Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de Belkis Cuza Malé

La pluma de Belkis Cuza Malé (1942), poeta, escritora y pintora cubana, trasciende fronteras y resuena con una voz singular en el panorama literario. Su figura destaca especialmente por su talento poético, el cual ha tejido con maestría y pasión a lo largo de los años.

Nacida en Guantánamo, Cuba, la autora labró su camino en la literatura y las artes desde una temprana edad. Tras estudiar Letras en la Universidad de Oriente en Santiago de Cuba, Cuza Malé se enraizó en el mundo literario, explorando las distintas vertientes de la creatividad. A lo largo de su vida, ha dejado una profunda huella en múltiples formas de expresión.

Los inicios poéticos de Cuza Malé tuvieron un impacto significativo, siendo su obra «El viento en la pared» una muestra temprana de su genio literario. Su incursión en los círculos literarios la llevó a conocer a figuras como el poeta Heberto Padilla, quien se convertiría en su esposo. Su vinculación con la literatura no se limitó al papel; trabajó como periodista en medios cubanos y experimentó con la narrativa, dejando un legado multifacético.

A lo largo de su trayectoria, Cuza Malé dejó una impronta poderosa en el ámbito poético. Desde «Tiempos de sol» hasta «Juego de damas», sus versos capturan la esencia de su época y sus experiencias personales. Los premios y menciones en el prestigioso Premio Casa de las Américas son testamento de la calidad y originalidad de su obra.

La vida de Cuza Malé se entrelaza con momentos cruciales de la historia cubana. La detención junto a Heberto Padilla y su posterior exilio marcaron un giro en su vida, influyendo en su perspectiva y profundizando su voz poética. En el exilio, continuó su labor, fundando la revista «Linden Lane Magazine» y estableciendo La Casa Azul, un centro cultural que honra el legado de su esposo.

Las palabras de Cuza Malé trascienden barreras geográficas y culturales. Su poesía, marcada por la introspección y la sensibilidad, ilumina rincones profundos de la experiencia humana. Su obra perdura en la memoria literaria, recordándonos la riqueza y diversidad de voces que enriquecen nuestro mundo.

Niñez

Cuando fui una niña
salía a la calle
a soñar despierta,
jugaba a la rueda,
detestaba el parque,
me dormía sentada en la puerta.
Quería que el mundo
de verde, de tul,
de azul, de cerezas
tiñera, vistiera
su palidez muerta.
Me dolía que la gente
no quisiera
a los perros,
a los conejos,
a los gatos.
Los veía tiernos,
hambrientos,
juguetes humanos.
Y nadie quería
que los guardara en mi patio.
Ver lindas
alas de mariposas,
dejarlas volar,
dejarlas que jueguen
también con nosotras.
Coger florecillas
silvestres y raras.
¡Y pensar que ser niño
dura lo que una mañana!

Asimilo

Asimilo
el verbo conjugado
sin ser dicho.
No hace falta
trasplantarnos las uñas
de las manos
a la tierra,
para saber
que el marco de la puerta
forma un ángulo;
que los pies descalzos
andan sueltos;
ni que hace tiempo
mi espíritu se ha muerto
robando
granos de azúcar
a las moscas,
y ventilando situaciones
de cuidado.

Escribiré

Escribiré
con letras grandes,
sin que la luz
que trae el día
me soborne.
Escribiré
en los pétalos
sensibles de las flores,
en la esperanza
latente de los hombres.
Con la musa
que encontré
en el pan de cada día,
con la aspereza
del que quiere escribir
y no tiene manos.
Escribiré…

Las cenicientas

Somos las cenicientas.
El señor Botticelli pintó para nosotras
las tres hadas madrinas.
No somos inocentes.
El Príncipe nunca nos ha besado.
No hemos pisado su recámara,
ni lamido su vientre.
Vivimos en la cocina,
nuestra luna es el fuego.
Nuestros pies son enormes;
un largo baño no nos vendría mal.
Andamos con sayas rotas,
con las greñas al aire
y comemos pan duro.
No somos inocentes.
Por negritas, por feas y por putas
fuimos chifladas en el certamen de Miss Universo.
Pero gritamos (las deslenguadas)
¡merde! al culo del rey
y ¡merde! a sus ministros,
aunque ellos rabien con nuestra peste.

La patria de mi madre

Mi madre decía siempre
que la patria era cualquier sitio,
preferiblemente el sitio de la muerte.
Por eso compró la tierra más árida
y el paisaje más triste
y la yerba más seca,
y junto al árbol infeliz
comenzó a levantar su patria.
La construía a pedazos
(un día una pared, otro día el techo,
y, a ratos, huecos para dejar colar el aire).
Mi casa es mi patria -decía-
y yo la veía cerrar los ojos
como una muchacha llena de ilusión
mientras escogía, de nuevo, a tientas,
el sitio de la muerte.