Poetas

Poesía de España

Poemas de Carlos Murciano

Carlos Murciano González-Arias de Reyna, también conocido como Carlos Ramón, nació el 21 de noviembre de 1931 en Arcos de la Frontera, España. Fue un polifacético escritor español cuya trayectoria destacó en múltiples facetas literarias y artísticas, como la poesía, la prosa, la traducción, la musicología, la crítica de arte y la crítica literaria. Además, es reconocido por su contribución al mundo de la literatura infantil y juvenil. Carlos Murciano es hermano del también escritor Antonio Murciano, lo que demuestra que la pasión por la palabra y la creatividad literaria corren en la familia.

Hijo de Antonio Murciano Mesa, un industrial natural de Málaga, y María Manuela González-Arias de Reyna, de Utrera, Carlos Murciano creció en un ambiente donde el arte y la cultura estaban presentes. A lo largo de su vida, demostró un profundo interés por las letras y las artes, lo que lo llevó a estudiar y practicar una variedad de disciplinas.

Murciano incursionó en la arquitectura y la enseñanza, dedicándose a la profesión de perito e intendente mercantil, y también trabajando como profesor en estas áreas. Sin embargo, su verdadera pasión siempre estuvo en la literatura y el arte. Junto con su hermano, Antonio Murciano, fundó la influyente revista poética «Alcaraván», que sirvió como plataforma para difundir nuevas voces y experimentaciones literarias.

A lo largo de su vida, Carlos Murciano escribió más de ochenta libros, abarcando géneros como la lírica, la narrativa, el ensayo y la literatura infantil. Su poesía es conocida por su diversidad de registros y su constante uso de formas clásicas, lo que revela su profundo respeto por la tradición literaria. Además, se destacó como un prolífico traductor, brindando versiones al español de poetas anglosajones de renombre como Mary Madeleva, Richard Eberhart, Langston Hughes, John Berrynan, Anne Sexton, Mary Wilson y varios poetas norteamericanos.

Carlos Murciano cosechó innumerables premios y reconocimientos a lo largo de su carrera literaria. Entre estos galardones, se destacan el premio Adonáis de poesía en 1954, el Premio Nacional de Poesía en 1970 por su obra «Este claro silencio», y el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 1982 por «El mar sigue esperando». Su contribución al mundo de las letras le valió reconocimientos como el Premio Internacional Antonio Machado en 1997, el Premio Ángaro de Poesía en 2010, el Premio Mossen Alcover en 1964 y el Premio Internacional Atántida en 2000, entre otros.

Además de su escritura, Carlos Murciano incursionó en la música al producir en 1969 el disco LP «Diez poetas españoles dicen su poesía deportiva», en el que diez poetas, incluido él mismo, recitan sus versos relacionados con el deporte.

El legado de Carlos Murciano trasciende géneros y generaciones. Su dedicación a la literatura, la poesía, la traducción y su habilidad para explorar diversas formas literarias han dejado una huella duradera en el panorama cultural español. Su constante búsqueda de conocimiento y su compromiso con la creatividad y la excelencia literaria siguen inspirando a escritores y lectores en todo el mundo. Carlos Murciano falleció en 2018, pero su influencia perdura en su vasta obra y en el impacto que ha tenido en la literatura española y más allá.

El reloj

Esto de no ser más que tiempo espanta.
La solución bajo el costado izquierdo:
un fiel reloj al que jamás me acuerdo
de darle cuerda y, sin embargo, canta.

Canta con un martillo en la garganta,
mas sé que estoy perdido si lo pierdo.
A martillazos vive su recuerdo.
Sin embargo, ni atrasa ni adelanta.

A veces se le olvida hacer ruido.
A veces hace por salir del nido
y si no lo consigue, humano, llora.

A veces suena a Dios. De todos modos
es un reloj y un día, como todos,
se quedará parado en cualquier hora.

En la casa

Iba abriendo las últimas estancias.
Nada turbaba el polvo gris del suelo.
Triste la luz, sobre los altos muros,
acuchillaba el tiempo.

Nadie pisaba. Nadie turbia. (¿Nadie
pisaba las orillas del silencio?)
En el cristal, sangrando, rebotaba
un pájaro de hielo.

Iba desempolvando los rincones.
«Ahora es verdad. Ahora. Esto fue un beso
dulce, aquello una palabra… ¡Oh, Dios!,
¿y esto? »

Se tocaba las manos. No sabía.
Acariciaba, roto, un pedazo de sueño.
¿Qué es…? ¿Qué es…? Temblaba. Torpe, había
olvidado el recuerdo.

«Aquí hubo alguien. Yo lo sé. Aquí
vivía alguien. ¿Quién, ¡oh Dios! , quién…?» Luego
lloró sobre las losas. ..Se buscaba
él mismo sin saberlo.

Era con sol

Era con sol. Corríamos.
Temblaba el mundo con nosotros.
Era con sol. Hablaban ruiseñores,
hablaban claros álamos;
desnudaba alegría la mañana.

Yo te decía: amor, amiga, escucha:
tú tienes unas manos que vuelan a palomas,
tú tienes en los ojos dos canciones sonándote,
tú tienes de campana la voz, la vida toda.
Yo sólo tengo un mundo que sabe a corazón,
que sabe a fruta verde todavía,
un camino a tristeza, otoñalmente largo,
y una fuente muy dentro que mana gris el alma.

Y tocaba tus dedos y te decía: amor,
amiga, escucha:
Esta frente que estás acariciándome ahora,
esta piel, este verso,
son algo menos tuyos, son de nunca,
son de silencio o nada,
son de parque con niebla o arroyo con guijarros.

Y estábamos despacio bajo el día.
era con sol. El esquilón del buey
tañía a hierba verde con rocío
y una brizna de brisa los trigos oleaba.
Yo seguía diciendo mientras, cerca,
iba fluyendo tu garganta en nieve:
Yo tengo, amor… Tú tienes -me decías-,
tú me tienes a mí, tú tienes estos labios
que ahora… sólo… besan…

Hablando claro

Las cosas claras, Dios, las cosas claras.
¿Acaso te pedí que me nacieras,
que de dos voluntades verdaderas,
de barro y llanto, Dios, me levantaras?

¿Acaso te pedí que me dejaras
en mitad de la calle -en las aceras
se apiñaba la vida- y que te fueras:
y que con tu desdén me atropellaras?

Palabra que no sé por lo que peco.
Palabra que procuro, mas en vano,
llenar tu hueco, rellenar mi hueco.

Pero soy nada más Carlos murciano.
Ni hombre ni nada, Dios, solo un muñeco
que se mueve en la palma de tu mano.

Momento

Salta el botón, y la seda
de la blusa se desliza
sobre tus hombros. Ceniza
es el momento. No queda
ni un pájaro en la alameda
y el poniente ha dicho adiós.
Sueltas tu falda. Los dos
temblamos. Pálido y mudo,
veo nacer tu desnudo
bajo el asombro de Dios.

Mujer que pasa

Llueve silencio, Pasas. Hace hastío.
Hace sueño esta noche. Pasas. Queda
un retazo de ti. Por ti la seda
del alma se desdora. Llueve frío.

¿Vienes o vas? ¿Retorna tu desvío,
peregrino de azul, por mi vereda?

¿O torna tu dulzura, porque pueda
dormir mi corazón? Pasas. Sonrío.

Digo sonrisa y pienso que es incierta
esta luna que enluna mi desvelo.
Loro quizás. Destrenzo mi tristura.

Hace sed esta noche. Por mi puerta
pasas. Dolor. Bajo lo gris del cielo
cielo y dolor deshojan mi locura.

Serenamente

«Creímos que todo estaba
roto, perdido, manchado…
-Pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando-.»

Juan Ramón Jiménez

Serenamente digo:
«Empiezo.» La mañana
se desnuda. Testigo
único, la campana.

Su son, su son lejano
me salva, me convoca.
Plenitud del verano:
la flor sobre la roca.

Cielo malva, luz pura.
El agua se despeña.
Arriba, una figura
-memoria, tiempo- sueña.

La palabra no brota
de los labios. Asombro.
Una mirada -¿rota?-
dice lo que no nombro.

Empiezo. Lento, vuelvo
la página. Y escribo.
Y en la tinta me absuelvo
y me condeno. Y vivo

Eres tú, no las olas

«…tú eres quien me acabas,
que las olas no.»

Pedro de Quirós

EL mar es como un niño consentido:
sobre la arena arroja a las gaviotas
y echa a rodar entre las olas rotas
los últimos recuerdos del olvido.

Arrastra ya el verano, malherido,
la desesperación de las derrotas.
Flota la luna en el poniente. Flotas
sobre mi corazón atardecido.

En el rincón más fiel de la bahía
arde tu cuerpo entre mis manos, mientras
arroja el mar sus besos y sus babas.

Baten las grandes olas mi agonía
y, a su compás, me buscas y me encuentras.
Y eres tú, no las olas, quien me acabas.