Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Ataliva Herrera

Ataliva Herrera (Córdoba, 2 de junio de 1888 – ibíd., 6 de noviembre de 1953) fue un abogado, poeta y escritor argentino, perteneciente a los escritores y poetas de su país que se inspiraron en la naturaleza, el folclore y la cultura nacional. Su obra literaria fue importante por su estudio de lo autóctono.

Su Leyenda

Con la punta del ojo el indio otea
Lejanamente el campo que se enciende.
Empuja el sur la quemazón. Bravea
de ira Olayón y a singular pelea
lo reta al capitán Tristán de Allende.

Un lenguaraz conduce al parlamento.
El cacique, de rabia y coraje,
Tritura sus palabras contra el viento,
y al capitán, al torpe atrevimiento,
acepta en todas partes el mensaje.

En la lucha trabada mano a mano,
está echada la suerte de la guerra.
Es el choque en un duelo contra el llano
la ciudad frente a frente de la sierra.

Sobre un clavo del bosque, en una playa,
es el lugar del singular combate.
A los heroicos émulos soslaya
el sol. Cada jinete está en su raya;
se embisten ya los dos con rudo embate.

Estirado el corcel, firme la lanza,
encuentro colosal de dos leones
feroz el uno contra el otro avanza.
Chocan, ebrios de indómita pujanza,
alzados en dos pies los redomones.

Fuerte la lanza en los robustos brazos,
cada cual chuza al corazón, derecho.
Aséstanse dos bárbaros lanzazos:
abriendo roja boca por el pecho,
las puntas salen por los espinazos.

Cocidos por la lanza, en nudo estrecho,
los dos atravesados en el pecho,
ruedan por la embestida desmontados.
De sangre el pastizal mánchase a trecho
como cuero de tigre, ya estaqueados.

En callado estupor, cada mesnada
alza a su jefe. El gran dolor es mudo,
Tristán de Allende lanza una mirada
a los espacios. Palpa a un su espada
y espira sobre su quebrado escudo.

Divino el sol, que trágico desciende
en resplandor de gloria, de soslayo
besa el cadáver de Tristán de Allende;
y como espada ensangrentada tiende
sobre el yierto costado el postrer rayo.

Conduce una carreta al héroe amado.
El silvestre laurel coronas teje.
La carreta se quiebra en el Bañado;
y allí dejan al héroe sepultado
poniéndole una CRUZ hecha DEL EJE.

Bamba

El Suquia penetra en el recinto
de la ciudad por humildosa huella;
y va ciñendo el solariego plinto,
como se enrosca un argentado cinto
por el talle gentil de una doncella.

Bajo el gran quitasol de la sauceda
el agua se asosiega en un descanso;
se enrosca en una vibora de seda;
lame humilde los bordes de la greda
al declinar la tarde,en el remanso.
El corazón del agua transparente
se estremece en reconditos ensueños,
adormecida, cruzan por la frente
del cristal, en desfile mansamente,
las vagarosas nubes de sus sueños.
Llega al bano María Magdalena:
desceñidas las claras vestiduras,
libre cimbra su cuerpo de azucena;
y en la húmeda frescura de la arena
deja su blanco pie las huellas puras.
El agua ondea en trazos de culebra
So el umbroso sauzal tornasolantes.
Y Magdalena entre sus dedos quiebra
la cristalina red, hebra por hebra,
como cortando sartas de brillantes.
Se arroja al agua: en alas palpitantes,
sus brazos rompen vidrios azogados;-
se envuelve en los cristales centelleantes,
y, rotos mil collares de brillantes,
lanza puñados de astros fragmentados.
La hamaca de cristal la balancea
y al goce intenso del frescor sonríe.
Tendida en la corriente,chapotea;
se zambulle; su trenza culebrea
y en la onda confundida se deslíe.
De cara al cielo, por el aura aspira
las sutiles fragancias del poleo,
alegre, a pulmón lleno respira;
es una rozagante fIor de achira,
que trae el agua, del cerril paseo.
Por los canaverales de la orilla,
que empenachan su airón de pluma blonda,
el ojo de inquietud de Bamba brilla
cuidador de pura maravilla,
suspensa entre los brazos de la onda.
El corro de las negras lavanderas,
chafando con los pies la hierbamota
de la orilla, alza espumas volanderas
de jabón sobre la cabeza mota,
cantan sus lenguas bolas y parleras:
“La Virgen lavaba
Los siete panales;
José los tendia
en los romerales…”
La algarabía cesa de repente.
Una negra le apunta a la doncella:
-Niña, s’está entulbiando la coyente.
-Es porque tú te has asomado a ella.
-¡No, niña! ¡la creciente! ¡la creciente!…
Magdalena jugaba y no advertia
la hojarasca picada que venia,
nunci0 de la crecida de la sierra.
Rodando troncos, lánzase bravía
la punta de agua con gredosa tierra.
Toda la chusma horrorizada grita:
-¡Socorro! ¡Salvación para la amita!…
Nadie se anima al agua furibunda.
La niña nada; la ola se encabrita
y la sumerge en la hoya mas profunda.
De golpe, aún vestido, se echa al río
Bamba en un imprudente desafío
a la creciente, que lo arrolla todo.
Cobra a la amita; tráela al bajío,
fIor de la cumbre entre revuelto lodo.
Comentó la cocina el sucedido,
de noche, mientras el fogón enciende:
-¡Si no es Bamba, ella hubiera perecido!…
-¿Quién Ie enseñó a nadar a ese bandido?…
-¡No en balde dicen que es hijo del duende!…

La Leyenda de «LA CRUZ DEL EJE»

SUELTA las vacas, bajo el ojo garzo.
De los cerros, pastean por las lomas.
A pleno sol se hace extender el zarzo
Para secar, ya por el mes de Marzo,
Las onzas de oro de maduras pomas.

El arroyo en las guijas canturrea.
El sol se echa a lo largo del alero.
La resolana, instable, parpadea.
Y Magdalena desolada otea
La ascendente culebra del sendero.

Por la lejana cuesta de escarlata
El polvo mancha el lívido paisaje:
¡Es un chasque! En el pie de un árbol ata
El caballo. Misérrima delata
Su faz al nuncio de fatal mensaje.

Loco el chasque, refiérele a María
Magdalena la invicta valentía
De Don Tristán, el capitán que ha muerto.
Y detalla, en sus ojos la insana,
La tragedia del héroe con acierto.

Al regidor intensamente apena
La muerte heroica de Tristán de Allende.
Se inunda en largo llanto Magdalena.
Y sin saber por que, su tez morena
En lágrimas bañó el hijo del duende .

¡CONDOR, que has presenciado en la espesura
Desde tu solio eterno sobre el viento,
La guazabara en su feroz bravura:
Di lo que tu ojo vió desde la altura!
¡Tono en rojo mayor presta a mi acento!

Bravo, adalid de los comechingones,
Olayón levantó en armas la tierra;
Y al brazo de Olayón bramó la sierra
Con fragor de torrente y aquilones
En alarido trágico de guerra.

Cortas milicias a la lid arroja
Luis de Tejada, entonces gobernante,
Para auxiliar de súbito a La Rioja,
Que clama contra el calchaquí tonante,
Nube que truena la norte, amenazante.

Y envía al capitán Tristán de Allende,
Bien apodado el rayo de la guerra,
Porque si el brazo belicoso extiende,
Tiembla a su paso la espantada tierra,
Y ha de morir o domeñiar las sierras.
Bagaje de carretas y ganados,
El pelotón de los arcabuceros
Se apresta por incógnitos senderos
A descubrir sus pechos denodados
A las mil flechas de salvajes fieros.

La caravana en marcha ya se embosca
Por la intrincada ruta, en son de guerra:
Una ampalagua arrolladora, fosca,
Sus resbalosas vértebras enrosca
Por las sinuosidades de las sierras.

En ocasiones, por la noche oscura
La punta lacerante de un silbido
Agujerea la hórrida espesura:
Es áspid de dañina mordedura
Es un indio en los troncos escondidos

El jefe, torre en hierro resonante,
En la desigual lucha los inflama,
Desnudada la espada rutilante,
A sus bravos soldados:-¡Adelante
Por Dios, por nuestro Rey, por nuestra dama!-

¡Olayón! ¡Olayón!- brama la sierra
erizada de plumas y de lanzas
¡Olayón! ¡Olayón!- grito de guerra
por quebradas y cúspides aterra
en un eco estridente de venganzas.

Bajo los toldos de la azul techumbre
Del cielo, apíñase la muchedumbre
Por los tajos de ríspidas pizarras,
Y sus flechas aguzan en la cumbre
Como afilan los cóndores sus garras.

Hierofante, adalid de la montaña,
Olayón mira silencioso el orto.
El sol, en cataratas de luz, baña
Las cimas y hondonadas. Rojo en saña,
Ruega a sus dioses Olayón absorto:

¡Dioses del monte, alzaos iracundos
en torvo terremoto, que el cristiano
en nuestra sierra pone pies inmundos!
Flecha con su ojo la extensión profunda,
Levanta el puño y amenaza al llano.

Fue la lucha: entreveros, alaridos,
Lanzazos, sangre, encrucijada. Suerte
Dudosa: flechas, vértigos, quejidos,
Atronaciones, polvareda, heridos,
Boqueadas, ayes, estertor y muerte.

Tregua: cansancio y pérdidas. Resbala
Por la noche un murciélago. Se escucha
Un ¡ ay ¡ en el descanso, contra un rala,
Bajo el poncho un soldado pita en chala.
Hay trágica zozobra. Otra vez, lucha.

Con la punta del ojo el indio otea
Lejanamente el campo que se enciende.
Empuja el sur la quemazón. Bravea
De ira Olayón. A singular pelea
Lo reta el capitán Tristán de Allende.

Un lenguaraz conduce al parlamento.
El cacique, de rabia y coraje,
Tritura sus palabras contra el viento,
y al capitán, al torpe atrevimiento,
acepta en todas partes el mensaje.

En la lucha trabada mano a mano,
está echada la suerte de la guerra.
Es el choque en un duelo contra el llano
la ciudad frente a frente de la sierra.

Sobre un clavo del bosque, en una playa,
es el lugar del singular combate.
A los heroicos émulos soslaya
el sol. Cada jinete está en su raya;
se embisten ya los dos con rudo embate.

Estirado el corcel, firme la lanza,
encuentro colosal de dos leones
feroz el uno contra el otro avanza.
Chocan, ebrios de indómita pujanza,
alzados en dos pies los redomones.

Fuerte la lanza en los robustos brazos,
cada cual chuza al corazón, derecho.
Aséstanse dos bárbaros lanzazos:
abriendo roja boca por el pecho,
las puntas salen por los espinazos.

Cocidos por la lanza, en nudo estrecho,
los dos atravesados en el pecho,
ruedan por la embestida desmontados.
De sangre el pastizal mánchase a trecho
como cuero de tigre, ya estaqueados.

En callado estupor, cada mesnada
alza a su jefe. El gran dolor es mudo,
Tristán de Allende lanza una mirada
a los espacios. Palpa a un su espada
y espira sobre su quebrado escudo.

Divino el sol, que trágico desciende
en resplandor de gloria, de soslayo
besa el cadáver de Tristán de Allende;
y como espada ensangrentada tiende
sobre el yiento costado el postrer rayo.

Conduce una carreta al héroe amado.
El silvestre laurel coronas teje.
La carreta se quiebra en el Bañado;
y allí dejan al héroe sepultado
poniéndole una CRUZ hecha DEL EJE.

Cuentan aún la hazaña sus soldados
En el aura doliente de la sierra;
La canta el payador, de tierra en tierra;
Y los niños en corro, alborozados
Juegan al capitán que fue a la guerra:

Juguemos a la guerra,
Rataplán, rataplán, rataplán
Que pronto va a empezar.
Rataplan, rataplan, rataplan, plan, plan!
El rayo de la guerra
Fue a la sierra a pelear,
Va para los dos años:
¡ No vuelve el capitán!
Desde el alcor más alto
Lo van a divisar.
De lejos viene un chasque,
Sangre y sudor la faz.
La dama al chasque dice:
¿Qué nuevas traerás ?
el chasque le responde,
que apenas puedes hablar:
a las nuevas que traigo,
tus ojos llorarán.
Con el crespón más negro
Tus ojos cubrirás.
¡El capitán ha muerto¡
Lo fueron a enterrar.
Siguiendo la carreta
Sus oficiales van.
Uno lleva su lanza,
El otro su alazán.
Subiendo por la sierra
El carro se quebró;
Y allí lo sepultaron
Sin darle bendición.
La Cruz, hecha del Eje,
Al frente se plantó.
Cantaba una calandria
Encima de un mistol.
Volar vieron su alma
Entre un cardón en flor.
Todos besan la tierra
Transidos de dolor.
Del suelo se levantan
Al doble del tambor,
Cantando las victorias
Que el capitán ganó.

¡CRUZ del Eje: recuerdos de la infancia!
¡Soñar entre tu clara serranía!
¡Sobre mi alma, aclarecida estancia,
tu flor del aire derramó fragancia
y se llenó de azul mi fantasía!

Perfumada en retama y en jarilla,
Recostada la verdor de suaves lomas,
Tu abriste a la celeste maravilla
Mi visión: ¡ eras límpida, sencilla,
Ojos garzos de rústicas palomas!

Muchas tardes, sentado en una peña,
Oía el son lejano de clarines,
Que gime el viento en la nativa breña;
Y una nube cubría, arriada enseña,
Las sombras de los muertos paladines.

Brindabas luz de embriagadores vasos:
Mi inspiración hendía el horizonte,
Ceñida, en tus románticos ocasos,
De alas y nubes de impalpables rasos,
En busca de otros cielo y otro monte.

Entonces, libre el corazón de pena,
Me solazaba en el silente encanto
De los campos olientes a verbena:
¡quería ser pastor de Nochebuena
y apacentar estrellas con mi canto!

En la siesta dorada, abrir la puerta,
Por el mandato paternal cerrada;
Y el pecho al aire en la camisa abierta,
A hurtadillas huía a la enramada
De pámpanos sonoros de la huerta.