Poetas

Poesía de Chile

Poemas de Andrés Sabella

Andrés Sabella fue un destacado escritor chileno que nació en Antofagasta el 13 de diciembre de 1912 y murió en Iquique el 26 de agosto de 1989. Su obra literaria se caracteriza por su compromiso social y su profundo vínculo con la pampa y el mar del norte grande de Chile.

Sabella comenzó a escribir desde muy joven y publicó su primer libro de poemas, Rumbo indeciso, en 1930. Al año siguiente se trasladó a Santiago para estudiar derecho en la Universidad Católica y luego en la Universidad de Chile, pero no terminó la carrera. Sin embargo, se integró al ambiente cultural y político de la capital, participando en revistas, diarios y grupos literarios. Fue miembro de la Hermandad de la Costa, director de la revista Mástil de la Escuela de Derecho y editor de los Cuadernos de Poesía Hacia, donde también mostró su talento como dibujante.

En 1937 se afilió al Partido Comunista y fue uno de los fundadores de la Alianza de Intelectuales contra el Fascismo. Su poesía refleja su conciencia social y su admiración por figuras como Luis Emilio Recabarren y José Domingo Gómez Rojas. Entre sus libros destacan Norte Grande (1943), una epopeya de las salitreras que dio nombre a la zona que abarca las actuales regiones de Arica y Parinacota, Tarapacá y Antofagasta; Canto a las glorias del pueblo (1954), un homenaje a los héroes populares de la historia de Chile; y La sangre y la esperanza (1961), una novela histórica sobre la guerra civil de 1891.

Sabella también cultivó la poesía para niños, con libros como Vecindario de palomas (1945), Canciones para que el mar juegue con nosotros (1950) y Chile, fértil provincia (1954). Su obra infantil fue elogiada por Gabriela Mistral, quien le agradeció haber puesto \»una infinidad de poesía -de metáforas y de amor palpable- en ese libro pequeño y generoso\». Pablo Neruda también reconoció su valor literario y expresó: \»Mientras Sabella nortiniza la poesía, yo la ensurezco\».

En 1978 fue designado Miembro Correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua. Andrés Sabella es considerado uno de los representantes más importantes de la generación literaria de 1938 y uno de los escritores que mejor ha retratado la realidad y la identidad del norte grande chileno.

EL NORTE DE CHILE

Aquí la tierra vive dentro de su propia sombra,
vive en equilibrio de inmensidad,
mirándose en larguísima vigilia.
Es la tierra donde la piedra habla a las piedras,
donde un coro de piedras
va de sí hasta lo infinito.
Despertando la desolación de las arenas,
rozando el hombro de los quiscos,
el viento vuela con el cielo a su espalda.
El viento pampino,
correo de los mineros
que gritan su esperanza al oído del azar.
¡Patria salitral, patria del cobre anegado en su misma sangre!
No busques un rostro para colocarlo a la estatua rota de los tiempos:
¡allí lo tienes!
Furiosamente, el sol toca sus labios. La distancia es su cabello.
Un día, la sed soñó un juguete: nació el espejismo.
Otro, un cateador acarició la altura: nacieron los pimientos…
Los «rotos» lo fundaron en sudores,
caminando su misterio.

EL QUISCO

Candelabro del viento,
silencioso ermitaño,
tus agujas de antaño
enceguecen al tiempo.

Entre el ¡ay! de los cerros
es tu verde un engaño;
lo mantiene en su daño
el furor de los muertos.

Barbas tiesas de tedio,
las del liquen huraño,
te revisten de paño
de sandalias de espectro.

¡Quisco heroico y reseco,
increíble peldaño
de la escala del año
sostenida en un hueso!

MADRIGAL PARA CANTAR ACOMPAÑÁNDOSE DE SARTENES

En la tu carne rosada
de castísima señora,
fulge, ¡oh, límpida albacora!,
luz de salar y alborada.

Fragante dama enlutada,
un joven sol condecora
la planicie de tu eslora,
con guiños de joya alada.

Ciega manejas tu espalda,
donde la muerte labora;
y eres tranquila pastora
de la luna de esta rada.

FUNDACIÓN DE ANTOFAGASTA

Entonces,
el mar
devoraba su ración de soledad.
En la costa
hablaban las arenas,
con su lengua de tiempo.
Se escuchaba el jadeo del sol
fatigado por los días.
Dulcemente,
la tierra le creaba un nido
en medio de sus llagas.
Todavía el hombre no inventaba las huellas
donde llora la sed,
todavía la piedra crecía desde el tiempo.
La sombra de las nubes adelgazaba el cielo.
Reían las aguas.

Juan López —El Chango—
mojó su corazón en estas olas
que el viento deshoja.
Desolados,
los terrales corrían por su frente.

Las gaviotas comenzaron a besarle.
Armó una carpa
en cuya puerta se detuvo el sol.
Llegaba a disputar al cobre sus enigmas,
a sembrar calles
y acomodar la tarde a sus ventanas.

Aquí, la primera esquina
dialogaría con la luna
y la primera parturienta
sería el primer jardín de la caleta.
Aquí, los niños
equivocarían el patio de sus casas,
jugando a los pies del horizonte.
Un ancla saltaría a las estrellas,
los vapores descargarían la distancia en esta rada,
le traerían hombres con el azar entre los dientes.
Aquí, pianos y locomotoras
cruzarían la noche con sus cantos,
la muerte y la cuchilla danzarían abrazadas.

Aquí,
los cerros
y las algas
formarían su familia.

Juan López tocó la tierra victoriosa de sal.
Le llamaron las vetas.
Juan López
levantó sus brazos:
¡una pala y un remo!

OBRERO DEL SALITRE

En ti ruge la sangre como un río
donde el sol restregara su cabeza.
Tu puño es una flor de fortaleza.
Da a las piedras tu pecho el señorío.

El espejismo eras con tu brío
y del viento recoges su destreza.
Si quisiese la Tierra otra corteza
sólo tu piel sirviera a su albedrío.

Establece tu espalda nueva rampa:
allá, la luz su médula difunde,
y te penetra y dora el esqueleto.

Un rajo fecundo, ávido y secreto
te prolonga la frente y la confunde
con la huella más tibia de la pampa.

HIMNO EN LA CORDILLERA DE LA COSTA

¡ La piedra ¡ yo quiero cantar la piedra:
¡ oh, madre oscura, mía, repartida!
Cuando mi amor la toma y acaricia,
en la mano me queda, pura y tibia,
la forma tenebrosa de la Tierra.
La piedra es flor dormida en su tristeza,
espuma de la Muerte, grave harina
Tal vez la piedra sea una sonrisa:
la del silencio puesto de rodillas,
levadura de rabias y osamentas.
La piedra en cuajos, como fruta seca,
o en multitud de inmóvil fantasía,
recuerda al hombre su raíz marchita:
¡ ella – la piedra – mendicante o cima,
siempre es una más allá de sementeras!

DIBUJOS ELEMENTALES

Alcatraz: tosco abanico
para la mar en letargo.
Tres gotas de sol amargo
en el triángulo del pico.

MUELLE EN DESARME

Solo cabe un cargamento
en tal llagada madera:
lingotes de sol y viento
y algún pájaro de seda

CARAVANA DE COBIJA

La estrella de los cateos
entra en las manos de Coca
Dice José Santos Ossa:
—¡Deme el diablo un derrotero!

Pálido el indio hasta el hueso
Donde Dios, sombrío, llora,
Persigna su frente angosta:
—¡No somos hijos de perro…!

Y con negrísimo ceño:
—¡A usted el Santos le sobra…!
Ríe el patrón y en sus botas
Fragua el polvo de un vago enredo.

Hermenegildo, sin gestos
Seguro en su diestra toma
Oscura tierra y la sopla
Sobre el rostro del misterio:

—Ahora sólo esperemos
lo que nos triga la aurora…—
Mordiendo luna entre lomas,
Las mulas caen al sueño.

El saco frío del cielo
De vetas puras se corta,
¡si pudiera Santos Ossa
volcarlo en su campamento!