Poetas

Poesía de México

Poemas de Angelina Muñiz-Huberman

Angelina Muñiz-Huberman (29 de diciembre, 1936) es una escritora y poeta mexicana. Nació en Hyères en Francia de padres que habían huido de la guerra civil española. Se convirtió al judaísmo después de descubrir su ascendencia sefardí. Después de vivir brevemente en Cuba, en 1942, la familia Muñiz se trasladó a la ciudad de México.​ Estudió en la Universidad de la Ciudad de Nueva York y en la Universidad Nacional Autónoma de México y tiene un doctorado en literatura. Ella es profesora de literatura comparada en la Universidad Nacional Autónoma de México. Muñiz-Huberman ganó el Premio Xavier Villaurrutia en 1985 por su cuento «Huerto Cerrado, Huerto Sellado». En 1993, ganó el Premio Sor Juana Inés de la Cruz de novela con Dulcinea Encantada. También está en posesión de los premios José Fuentes Mares, Magda Donato, Woman of Valor Award, Manuel Levinsky, Universidad Nacional de México, Protagonista de la Literatura Mexicana, Orden de Isabel la Católica, Premio Nacional de Lingüística y Literatura 2018, entre otros.

VILANO AL VIENTO

Como no tengo raíces
no me entierro.

Ser errante,
ser sin polvo,
ser que no es ser.

Quien no tiene casa
no tiene muro.
Quien no tiene muro
no tiene yedra.
Tal vez hojas de árbol
y plumas de ave.

¿Dónde escribir entonces?

Si no tengo raíces
es que no tengo tierra.
Porque toda la tierra no es nada.
Si no tengo tierra
es que no tengo país.

No tengo país,
no tengo tierra,
no tengo nada.

A veces, en el camino, me siento a descansar.
Y amo el árbol que me apoya.
Y las hojas de cristal titilante.

A donde llego
soy extranjera
de pie leve
y mirada en tránsito.
Rodando de grano en grano,
piedra de río no pulida,
agua que no vuelve a pasar,
sol de cada amanecer.

Como he callado tanto
he olvidado el hablar.
Mis palabras nadie las entiende.
No hay eco que las repita.
De un silencio en otro silencio,
de una soledad en otra soledad.

Mis huellas desnudas sienten la tierra,
y la tierra es la misma en todas partes.
Pero yo no reconozco el tacto de la mía.

Desterrada aún sin haber nacido
ni siquiera me queda el recuerdo,
ni siquiera puedo rebuscar en mi memoria
ni un olor, ni un sabor,
ni un murmullo de no sé qué aguas cadenciosas,
ni un color, ni una forma,
ni paisajes, ni ciudades, ni calles.

Todo lo invento,
todo lo sueño,
todo lo presiento.
Como amante sin amado,
conozco el amor y no sé lo que es.

El viento, la lluvia y el sol
han golpeado mi piel
cada día del año sin herirme.

Pude escoger alguna tierra
y decir que era la mía,
pero no pude aprender a mentir.
Pude haber olvidado
lo que ya era un olvido
para sólo despertar mi memoria.
Me esforcé porque no muriera
lo que no había nacido.
Tuve entre mis manos
criatura sin forma
de sangre que yo perdía.

Creí que el mundo era redondo,
caminé, caminé, caminé,
pero no llegué.

Creí que el tiempo purificaba
y mis temores espesaron.
Los años corrieron.
Cuando volví la vista atrás,
era más el camino andado
que el por andar
y ni un signo,
ni un polvo,
ni un resquicio
en el mundo derruido.

Como siempre,
el invento de cada día,
la mirada que no se ve,
espejo roto, sin soplo.

Vilano al viento
es vilano en busca
de una tierra donde caer.

UNICORNIO DE ORO

Eslabón de los últimos días:
Cae una gota de oro
en forma de unicornio
Extiendo la mano
sin saber lo que recibo
La herencia viene de lejos
—espacio y tiempo, absortos—
lenguaje que no se pierde:
las señas son claras
los grados se confunden
El óvalo del Eterno
señala cada cápsula
envuelta en querencia
Cuerno espiralado
entre las crines revueltas
Su trote retumba
ecos no habitados
paisajes no inventados
Ritmo a ritmo la vida fluye
en una mano que da
y en una mano que recibe.

LOS CABALISTAS

Recibieron de lo alto la voz divina,
la chipa que incendia el corazón.
La palabra sólo la tradujeron de boca a oído.
Nada quedó escrito.
Sobre el agua o sobre el río sí.
Con los nueve atributos del innombrable
Más la esfera sin fin
dibujaron el árbol de la sabiduría.
La escala de la luz
El entorno en exégesis
Fuego negro en fuego blanco:
La página no dice lo que dice
sino lo que hay más allá de lo que dice.
Detenidos frente al lago,
las altas espigas en la orilla,
lanzan una piedra al punto equidistante
y los círculos concéntricos
van expurgando las vías del conocimiento.
Cada uno acoge la enseñanza que cuidadosamente bruñe
entre diamantes tallados
para el iniciado que quiera adiestrar su sonido y su memoria
y el sueño de todas las cosas

LOS ALQUIMISTAS

Dejan correr el agua de la fuente del rosel
húmeda sombra pétrea
frescor no repetido en curva inesperada
mancha salpicada
luz interpretada.
Cristales líquidos y aire lúcido
como reflejo del atanor:
al atardecer suaves llamas
al anochecer fuego pleno.
Dejan crepitar la madera dividida
apuntalan las columnas y envuelven
frágilmente los resquicios.
Que nadie sepa.
Que el buho no interrogue
Que el águila repose
Que el perro dormite.
Sólo el batir de las alas del ángel
el pulir de la fórmula incandescente
el raspar de la espátula,
la burbuja en el alambique.
Dejan sellada la puerta del cónclave
Los elementos fragmentan su unidad: el átomo se ha escindido.
¿Lo difundirán o no lo difundirán?
Bajo siete capas de tierra hunden el huevo filosofal
las esquirlas casi resbalan y el azufre se derrama
pero bajo siete capas de tierra nadie lo descubrirá.
Recogen sus pertenencias, su sabiduría la restringan.
su ciencia la doblan.
Vuelven a los caminos y a fatigar los polvos
Lo que empiezan a expresar no es el conocimiento
sino su leyenda.
Son perseguidos
Son incrustados
Son desangrados.
La gota de mercurio disuelve la tierra

EL CENTRO MISMO

La maraña del árbol circunscribe el espacio
enredando equívocos
sombreando azules
El calor del plomo derrite con lentitud
larvas de pensamiento
entrañas de alquimista.
La selva medianera asfixia los sonidos
intuye los campos
oculta los atajos.
Cómo llegar al centro mismo del centro mismo
si el muro si la piel
obstruyen la semilla
La garza de la neblina levantará el vuelo
cortando con el pico
la opacidad del alma
Salpicará la espuma
apartará la nieve.
En el centro del gran hueco.

LOS ILUMINADOS

a Alberto

Pocos iban quedando, muy pocos,
Se extinguían melancólicamente.
Absortos en la flor blanca del pico de la montaña
Heridos por el aire frío de amaneceres intuidos
Consolados por la luz bendita que parte las nubes.
Al fondo del la cueva, el tabernáculo esperado:
siete brazos con velas encendidas
y el prisma de colores en cada reflejo de llama.
Sus rostros iluminados
Su interior revertido:
sentidos que todo lo han sentido
lucidez que rota la sabiduría.
Callan los himnos extraños
Prorrumpen los silencios obstinados
Con el dedo van siguiendo la lectura de la página sagrada
para que el proceso de la creación
siga siendo el proceso del cristal inusitado.
Al fondo de la cueva, el nacimiento dibujado.