Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Carlos Vega

Carlos Alberto Gabriel Vega (14 de abril de 1898 – 10 de febrero de 1966) fue un multifacético artista argentino cuya influencia resonó en los campos de la musicología, la composición y la poesía. Nacido en Cañuelas, provincia de Buenos Aires, Vega demostró desde temprana edad una versatilidad que lo llevaría a ser reconocido como el padre de la musicología argentina.

Vega, hijo de Antonio Vega y Josefa Sánchez, inició su trayectoria académica en Buenos Aires, donde no solo se destacó en sus estudios comerciales secundarios, sino que también se sumergió en el mundo de la música, aprendiendo guitarra desde los doce años y convirtiéndose en discípulo del virtuoso Antonio Torraca a los dieciséis. Su pasión por el fútbol, que lo llevó a ser arquero del Cañuelas Fútbol Club a los 18 años, se vio complementada por su costumbre peculiar de recitar poemas de amor en la plaza, ganándose el apodo de «el loco Vega» en su ciudad natal.

A partir de 1920, Vega exploró las provincias argentinas, colaborando con diarios locales bajo seudónimos como Cardenio y Rey Negro. Establecido en Buenos Aires en 1926, fundó la Biblioteca Popular Domingo Faustino Sarmiento en Cañuelas y se unió al Museo Argentino de Ciencias Naturales «Bernardino Rivadavia«, contribuyendo significativamente a la sección de Arqueología. Sin embargo, fue en la década de 1930 cuando Vega dejó una marca indeleble en la musicología argentina al iniciar un proyecto de relevamiento del folclore y fundar el Gabinete de Musicología Indígena, precursor del Instituto Nacional de Musicología (INM), hoy llevando su nombre.

La riqueza de la obra de Vega abarca cerca de 400 creaciones, incluyendo libros, discos, obras musicales y artículos. Su legado musical incluye composiciones como «Danzas y Canciones Argentinas» (1936), «Panorama de la Música Popular Argentina» (1944), y «La Formación Coreográfica del Tango Argentino» (1977). A nivel literario, publicó poesía como «Hombre» (1926) y «Campo» (1927), así como cuentos en «Agua» (1932). Su vida y trabajo estuvieron marcados por una colaboración fructífera con la compositora Silvia Eisenstein, su esposa, con quien compartió una profunda conexión artística.

Carlos Vega, un hombre cuyo legado trasciende las fronteras de la música y la poesía, dejó una huella perdurable en la cultura argentina, consolidándose como un pilar fundamental en la preservación y comprensión de la riqueza musical y folklórica de su país.

Inmóvil, muda, fría…

Inmóvil, muda, fría, indiferente,
melancólica, pálida, ¡cuán bella!
trémulos ojos con fulgor de estrella,
larga trenza dorada, tersa frente.

Penumbra: entusiasmado adolescente,
susurra amor junto al oído de ella,
exaltado, nervioso, y la doncella,
frívola escucha, pérfida, sonriente.

Balbuceó un «sí» y huyó a ciudad lejana,
de donde no volvió; y él, pobre, triste,
en su loca pasión con calma insiste.

Y del invierno en la glacial mañana,
admira el parque, cierra la ventana,
y suspirando con dolor, se viste.

I

Gacha la cabeza del viejo,

gacho el recio testuz de las bestias,
hace veinte años que arrastran y guían
un arado rústico de corvas estevas.

¡Veinte años! Al cabo,

los tres se dividen en tres la faena:
el viejito empuja un poco el arado
y los bueyes trazan la hendidura recta.

La picana, inútil, se ahúma en la choza;
-«ganas de astillarla cuando falte leña»-
se comprende, entonces, que no haya en la zona
ni viejo más calmo ni yunta más lenta.

Y es porque, en secreto, ya se tienen lástima.
Esta madrugada surcaban la cuesta
-un pedazo nuevo ganado en los bosques:
raíces, zarzales y piedras-
cuando en la corteza de un tronco
se clava el punzón de la reja.
El viejo acaricia su yunta;
-¡veinte años de lucha y de pena!
mira el tronco hendido, presiente la lucha,
y como él, no sabe sino de la fuerza,
da un largo descanso a sus bueyes
y él también descansa tendido a la vera
mientras intercambian miradas amigas;
y así, en la pradera,
integran un solo designio de sed y cansancio
porque son tres bestias!

XXII

Con cariño y con pena

me recibieron todos en tu casa;
no quise preguntarles la respuesta
que el ambiente y tu ausencia anticipaban.

La puerta prometía por instantes
tu imagen adorada.

(¡Verte sólo un segundo
recitando la excusa preparada…
Verte sólo un segundo
para colmar de luz tanta desgracia!)

Y no se abrió la puerta
durante la velada.
¡Y no se abrió la puerta!
¡Yo no sé si mis ojos la dejaron clavada!

XXIV

Detuvo tu ademán mis confesiones
y relució tu anillo interponiéndose;
pero tus ojos tristes
dijeron la verdad trágica y breve:
que tú eres mía, ¡mía! y que te llevan
¡irremediablemente!

X

Vuelvo a la aldea al cabo de dos años
y corro hasta su casa;
ansiosamente busco
entre todas las caras su cara idolatrada;
serios, todos de luto
me miraron con lástima…

(Dos noches que no duermo…

pero no quiero preguntarles nada.)

XXV

No me quisiste nunca y te he dejado
doliendo en mis entrañas.
Así, hendido, comprendo
los besos de las madres y las ansias
del arrullo que viene
temblando, de las ramas…
¡No he querido olvidarte!
¡Te he dejado sangrando en mis entrañas!

VIII

Cortaron los perales
en el vecino huerto.

Cortaron los perales…
Cuando vengan al mundo mis pequeños
¿dónde hurtarán la fruta
si no quedan frutales en el pueblo?

¿Que van a recordar los pobres luego
si tendrán por pasado una niñez
vacía de recuerdos?