Poetas

Poesía de México

Poemas de Carlos Duarte Moreno

Carlos Duarte Moreno. Inició la carrera de médico, que dejó inconclusa en 1915, debido al movimiento revolucionario. Por ese tiempo fue propagandista del general Salvador Alvarado y de las campañas políticas de Felipe Carrillo Puerto. Por sus andanzas políticas salió de Yucatán en 1931, refugiándose en Cuba hasta 1934. Ocupó varios puestos públicos como dirigente de diversas agrupaciones, fue socio del Ateneo de Ciencias y Artes de México, y socio fundador de la Peña Literaria del Club de Periodistas de la ciudad de México (1967).

Desde muy joven colaboró en el Diario del Sureste (del cual fue director y fundador) con sus columnas: «Caminando por las calles» y «Arenas de mi desierto»; en Hoy, Excelsior, y otros. Fundó y dirigió los semanarios La Discusión, Gladios y El Pueblo. Obtuvo premios nacionales en el cincuentenario de los Mártires de Río Blanco, en el Bicentenario de Morelos y en los Centenarios de los Institutos Juárez de Durango y el Literario de Yucatán. Cuando falleció trabajaba como director del Boletín de la Sociedad de Autores y Compositores de Música.

La obra de Carlos Duarte Moreno, prolijo compositor de canciones mexicanas, comprende poesía, novela y teatro. Los temas más constantes en su poesía son el amor, la figura paterna, los conflictos internos del poeta, el paisaje y las bellezas naturales de los estados de la República Mexicana. Miguel Civeira Taboada opina que su obra poética inédita es suficiente para hacer más de una decena de volúmenes.

Su novela Levadura, en parte autobiográfica, presenta a un personaje que se revela contra la unión de la iglesia y el sistema capitalista. Tiene inéditas otras novelas y también obras de teatro y de poesía.

Rumba

¡Cintura de negra,
culebra de jungla,
se quiebra en la rumba
y el son!

Herencia del Congo
con frutos de América
-maracas, bongó-;
el barrio está de fiesta
y en todas las puertas
es fuerte el color.

La negra que baila,
y es hembra rotunda,
tiembla la cadera
con ardor de yegua
que está en luna y sol…

Entorna los ojos, sonríe la bemba;
se abrillanta el cuello lleno de sudor.
Los brazos son rollos de carne de selva
y es en las axilas donde hay más carbón.

Con tanto meneo
se agita el deseo,
late el corazón…
¡Se bebe, se baila, se agita! Mareo
de hembra, de ritmo, de ron!

Cintura de negra,
culebra de jungla,
se quiebra en la rumba
y el son…

A una sombra constante

Para mis rosas de marzo
quiero tus frutos de otoño.
Voy andando
a trechos largos;
¡a veces tropiezo y caigo
y cuando escucho no oigo!.

¡Quiero tus frutos de otoño
para mis rosas de marzo!
¡Vengo a prestarte tus ojos
que son serenos y sabios!;
tus ojos que son filósofos;
tus ojos que son oráculos…

Igual que corderos mansos
traigo balando los años
para que me des tus ojos
abiertos como dos manos…

Soy ciego de sangre y polvo
por caídas de fracasos
y sueños un poco locos
y arrullos un poco raros…

¡Vengo a prestarte tus ojos
que son serenos y sabios!;
¡tus ojos que miran hondo!
¡tus ojos que ven muy alto!;
tus ojos que se quedaron
dormidos, por visionarios…
¡Creyente fui enamorado
de las perlas y los oros…!
creí en los samaritanos
y en los vinos generosos
y en el agua de los cántaros…;
¡después de tragar el grano
se me fugaron los pájaros!

Vengo a prestarte tus ojos;
tus ojos frutos de otoño
¡para mis rosas de marzo!

Marca

¿Qué sortilegio amargo
es este de mi angustia,
que cuando tengo rosas
se rompen en mis manos?

¿Por qué nada me dura
solemne…, limpio…, intacto?
¿Por qué todo se fuga
como pájaro…?

Por qué cuando la fruta
espléndida y madura
la llevo hasta mis labios
hace amarga su azúcar
de milagro…

¡Qué maldición oculta!,
¡qué fatalismo raro
me persigue y me anuda
con dogales aciagos!…

¡De qué leyenda bruja
brota este signo malo!…
¡Qué amargura
de mis abuelas rutas
o qué rudos pecados de mi carne o mi duda
estoy pagando…?

¡Por qué todas las rosas
se rompen en mis manos!…

Balada de la luna lavandera

Del río en el agua clara
y usando la piedra dura,
la madre amorosa lava
bajo el claror de la luna.

¡Son los pañales de albura,
son abriguitos de lana;
el algodón de las blusas
y las fundas de la almohada!

La luna, con ser tan alta,
la ropa a lavar ayuda
y se deslíe en el agua
y hace más fértil la espuma.

Y la madre, arrodillada,
ablanda la piedra dura
¡y la ropa se hace blanca
con el jabón y la luna!

Y queda el agua empapada
de maternales ternuras
y al estar lava que lava
¡se vuelve madre la luna!