Poetas

Poesía de España

Poemas de Andrés Trapiello

Andrés García Trapiello (Manzaneda de Torío, 10 de junio de 1953) es un autor, editor y traductor español con producción literaria en poesía, novela y ensayo.

A una gota de rocío

Van forjando al rocío fondo y forma
en la secreta fragua,
cuando nadie lo ve, para después
dejarlo igual que un vaso en la alacena
de la naturaleza inabarcable,
agua de pozo limpia y sed al mismo tiempo.
Y cómo estos principios se combinan
para pulir, tal piedra de diamante,
el silencio y la rosa
de donde nace al fin, como del poro
de la noche agitada van naciendo
nuestros sueños más íntimos,
esa pequeña gota
destilada en el tallo de cualquier loca avena.
Luego el sueño también le vence a ella,
y se evapora, devolviéndole al mundo
su perfume de rosa y su silencio,
y no deja más rastro
que en nosotros la vida, si morimos.
Y por ello, si fuera dios yo un día,
no cogería arcilla de la tierra
ni ninguna otra cosa,
sino a ti, mi pequeña Galatea
que en la avena te meces dulcemente,
y ordenaría al punto: Hágase el hombre
de esta lágrima pura,
y así quizá pudiera ser el hombre,
pleno en su instante único
entre tan bellas nadas,
más duradero sueño, una leyenda.

E. D

Mírame aún. Creció musgo en mis labios
y en los inviernos crudos me visita la nieve.
Siéntate, viajero, a mi lado.
Cuando la lluvia arranca plateadas
coronas de la piedra y silenciosa
en el ciprés muere la tarde, sólo
de ti me acuerdo. Pero tú estás lejos.
Pasa tu mano por mi nombre y quita
las hojas amarillas que lo cubren,
y los pétalos secos de esas flores
antiguas. Llámame después y dime
si el viento de esos campos lo ha borrado
o si tiembla en el aire todavía
como el romero verde.

Las horas muertas

Violeta de la tarde,
abejorro amarillo
que zumba en el espejo
de la poza del río.

Las horas verdenegras
las pasan los mosquitos
haciendo y deshaciendo
sobre el agua su ovillo.

Todo parece hecho
por obra del Destino,
lo que se pierde en flautas,
lo que se pierde en pitos.

En el manzano juzga
un abejorro fino.

En la sala apagada

Ha quedado todo al fin
recogido: vida, sueño.
Hasta la carcoma duerme
con sus monólogos secos.

El reloj en la pared
y en el tic-tac mi miedo
como pisadas que vienen
a marcar más los silencios.

Lo mismo todas las noches.
En voz baja por el precio
de mi muerte con la muerte
discuto. Nunca hay acuerdo.

Y al despuntar, como amigos
nos deseamos los buenos
días y para esa misma
noche quedamos en vernos.

Silencio de los pianos
y de los sonidos negros.

El amor de las cosas

Y me senté por descansar del día
junto al gran ventanal
y estuve allí no sé qué largo rato.
Cansado estaba y triste y sin propósito
viendo correr el agua de la fuente.
Los del jardín eran colores foscos,
verdes que se enlutaban y unas rosas
al pie de una escalera por la lluvia
gastados. Y allí mismo, en un rincón,
bajo el naranjo agrio,
las viejas herramientas
que dejó el jardinero,
la esterilla de esparto y el hocino
de primitivo aspecto, curvo y negro.
Se deshacía el día en fino polvo
de oro, el agua por el canalillo
de barro apenas se atrevía al ruido
y a su torre volvían las palomas.
No era de noche aún, sino de azul,
de un azul muy intenso.
Vino el amor entonces
a mi lado a quedarse,
el amor de las cosas del huerto,
parte del cual estaba ya sembrado
y esperaba su fruto.
Pero de pronto una blanca lechuza
se desplomó del cielo
y me asustó su majestad al verla
detrás de unos laureles remontando;
hasta escuché sus fantasmales alas.
no era de noche aún,
el aire de azucenas perfumado,
y cerré la ventana
y ya no pude recorrer
mi corazón del todo.

Testamento

He muerto ya, paisaje que yo he amado
tantas veces aquí, rincón del alma.
Una vez más vengo por verte. A un lado,
encinares y olivos, y la calma

de ver, al otro, olivos y encinares.
Algunos caserones con jardines
llenos de ortigas ya, viejos lagares
con aspecto de viejos polvorines.

Un camino con olmos en hilera,
una majada, una almazara en ruinas,
musical, perezosa, la palmera,
y un Gredos azulado entre neblinas.

Nada de cuanto miro está en mis ojos
ni el olor del jazmín lo lleva el viento.
He muerto ya. Contempla mis despojos:
te dejo este paisaje en testamento.

Estudio de piano en ronda

Un mundo empieza a retornar
por la reja abierta.
Aplazados sonidos, yunques
de platero por el claro
callejón de luna.
Aún imperfectos, la noche
de vosotros se llena,
haciéndose más honda.
Poco a poco, el tableteo
de un lejano simón
va alcanzando las notas.
Cuando se han perdido
los pasos del caballo,
suena la tapa del piano,
cerrando un empedrado
que alguien riega.

Las tradiciones

Un régimen antiguo en sus ojos insomnes
de jardines y alanos aparece.
Cuando su mano alcanza la llave
de la lámpara y la vuelve, apagándola,
sobre el lino de la mesa se derrama,
y en su cuello, un dudoso azul
del alba, tibio latido que se inicia.
Y ese mirar cansado vale más
que cualquier siglo presente.