averno, Lisboa, 2018), y «Azul el agua» (La Bella Varsovia, Madrid, 2022), por mencionar solo algunas. Sus versos abordan una diversidad de temas, desde el amor y la ausencia hasta la identidad y la introspección, siempre con una prosa poética cautivadora y emotiva.

Amalia Bautista no solo ha dejado una huella en el ámbito literario, sino que también ha contribuido a la promoción de la poesía española a nivel internacional. Parte de su obra ha sido traducida a idiomas como el italiano, el portugués, el ruso y el árabe, lo que ha permitido que sus versos alcancen audiencias globales.

Su influencia se extiende más allá de sus propias creaciones, ya que también ha editado y seleccionado obras de otros poetas, como la antología poética de Rosario Castellanos, «Juegos de inteligencia» (Renacimiento, Sevilla, 2011).

Amalia Bautista es una figura destacada en la rica tradición de la poesía española y su legado perdura en las páginas de sus libros y en la admiración de aquellos que encuentran en sus versos una fuente inagotable de emociones y reflexiones profundas. Su obra sigue siendo una contribución valiosa al mundo de la literatura y la poesía contemporáneas.

Desnudo de mujer

Para ti nunca fui más que un pedazo
de mármol. Esculpiste en él mi cuerpo,
un cuerpo de mujer blanco y hermoso,
en el que nunca viste más que piedra
y el orgullo, eso sí, de tu trabajo.
jamás imaginaste que te amaba
y que me estremecía cuando, dulce,
moldeabas mis senos y mis hombros,
o alisabas mis muslos y mi vientre.
Hoy estoy en un parque, donde sufro
los rigores del frío en el invierno,
y en verano me abraso de tal modo
que ni siquiera los gorriones vienen
a posarse en mis manos porque queman.
Pero, de todo, lo que más me duele
es bajar la cabeza y ver la placa:
«Desnudo de mujer», como otras muchas.
Ni de ponerme un nombre te acordaste.

Caperucita roja

Al otro lado de este bosque inmenso
me espera el mundo. Todo lo que he visto
sólo en mis sueños tiene que esperarme
al otro lado de este bosque. Es hora
de ponerme en camino, aunque el viaje
se lleve varios años de mi vida.
De pronto escucho aullar la voz de siempre,
la que siempre ha logrado detenerme:
«Al lado de este bosque, niña,
sólo espera la casa en la que mueres».

Vamos a hacer limpieza general

Vamos a hacer limpieza general
y vamos a tirar todas las cosas
que no nos sirven para nada, esas
cosas que ya no utilizamos, esas
otras que no hacen más que coger polvo,
las que evitamos encontrarnos porque
nos traen los recuerdos más amargos,
las que nos hacen daño, ocupan sitio
o no quisimos nunca tener cerca.
Vamos a hacer limpieza general
o, mejor todavía, una mudanza
que nos permita abandonar las cosas
sin tocarlas siquiera, sin mancharnos,
dejándolas donde han estado siempre;
vamos a irnos nosotros, vida mía,
para empezar a acumular de nuevo.
O vamos a prenderle fuego a todo
y a quedarnos en paz, con esa imagen
de las brasas del mundo ante los ojos
y con el corazón deshabitado.

Al cabo

Al cabo, son muy pocas las palabras
que de verdad nos duelen, y muy pocas
las que consiguen alegrar el alma.
Y son también muy pocas las personas
que mueven nuestro corazón, y menos
aún las que lo mueven mucho tiempo.
Al cabo, son poquísimas las cosas
que de verdad importan en la vida:
poder querer a alguien, que nos quieran
y no morir después que nuestros hijos.

A dieta

Me acosté sin cenar, y aquella noche
soñé que te comía el corazón.
Supongo que sería por el hambre.
Mientras yo devoraba aquella fruta,
que era dulce y amarga al mismo tiempo,
tú me besabas con los labios fríos,
más fríos y más pálidos que nunca.
Supongo que sería por la muerte.