Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Carlos de la Púa

Carlos de la Púa, nacido como Carlos Raúl Muñoz y Pérez el 14 de enero de 1898 en La Plata, se erige como una figura inconfundible en el paisaje literario argentino. Bautizado como el «Malevo Muñoz» o simplemente Carlos Muñoz del Solar en ciertos círculos, este poeta y periodista marcó su huella en la historia literaria de su tiempo.

En su breve pero intensa travesía literaria, de la Púa nos legó dos obras que reflejan su versatilidad y genialidad. «El sapo violeta«, una pieza narrativa hoy en paradero desconocido, y «La crencha engrasada«, una obra poética que se erige como un monumento al lunfardo, el lenguaje que fluía naturalmente de su pluma, tejiendo historias de los bajos fondos de Buenos Aires.

Entre sombras poéticas, de la Púa compartió amistades con íconos como Gardel, Raúl González Tuñón, Nicolás Olivari, Jorge Luis Borges, Enrique González Tuñón, Aníbal Troilo, Roberto Arlt, y Enrique Cadícamo. Inmerso en los bajos fondos de Buenos Aires, su poesía capturó la esencia de estibadores, obreros, delincuentes y prostitutas, dando vida a un universo marginal a través del lenguaje crudo y auténtico del lunfardo.

«Langalay«, uno de sus poemas emblemáticos, retrata a un personaje que desafiaba al coraje, prepotente y cabrero, clasificando los puntos del reaje y otorgando ceros a los que no sabían guapear. Conocedor del santo y seña del cuchiyo, con taco alto y escupiendo por el colmiyo, de la Púa plasmó en sus versos la realidad cruda de aquel Buenos Aires vibrante y a veces despiadado.

Pero de la Púa no solo fue un maestro de las letras; también dejó su huella en la música. Autor de tangos como «Luces de París» y «Coraje y Fuego«, y guionista de la primera película sonora argentina, «!Tango!«, su influencia se extendió a través de diferentes formas artísticas. Periodista en el Diario Crítica, dirigido por Natalio Félix Botana, sus notas destacaban por la ironía, agudeza y humor, características que también impregnaban sus poemas.

El progreso lo llevó a Villa Madero, pero su legado persiste. Enterrado en el Cementerio de la Recoleta, Carlos de la Púa se despidió de este mundo en 1950, dejando tras de sí un vacío que el poeta Cátulo Castillo expresó con estas palabras: «Este personaje fabuloso en nuestra admiración se fue por una absurda escotilla, hurtándose a sí mismo, privando a la ciudad de un porteño convicto y confeso de la poesía lunfardesca«. En el tango «Bailate un tango Ricardo«, Ulyses Petit de Murat lo recordó, invitando a bailar a Ricardo Guiraldes, el novelista, con estas emotivas palabras: «…¡Bailate un tango, Ricardo! Miralo a quien te lo grita pues no es ninguna pavada, ese muchacho es el bardo, el de La Crencha Engrasada. De la Púa ahora te invita; ¡bailate un tango, Ricardo!«

Fidelidad

Ciudad,
te digo la frase guaranga del caló
para hacerte más mía, para hacerte más íntima…
Para que no perciban su porteño sabor
los que llevan la mugre del espíritu gringo.

BARRIO ONCE

Para vos, Barrio Once, este verso emotivo
con un cacho grandote de cielo de rayuela.
Yo soy aquel muchacho, el fulback de Sportivo
Glorias a Jorge Newbery, que alborotó la escuela.

Yo soy aquel que al rango no erraba culadera,
que hizo formidables proezas de billarda.
Rompedor de faroles con mi vieja gomera,
tuve dos enemigos: los botones y el guarda.

Y, los bolsillos bolsas de bochones y miga,
llené toda la calle de repes y de chante.
¡Mi bolita lechera!… ¿Dónde andarás, amiga?
¡Y aquella mil colores, cachusa y atorrante!

Se fueron con el viejo pepino corralero,
el terror de los trompos, mi trovero baqueano.
Partía las cascarrias con su púa de acero
y a las chicas del barrio les zumbaba en la mano.

Se fueron con los cinco carozos de damasco
de mi ainenti querido… ¡Payanita primera!
Si te habremos jugado con el grone y el vasco
y con Casimba, el hijo de la bicicletera.

Barrio mío, donde garabatié con tiza
robada del colegio: ¡Yo la quiero a Adelita!
¡Abajo el Cachirulo! ¡Boicot al Pataliza!
El que le lee esto es un… Toto afila con Lita.

Barrio mío, donde quedara abandonado
el simbólico tejo diezañero y querido,
hoy -que en esta quiniela del vivir voy sobrado-
tu recuerdo me abuena como un verso sentido.

Tu recuerdo es el gol que me da la victoria…
Porque he jugado mucho, miro claro la vida…
Barrio mío, en tus calles, está toda mi historia.
Es una piedra-libre y una gata-parida.

PUENTE ALSINA

Puente Alsina,
sos como un tajo en la jeta de la ciudad.
En tus organitos se añejan los tangos
y te comés la cana por capacidad,
como los guapos.

Viejo Puente
donde se engrupen el dolor y el amor
con aguardiente.

Boliche del Mostrador,
donde nunca ha tomado un delator
ni un alcagüete.

Puente Alsina,
sos el cuadro bravo de la ciudad
y, aunque en tus esquinas se destiñe el piropo,
en tus chatas cadeneras todavía llevás
el nombre de la grela que te quiso un poco.

Academia del fango,
colegio del reaje,
donde tus hombres aprendieron a multiplicar el coraje
y tus minas a deletrear el tango.

Puente Alsina,
de la uña cachusa
a fuerza de probar el filo de los puñales,
para la chiruzada de tus barriales
cantó ya la lechuza.

BAJO BELGRANO

Barrio de timba fuerte y acomodo,
pasional de guitarras altiyeras,
yo he volcado el codo
de todas tus esquinas
con una potranca rea, Josefina,
que hoy se inscribe en los hándicaps de fondo.

Bajo Belgrano, sos un monte crioyo
tayado entre las patas de los pingos.
Creyente y jugador, palmás el royo,
rezando y taureando
en la misa burrera del domingo.

Y antes que porteño sos crioyo viejo
y barajás veinte palabras en inglés
-pursang, race, horse, pedigreé-,
salpicadas de aracas y canejos.

Patios de stud
curados de valsecitos viejos
y de tangos del sud
que vienen tirando la bronca desde lejos.

Portones
con ramos de morochas
a punto de dulzura.
Yo sé de una… ¡me cacho!,
prepotente y diquera,
que lleva la mirada de todos los machos
en la cintura,
como un revuelo de moscas bosteras.

Bajo Belgrano
patria del portón,
sos un barrio
querendón.

Y regalás a las pibas estuleras,
que se pasan bordando los mandiles
para el crack que después resulta un cuco,
el ramito de flores oriyeras
que crece en la maceta de tus trucos.

La cortada de Carabelas

Reñidero mistongo de curdas y cafañas,
de viviyos de grupo y de vivos de veras,
la cortada es el último refugio de los cañas
y la cueva obligada de las barras nocheras.

Barajada en el naipe de las calles centrales,
Carabelas es la carta más brava del asfalto.
Su abolengo ranero lo tiene por cabales
y a pesar del ambiente lo conserva bien alto.

El mejor elemento de vida cadenera
pasó por sus boliches tranquila y respetada,
desde la mina aquella de reloj pulsera
a la grela oriyera de la crencha engrasada.

En sus rantes bulines han truqueado, broncosas,
las barras más temibles de los tiempos pasados
y sus viejas paredes presenciaron famosas
peleas que dejaban cuatro a cinco tajeados.

La clásica encordada de los grandes cantores
deschavaron sus penas en sus piringundines,
volcando la milonga como un ramo de flores
en medio de las broncas y de los copetines.

Hoy la vieja cortada tiene nueva la pinta,
pero flota en su ambiente esa vida pasada
como flota en el cuello de la viola la cinta
que pusiera prolija la mano enamorada.

La canción de la mugre

Mi macho es ése que ves, ¡pinta brava!
de andar candombe y de mirar tristón.
Su pañuelo oriyero lo deschava
y lo vende su funyi compadrón.

Milonguero, haragán y prepotente,
mancusa al vesre y pasa a lo bacán.
Las horas las divide entre el far-niente,
la timba, la gayola y el gotán.

Ortivan los otarios de yuguiyo
que me insulta, me casca y cafichea.
¡Mejor! De ellos me tira su bolsiyo,
y de mi macho, todo lo que sea.

Remanyado canchero en la avería,
su vida de malevo es un prontuario.
Él me enseñó las dulces pijerías
para engrupir debute a los otarios.

El precio de mi cuerpo en los amores
le da chele en su vicio, el escolazo,
y aplaca como nada los furores
que me anuncia casi siempre el cachetazo.

¡Ése es mi hombre! Canallesco, inmundo,
es mi vida, mi morfi, mi pasión.
No lo cambio por todo lo del mundo…
Sus biabas me las pide el corazón.

LOS BUEYES

Vinieron de Italia, tenían veinte años,
con un bagayito por toda fortuna
y, sin aliviadas, entre desengaños,
llegaron a viejos sin ventaja alguna.

Mas nunca a sus labios los abrió el reproche.
Siempre consecuentes, siempre laburando,
pasaron los días, pasaban las noches
el viejo en la fragua, la vieja lavando.

Vinieron los hijos. ¡Todos malandrinos!
Vinieron las hijas. ¡Todas engrupidas!
Ellos son borrachos, chorros, asesinos,
y ellas, las mujeres, están en la vida.

Y los pobres viejos, siempre trabajando,
nunca para el yugo se encontraron flojos;
pero a veces, sola, cuando está lavando,
a la vieja el llanto le quema los ojos.

Barracas

Era un boncha boleao, un chacarero
que se piyó aquel 9 en el Retiro:
¡nunca vieron esparo ni lancero
un gil a la acuarela más a tiro!

Eran polenta el bobo y la marroca,
y la empiedrada fule, berretín.
De un grilo una casimba daba boca,
y un poco la orejeaba el chiquilín.

El ropaé que acusa ese laburo
trabucó bien al boncha de culata,
pero el lancero trabajó de apuro
y de gil casi más mete la pata.

Era un bondi de línea requemada
y guarda batidor, cara de rope…
¡Si no saltó cabrón por la mancada
fue de chele nomás, de pudo dope!

Barracas,
desde el altar malevo de tus pescantes
se desmorona la compadrada,
la compadrada de antes.

Barrio corralonero que en tiempos idos
saíías de tus pagos a ensartar corazones,
tirando besos en los chasquidos
de tus látigos compadrones.

Un cuarteador, un pingo y un recao,
y la tripa de un lazo hasta un carro encajao
eran las armas de tu escudo.
Tu lema fue el puntazo agudo
de un piropo inspirao.

Tus minas, hermosas de tradición,
hicieron famosos tus carnavales,
donde al compás de los puñales
tayaba fuerte el corazón.

Viejo barrio porteño,
lo nuevo te queda estrecho
y lo moderno sienta mal.
A tus casas, bajas de techo,
y a tus patios amplios de arrabal.

Barracas,
barrio de peso, barrio crioyo,
no reculás un tranco de poyo
con la invasión del progreso.