Poetas

Poesía de Estados Unidos

Poemas de Ana Castillo

Ana Castillo (15 de junio de 1953) es una novelista, poeta y ensayista estadounidense con ascendencia mexicana.​ Su trabajo se centra en temas como el racismo, la xenofobia y el clasismo. Su novela Sapogonia fue nombrada como uno de los libros notables del año en el New York Times. Es editora de La Tolteca, una revista de contenido literario y artístico. Ha ganado una gran cantidad de premios y condecoraciones, incluyendo el American Book Award de la Fundación Before Columbus por su primera novela, The Mixquiahuala Letters, un Premio Carl Sandburg y un Premio Mountains and Plains Booksellers.

Algo de ti

Algo de ti
me recuerda a casa;
no la de hoy,
la de otros tiempos–
Las tortillas de la abuela
sobre su comal ardiente;
el perfume de la bugambilia
en el jardín.
Tus pestañas estrelladas–
de niñez
como las estrellas mismas
que contemplaba yo, me parece
hace siglos ya.

El legado de Coatlicue

(Para las discípulas)

Soy hija de Coatlicue
y princesa reinante,
pero a veces lo olvido.
A veces alguien levanta una mano
que golpea mi cara con saña
y olvido
que en mi interior
tengo la palabra y
mañana él estaría muerto.
Ningún médico lo habría evitado.
Su madre mortal, fuera de sí.

A veces olvido
que todo cuanto necesito es decirla
pensarla
respirarla
soñarla
y la vida habitará el borde de mi falda de piedras,
una pluma a la deriva
con la fuerza de cuatrocientos guerreros.
Esperando a que abra mis piernas
como una araña palpitante
EMPUJAR
del cielo al infierno
EMPUJAR
el alma de Dios a través de mí
EMPUJAR
el sol hasta la China
EMPUJAR
el eje de la Tierra
hasta que ruede cual peonza.

Y la vida está en mis manos,
chupando de mi pecho,
creciendo al ritmo de mi corazón latiente,
al calor de mi barriga palpitante.
Muerde ese cordón o no lo hagas
escupe los esqueletos de chicos malos
—o cágalos—
que no aprendieron a honrar
a la Mujer,
pero La temen por igual.

A veces olvido,
cuando he sido abusada y violada
hasta la muerte,
que la mía es una cólera terrible.
Y que la sangre empieza
y acaba entre mis piernas.

Pido lo imposible

Pido lo imposible: ámame para siempre.
Cuando se extinga el deseo todo, ámame.
Ámame con la firme obstinación de un monje.
Cuando el mundo entero
y todo lo que estimes sagrado te advierta
contra ello: ámame aún más.
Cuando una furia innombrable te sobrecoja: ámame.
Cuando cada paso de tu puerta a tu empleo te canse…
ámame; y de tu empleo a tu hogar de nuevo, ámame, ámame.
Ámame cuando estés hastiado…
Cuando cada mujer que veas sea más bella que la última,
o más triste, ámame como siempre lo has hecho:
no como un admirador o como un juez, sino
con la compasión que reservas para ti mismo
en tu desamparo.
Ámame como te deleitas de la soledad,
la anticipación de tu muerte,
los misterios de la carne, sus desgarros y enmiendos.
Ámame como al más venerado recuerdo de tu infancia…
y si no hay uno en tu memoria…
imagínalo, y déjame habitarlo contigo.
Ámame marchita como me amaste plena.
Ámame como si Yo fuese para siempre…
y yo, haré de lo imposible
un simple acto,
amándote, amándote como te amo.

Vuelos de Eternidad

Recuérdame feliz con mis coletas,
y mis leotardos rojos y aquel brillo
del charol del domingo
en mis zapatos nuevos.
Y recuerda también
la misa perfumada de las once,
tu presencia distante, pero cierta,
la breve curva del agua rendida,
la cita con el puente y sus regatos,
la nobleza de un aire
festejado de soles.

-Ahora cabalgo nubes que no nombro
y está el puente poblado de ojos nuevos
que no podrán saber de tu prestancia-.

Olvida
aquel momento triste en que, sumida
en medio del bullicio, me ausenté;
mis pupilas oscuras, tan lejanas…,
inmolando el azul de la mañana;
mi huida hacia el remanso del olvido;
la pulsación sombría de las aves
que acecharon, tenaces, mi regreso.

Olvídalo. No importa.
Sólo importa que fui
voraz caleidoscopio de ilusiones,
libro que estaba abierto a la escritura
naciente del amor ,
ingenuo manadero de delirios
sobre el perfecto talle de tu imagen.

No olvides
la alquimia de la hoguera
en la noche embrujada de las cruces;
los ancianos en círculo,
protegiendo el arcano de las llamas;
a nosotros, danzando enloquecidos
al conjuro de extraños sortilegios,
cantando, ingenuos, «a tapar la calle»
para impedir que el alba destruyese
el luminar flamante de la fiesta.

Vuelos

Sumérgeme en tu seno,
aire que ahora comienzas
a ondular tus promesas sobre mí.
Haznos sólo de ti, aire purísimo,
aire fresco de garzas y gaviotas.

Mi amigo y yo queremos
cubrirnos con la brisa de tu piel.
Mi amigo y yo te amamos.
Mi amigo, cristalino como tú.
Mi amigo, transparente como un vuelo.
Mi amigo, que ya es viento,
que ya es viento…

XII

Vuelos, vuelos de luz, vuelos muy altos,
que remonten montañas gigantescas
donde nada se escuche,
sólo el canto
de algún pájaro libre y vagabundo.
En la cima de un monte
que recorte
con sus crestas el cielo
y haga suyo
el silencio de nubes, el vacío,
para colmarlo todo con su aliento,
con su enorme energía contenida.

Así, pájaro mío, te vislumbras.
Reflejas tu silueta en el espejo
de un horizonte inmenso
como el alba.

Petra. la noche, tú

Atardece.
Se viste la luz de blanco
a estas horas, en Jordania.
Una extraña impaciencia me posee.
Petra aguarda tras las colinas.
Aún no conozco su rostro,
pero ella, seductora, se insinúa
con prodigios que anticipan su belleza:
se diría que es mar el horizonte
donde se sumerge el sol
mientras un ángel
devana sobre el cielo
un concierto inaudito de colores,
sorprendente cadencia de matices
que antes sólo a tu rostro atribuía,
al naranja azulado de tu voz,
gaviota huida,
recobrada en la bruma
de este espejismo de agua
que me envuelve.