Poetas

Poesía de Francia

Poemas de Armand Gatti

Armand Gatti (Mónaco, 26 de enero de 1924-Saint-Mandé, Isla de Francia; 6 de abril de 2017​), fue un escritor, poeta, dramaturgo, realizador y guionista francés.

Nació en Mónaco en 1924. Hijo de inmigrantes italianos, empezó sus estudios en el seminario de Saint-Paul en Cannes. Desde muy joven lee a Arthur Rimbaud y muestra un carácter muy rebelde, lo que vale la expulsión instituto.

En 1942, se enroló en la resistencia en Corrèze. Es ahí, donde empieza a componer sus primeros versos y ve crecer día a día su vocación literaria. En 1943, fue detenido por los Grupos Móviles de Reserva, una unidad paramilitar creada por el Gobierno de Vichy, y condenado a muerte. Sin embargo, su juventud le permite evitar el cumplimiento de la condena siendo deportado al campo de trabajo de Lindemann situado en Hamburgo. Enfrentado a la miseria, a las humillaciones y a las palizas Armand Gatti encuentra refugio en la poesía y en la lectura de autores como Antonio Gramsci, Henri Michaux, Nerval o Pierre Louÿs. En 1943, logra escaparse y regresar hasta Francia.

Una vez de regreso, decide cruzar el canal de la Mancha para alcanzar Londres. Ahí entra en el Special Air Service,[cita requerida] la principal fuerza de operaciones especiales que posee el ejército británico.

Concluida la guerra empezó a ejercer como periodista en diarios como Parisien Libéré, Paris-Match, France Observateur, l’Express y Libération. En 1954, logra el Premio Albert Londres.

Su trabajo como periodista le permitió viajar a lugares como China, Corea, Siberia, Argelia, América del Sur, Cuba y sobre todo Guatemala. En este última país formó parte de la guerrilla. Sus numerosos viajes le permitieron conocer personajes que marcarían posteriormente su obra, como: Fidel Castro, Che Guevara, Mao Zedong, o también Henri Michaux, Jean Cavaillès, Kateb Yacine, Jean Vilar, Erwin Piscator.

Hasta 1959 no abandonó su labor como periodista para dedicarse al teatro. Para ello se instala en Montreuil y decide trabajar con lo que el llama sus «loulous», jóvenes marginales en fase de reinserción en la sociedad (personas recién salidas de prisión, delincuentes, drogadictos…).

Tú eras uno de los doce,
Jean Cavaillès, para ti solo,
y durante no mucho tiempo,
el ejército de sombras ante su nombre.
La epistemología delante de los fusiles
brilla con todos sus alias de clandestiniddad,
la salve ha hecho el Desconocido nº 5,
pero
en el cementerio de Arrás, frente al siglo,
persiste en decirte,
en todos los lenguajes de la creación,
un rosal blanco.

POEMA DE LA PALABRA CONVERTIDA EN GATO

Gato siempre sorprendido por ser una de las múltiples resurrecciones de Fausto.
Gato de Mallarmé.
Gatos del dorso de los capítulos donde eran desviacionistas, serpientes lúbricas y ratas viscosas a menudo aniquiladas en los sótanos del ser –y rehabilitados.
Gatos venidos de las comarcas del libre juego siempre dispuestos al reparto, pero frecuentemente carentes de sí mismos.
Gatos (entre espanto y maravilla) de un combate fratricida en el envés de los porvenires radiantes.
Gatos de rosas para todos. Liberada la alegría, presa de la hemofilia política.
Gatos -incluso engullidos por las palabras- valores igualitarios como el movimiento obrero. Los únicos.
Gatos profecías bajo control inglés de las piedras calvas del Ulster.
Gatos bajo tinta, como los rostros de los paracaidistas SAS bajo la negra pintura de las marchas de operaciones.
Gatos para el decir y el desdecir, para el leer y el desleer.
Gatos con tics (clichés, publicidades, reivindicaciones). Se detienen a la entrada de la página, agotados por sus preescrituras.
Gatos de claridad llamados como testigos en el pleito que opone a la sociedad y sus obras. Pasan su tiempo nadando en el río de las simplificaciones.
Gatos perplejos: una línea escrita, incluso cuando se multiplica, no constituye una diligencia, no aporta prueba, no recurre a ninguna mediación.
Gatos rampantes que se anulan, sin trazos gruesos ni finos, sin tener ninguna sombra para reescribirlos, para darles una verosimilitud.
Gatos que, sobre el papel, tienen la vida intransitiva de los sabios y vencidos. Siempre dispuestos a empezar las negociaciones, en el centro de una soledad obligatoria, son inexplorables.
Gatos geométricos en los que las formas respiran, caminan, hablan, se metamorfosean –después se inmovilizan, a pesar del bordoneo de cifras sobre las cuales no tienen poder.
Gatos perdidos en las columnas de los periódicos peligrosos. Noche de los cuerpos en busca de una unidad incluso pasajera. El olor de la tinta los desenrolla.
Gatos anteriores al día y que sin embargo iluminan.
Gatos que destilan garras en seísmos coloreados sobre la página, donde las cosas danzan tranquilamente, con hábitos negros.
Gato que, para decirse maullido en la página, mastica estrellas.
Gato elogio de la sombra en plena luz.
Gatos que la escritura de hoy vuelve proveedores de la extranjería, del horrible ready made, del desfalco, de la citación y de los últimos fuegos de la paleontología-guarda-consciencia. Prisioneros del pasado no vivido, e incapaces de establecer con él una relación de vida.
Gatos que, cuando se convierten en palabras, guardan su losa levantada sobre un paisaje de hueso.
Gatos del año II que no consiguen morir ni vivir.
Gato de título precario, revocable, descendido de árboles proféticos para aumentar la libertad de elección de las palabras y eximirlas del binario.
Gatos ladrones de Babilonia, ellos también con título precario.
Gato trono vacío de Buda en el templo de Borobudur. Alrededor gravitan las frases. Alrededor de las frases, los capítulos. Alrededor de los capítulos, el libro que sueña siempre con ser la palabra única.
Gatos de escuela, tambaleados en el delirio mediterráneo de las huellas perdidas, de los sables usados, de los arreglos de cuentas ancestrales y del polvo de los justos.
Gatos solitarios a la espera de la tormenta, del tiempo de la juventud y de la búsqueda del Grial para decirse –como Rousseau cuando se escribe como el centro del mundo.
Gatos inesperados que se creen Aquiles, pero siempre con Patroclo muerto delante de ellos.
Gatos con cabeza de anarquista –todos los anarquistas tienen cabezas de gatos.
Gato enfermo de jeroglífico, que testimonia la ascensión –siempre en medio de escrituras, para convencerse del pico del recuerdo y de los árboles golpeados por la ausencia.
Gato preso del vértigo del astronauta y sin disponer, para convertirse en palabra, más que de ritos de cazador furtivo.
Gatos invariablemente escritos en las tinieblas –con un corazón que late fuera de sí mismos como una mirada de luz. Puntuaciones de fuego en el declive del astro, ellos infligen heridas a la noche.
Gatos que tienen siempre necesidad de escuchar otras palabras para estar seguros de ser ellos mismos: gatos que vagabundean en las escrituras de antaño para establecer las líneas del futuro. Apariencia de alpinistas, escalan el cielo en busca de la ballena. Los descubrimos astronautas cuando los astronautas no existían.
Gatos de azar reunidos en gran conciliábulo en la carretera de Zacapa, para responder a la pregunta: «¿La palabra gato maúlla?» ¿Quiénes somos?
Quizá no haya respuesta, porque la respuesta es la continuación. Y la continuación es aún la inmensidad de los gatos.

[…]

Gatos de pelos erizados, rescatados de las revoluciones y que quisieran testimoniar en presencia del pasado histórico. Pero, ¿sobre qué?
Gatos misterios que no están instruidos en letras ni en medicina ni en ciencias veterinarias, y que encuentran su destino en la concordancia de los participios.
Gatos huellas de los fundadores del Popol Vuh en la página: sonidos de hojas que corren como hormigas sobre los árboles sonoros. Silban como una víbora de plata.
Gatos amuletos de fuego nacidos de los tatuajes de la noche que ronda desde hace siglos al país de los volcanes.
Gato que reanima, fuera de las estaciones, la mirada vegetal. Fuego de perla de agua. Animal perseguido en la frase.
Gatos de fardos azules de noche recargada y que, como las estrellas de la madrugada, se apagan por exceso de realismo.
Gatos emboscados en los follajes de los volcanes de llamas verdes, de la bruma azul siempre insegura, y del hierro replegado en un haz de frases gimientes.
Gatos que antaño llevaban a la escritura diez mil torres verdes, millares de pájaros de precipicio, y la melancolía a la frente ceñida del mecapal.
Gato como la esperanza, hecho de extremos. ¿Está enterrado en las escrituras? ¿Germina? Contra vientos, mareas y lingüistas, se escribe sobre la arena.
¿El gato puede ser «corazón de la flor del sol, cuya mujer es el latido»? ¿O también «mirada de la liana cuando corres detrás la nube»? Es así como lo han visto las miradas emplumadas de la pradera…
Gato tal como es escritura en la arena: gritería de cotorras verdes, pájaro amarillo en llamas, colores en guerra contra el abejaruco de cabeza azul cielo y los cuatrocientos gritos violetas del sinsonte de América.
Gatos presos de los eslóganes de lo felino. Para decir más. En la página de las escrituras: tierras arrasadas.
Gatos pobres (difíciles de imaginar) en exilio sistemático del sentido, como los mendigos sobre las aceras de las grandes ciudades. Gatos que arrastran una sombra herida donde arraiga la flor de la antigua alquimia.
Gatos que rondan alrededor del sentido, encendiéndose y apagándose como las luciérnagas, en las noches de verano.
Gatos entre la verdad separada de toda consistencia mítica y la verdad en su consistencia emocional: la tragedia de las palabras.
Gatos que vigilan la noche trenzando imágenes, emociones, motricidades, partes de visibilidad llevadas por el enunciado, para que el día recomience. Sólo el grito del gallo puede responderles –e incluso alternar las noches.
Gatos signos, resplandores, arcos eléctricos, zarzas ardientes, descargas de luz. Alegría de la energía (¡ay!) quemada por lo que quisiera alumbrar.
Gatos motociclistas. Tras una bajada de espalda, distendida como resorte, se lanzan con destino a la verticalidad. Sobreviven a su imagen, incluso una vez leídos.
Gatos del tiempo de las cerezas regresado (en las escrituras solamente). Nostalgia de la época en que el hombre era bello.
Gatos reproducción de la Creación siempre en lucha contra aquellos que creen ser su lineamiento –y a veces la firma.
Gatos que trepan a los árboles del viento.
Gatos de escuela con los que el sol no envejece, para los que todo está siendo –y no ha sido.
Gatos fósiles de duros silencios. Un dios abandonado viene a murmurar a hora fija.
Gatos silogismos de arañas suspendidas del hilo de la luna.
Gatos de corteza invernal, de ojos nevados, que rondan alrededor del sentido. Raramente lo desentierran. Se trata cada vez de un sentido radical en capítulos de la trastierra de la fragilidad.
Gatos de traducción sin otras referencias que la hierba y los brotes destruidos, conchas y ánforas que ya no se diferencian de lo que durante mucho tiempo ha sobrevivido a la ambigüedad helénica.
Gatos suicidas, siempre dispuestos a saltar para concertar un pacto con la frase. Los reclutamientos psicológicos les dan dientes con los cuales se destruyen.
Gato ausente de la cubierta de los libros de la barricada de Madrid, a reconstituir en las notas a pie de página. Exorcismo cuya necesidad forma parte de los acontecimientos escarnecidos del siglo.
Gato de Chicago con bigotes de delirio negro, que no son sino letras (quemadas en otra parte) que intentan recomponerse.
Gatos de mayo en las calles, una tarde en que París había perdido su grasa. La esbeltez de ser y de escribirse.
Gato armadura atigrada de la vidriera que entalla la imagen sin la cual los motivos faltan.
Gato de escrituras de colosos, con trastierra abandonada, sin ponerse en marcha más que para el ejercicio de la escritura que abre la ruta que conduce al cielo.
Gatos conjuro: sirven para arrastrarse hasta la luz, y de la luz, en los márgenes de los libros.
Gatos de éxodos que se agrietan sobre el hielo de noches sin horas. Pero que siempre saben vencer al espacio, como las campanas al vuelo para decir el nacimiento y la muerte.
Gatos en estado de secreto…
el gato triunfante es declarado en estado de gloria
el gato combatido, en estado de resistencia
el gato perseguido, en estado de enfermedad
el gato acorralado, en estado de secreto
… últimas palabras de un libro futuro que no cerraremos:

¿Quiénes somos?

Traducción de Francisco Javier Irazoki