Poetas

Poesía de España

Poemas de Ángel García López

Ángel García López (Rota, Cádiz, 1935). Autor de una dilatada obra poética, en la que destaca la cuidadosa primacía del lenguaje, el rigor formal y la investigación de las posibilidades rítmicas y lingüísticas del poema.

Así como el atleta

Mi cuerpo es como un pájaro. Me alzo
sobre una cordillera de gorriones.
Las alas me empujaron en el salto,
se me llenó la carne de motores.

Hoy he vuelto a la vida. Libre, gano
mi oficio milagroso de ser hombre.
He tocado una nube con mis brazos
y le he robado al águila su polen.

Quise sentir el mundo, lo delgado
del límite del día con la noche.
Corrí sobre la pista del milagro
indagando el secreto del azogue.

Debí de ser gacela, ardilla, gamo
perseguidor del aire de los bosques.
Mi pecho respiraba como un campo
lastimado de músicas y flores.

Luché contra el equipo de los nardos
y el fuego de amarillos girasoles.
Competí con la pluma de los pájaros
y el latido voraz de los relojes.

Sin sentir en los músculos cansancio
llegué, libre, a la meta.
Desde entonces
traigo una lluvia nueva entre mis párpados.

¿Fui yo? Nadie creyera. El horizonte
se me llenó de cánticos y aplausos.
Hoy le vencí a la vida en el deporte
de alcanzar la alegría con las manos.

Contigo a las orillas del atlántico

Amor, contigo sólo y con la ola
en risa nueva y prisa apresurada.
Que tu boca me aloca, desbocada,
con bocados de mar y caracola.

Amor, ¿estoy contigo a solas, o la
luna cambia mi sombra desvelada?
¿O es tu boca la poca, la tasada
punzada que me toca y que me inmola?

¡Oh, cuánto mar, amor, diese, daría,
si beso el vaso, el cántaro suave
de la boca que libo y que me aboco!

Si llego, llaga amante, a la bahía
del claro faro que remonta el ave
tu mucho pico que besando es poco.

De cuando no sabía las letras de tu nombre…

Porque tu nombre estaba todavía
sin estrenar los labios, porque era
un acertijo más, una pulsera,
un trino de gorrión que no sabía.

Porque tu nombre estaba como un día
sin pájaros, oasis sin palmera,
fuente que le faltaba torrentera,
risa que no encontraba la alegría.

Por esto, por tu nombre; porque estaba
sin decir, sin hacer, como un anillo
que no encontraba el cauce de su dedo,

yo te llamaba Espera; te llamaba
Hermosa, Emilia, Amor; lo más sencillo,
lo más desenredado del enredo.

Dibujo corporal

Cuando me llegas con tu luz y ordeno la gran copa caliente,
tus cabellos, tu novia mano de lebrel.
Y acuesto la carne junto a ti,
dejado el ventanal con sol, todo el silencio en sombra.
Y se deslumbra el aposento de un túnel sin color.
O bien tus dedos, arando mis mejillas con su lento
peregrinar -mirándome por dentro como al olor-
van a pastar sus ciervos en el pómulo,
alertan nómadas del corazón.
Sí, oculto, llega el sueño a sazonarse con el lugar y,
hondero, hace oficio del párpado con gesto de tórtola.
Y te duermes, y un almendro florece en ti.
Si luego, ya
despiertos,
te miro y nace el aire, abre un espejo de mocedad,
se sana el rostro enfermo de la sábana.
Y, dócil, quema el trébol del labio su poder,
se entrega al fuego la juventud.
Y si, después, volvemos, tal un jardín,
a contemplar el cielo con pájaros. Y cantas.
Y en el cuello sopla el alisio su esplendor, el cierzo
mueve la alcoba, anida así un jilguero, otra vez en tu mano.
Y ve el estruendo devastarse ciudades de piel, pueblos del tacto,
sitios nobles y, a lo lejos, arde un pinar,
entonces se que cuerpo aventajado es mi vivienda,
el centro del amor. Y te amo.
Y sé del reino donde tengo mi exilio. Y mi alimento.

El poeta recuerda un 23 de abril

Si no fueses así, tan miniatura,
tan proyecto de madre o tan semilla,
si fueses ya mujer y no chiquilla,
cimientos de lejana arquitectura…

Si no fueses así, si tu cintura
fuese ya como un pozo, y tu mejilla,
hoy tan niña y sin polen, tan sencilla,
tuviese más aroma que frescura…

Si no fueses tan breve, tan pequeña,
hasta tus brazos fuera mi navío
buscándole a tu cuerpo el abordaje.

Buscándole a tus ojos esa enseña
con el más puro amor, donde el rocío
juega a sentirse hoguera bajo el traje.

Tierra de nadie

Con este abrazo, herido de metralla,
he depuesto las armas y los sueños
Traigo la paz, el armisticio, blancas
alondras persiguiéndome los versos.
Mis labios anduvieron las batallas
con un fusil al hombro de los besos
Hoy traigo la noticia de las agua
y un tratado de paz con los almendros.
Hoy he vuelto a la vida. Esta mañana
no ha disparado nadie en mi aposento.
Hoy tengo la camisa lastimada
de tanta flor naciéndome en el pecho.
Soy yo. Todo es posible- Se levanta
el sol tras la joroba de los cerros-.
Hoy traigo la inocencia de la escarcha
y el temblor de las lágrimas del eco.
De la trinchera azul de la almohada
se despliegan banderas en mi lecho.
Firmé la tregua y, en lugar de balas,
siento una lluvia mansa entre los dedos.
Salgo al pasillo. Silbo como cada
hombre que se despierta y siente nuevo
su corazón.
Vencida entre las sábanas
duerme la sombra antigua de mi cuerpo.
Soy yo. Todo es posible. El agua salta
en el lavabo y moja el azulejo.
Hoy traigo una canción en las pestañas
y un arroyo sin límite en el cuello.
Tomo el jabón. Mi piel, apaciguada,
selló su compromiso con el tiempo.
Limpio la tierra oscura de mi cara
con el canto infinito del jilguero.
Esta mañana estreno una palabra
que me quiso robar el alfabeto.
Firmé la paz, la tregua, con las armas
y un tratado a la rosa de los vientos.
Por la felpa y la sed de la toalla
se ha quedado aquel hombre del espejo.
Hoy traigo la caricia de la aulaga
y un pacto con la patria del invierno.

La selva

A Gumersindo y Carmen Galán

Justo donde la casa, el hormigón que gira
levantándose, las piedras
y el ladrillo obediente, estuvo, no hace mucho,
la selva.
En otro tiempo
Nada recuerda ahora
la feria del vivir .Las hierbas altas
de antaño. Tanto trébol.
Los niños que corrían descubriendo la flor.
La bella historia
del nido. Aquellos árboles.

Alguien sembró su rayo, la fiereza exultante
que el dorso es de la savia.
El hierro se erige en el lugar. Los albañiles
elevan la argamasa. Inician torres
de cemento durísimo. El escombro
se posesiona del verdor. Asfixia con su polvo
los animales libres de la tierra
que, un día no lejano, procrearan
su estirpe.
Ahora es el triunfo
del bodegón sobre la gracia viva
del vegetal.
Todo engaña,
recuérdalo. Es efímero. Tanto espejo que finge
sus plurales azogues.
En el lavabo
cruzan cigüeñas, estorninos gigantes,
con un cesto de frutas
en la voz.
Corren grifos. Hermosas cataratas
y cisternas.
Fúnebres melodías en el agua que brota.
Aquí
yacen, podridos,
el mundo liliput de los insectos,
las hormigas menores. Tantos seres
de estatura inferior, hoy calcinados
bajo el jardín.
Detrás de los visillos
se iluminan estancias, otras flores ingenuas
que están como enterradas en el cuadro. Sin aire
y sin perfume. Cadáveres que el óleo
representó.

Todo es así. Recuérdalo:

figuras que se borran. Espejismos. Adobes.
No.
No hay nada que nos duela si no es la carne misma
la que sufre. Alguien desconocido, cada tarde,
se entrena
pensando cómo herir.
Nació, a nuestro pesar , la arquitectura
donde el ramaje puso su hermoso pie silvestre.
Trazó las alambradas de la verja,
los bancos del zaguán. Toda esta flora
que suplantó lo vivo de aquello que aquí fue.
Nada recuerda ahora la bella floración,
los minaretes pulcros del enebro. La lluvia
de los tímidos sauces.
Ahora, qué hacer, son ya los signos
de la grandeza. El tiempo,
cada río, lleva su historia al mar.
Todo fenece, cambia
como un rostro.
Se viste ahora la selva
con la tibia casulla que decora y maltrata
la presunción.
Abdican de su trono
las ramas. Los gorriones se aman en la acera.
Se persiguen el vuelo
sin encontrar más sol que las cenizas
de la luz.

Justo el lugar.
Aquí, donde la casa

ésta que, sin deber, pienso es hermosa.
Donde amanecen vidrios y mosaicos,
la herramienta que brilla, estuvo el polen.
Recuérdalo. ¿no era
como subir a una montaña?
El ojo
iba trazando su ascensión. Crecía
el fresno su abundancia, su violenta conquista.
Y el roble alzaba intacto
su tronco, lo que el pájaro pudo
traer desde la sierra.
El pico ya salobre
de azul que era mar .Tallos de nieve.
Olvido y herbazales. Nuevo aroma
que hoy grita en pebeteros
de cristal. Otros sándalos. Maderas
donde el disco del sol decanta el turbio oro.

Hoy, ya fauna distinta, el hombre mira
con dolor el paisaje
que vio feliz. Oye llover
como trinar. Costumbre ya del duelo.
Que todo es un museo, preparado
con sed de lastimar. Pero nosotros
resistiremos.
Haremos la pupila
un viejo arcón de plata.
Y siempre será selva
nuestra memoria.

Llueve Janine….

Llueve Janine. La azul cristalería
del agua se estremece en el tejado.
En la calle, el invierno. Aquí, a tu lado,
calienta el sol, la carne se confía.

Fuera, llueve. La triste melodía
de la lluvia de enero te ha llenado
de una música nueva. Se ha dorado
contigo el pastizal de la alegría.

El reloj de la torre da las nueve.
Traza una curva azul el agua. Llueve
sobre el tambor de piedra de la acera.

Dentro, contigo, el corazón se sabe
reconfortado y puro. Sol suave.
Gozoso mayo, mientras llueve fuera.