Poetas

Poesía de España

Poemas de Carmen Jodra

Carmen Jodra Davó (1980-2019), luminosa poetisa española nacida en Madrid, conquistó la esencia de la poesía desde temprana edad. Licenciada en Filología Clásica por la Universidad Autónoma de Madrid, su pluma juvenil se alzó con el prestigioso Premio Hiperión a los 18 años, tejiendo un destino literario excepcional.

Con su debut, «Las moras agraces«, Jodra desplegó una prosa que resonó como sinfonía en el mundo literario, atrayendo miradas críticas elogiosas. Invitada a las Tertulias Poéticas en 2001, su presencia fue un destello en el firmamento de la Universidad Popular José Hierro.

En 2004, desentrañó nuevos rincones poéticos con «Rincones sucios«, marcando otro hito en su carrera. No solo conquistó con sus versos, sino que recibió una beca de creación del Ayuntamiento de Madrid, residenciándose en la emblemática Residencia de Estudiantes hasta 2006.

Mujer de letras y estantes, Jodra, opositora y bibliotecaria, dejó su huella en la Universidad Politécnica de Madrid y la Biblioteca Pública Luis Rosales de Carabanchel. Su vida, sin embargo, se entrelazó con la lucha contra el cáncer, una batalla que culminó en 2019, cuando la poesía perdió a una de sus musas a los 38 años.

Los laureles de Jodra se entrelazan con sus primeros triunfos en el certamen de poesía del instituto y el Premio María Dolores Mañas. El Premio Hiperión en 1999 consolidó su posición, destacando su «Las moras agraces» como una voz única que resonó con amplio registro y hallazgos sorprendentes.

La obra poética de Jodra, más allá de su tiempo en la tierra, vive en las páginas de «Las moras agraces» y «Rincones sucios,» testimonios inmortales de una pluma que, aunque silenciada, sigue susurrando versos en la memoria de aquellos que la descubren.

Será un centauro, un ser hermafrodita…

Será un centauro, un ser hermafrodita,
el toro violador y la paloma,
con las mórbidas formas de una poma
y el escudo anguloso de un escita.

Será otro yo, y así, será exquisita
la unión. No dejaremos ni una coma
en donde estaba antes, y aun la Roma
de Nerón aparecerá marchita.

¿»Noverat iam luxuriam…»? Las bacantes
serán vestales, y piadosas preces
sus gritos: ¡nadie gana a dos estetas!

Danzando sobre él con pies sangrantes,
quebraremos mil veces y mil veces
el cristal que cantaron los poetas.

Me mira. Pero no desde la altura…

Me mira. Pero no desde la altura,
como el Otro miraba,
sino asentado en la terrena grava,
sobre la roca dura.

Sonríe con sonrisa tan impura,
que la reina de Saba
no era más seductora que Él; me alaba,
como a fruta madura.

Yo rehuyo sus ojos en el suave
espejo de la alberca,
pero estoy deseando, y Él lo sabe,

ceder. Me olvidaré de Buda y Cristo
por verle más de cerca.
¡Mi Señor, Lucifer, Satán, Mefisto!

Cuando una tiene sangre de ramera

Cuando una tiene sangre de ramera,
brutal desprecio hacia la mayoría,
tendencia a decir no a todo consejo
e inclinación al mal por el mal mismo,

no podría ser casta aunque quisiera,
integrarse en la masa no podría,
y sin conseguir nada se hará viejo
quien intente apartarla del abismo.

Pero además ocurre

que ella no pondrá nada de su parte.
Ya tiene, y hace, y es, lo que prefiere;

pensar siquiera en la virtud aburre
a quien ha hecho del vicio todo un arte,
y ni encuentra salida, ni la quiere.

Amor y psique

Amor, hijo de Poros y Penía,
pobre como su madre la Pobreza,
cazador sin fortuna,
un solo pensamiento en la cabeza.
Lo que intenta alcanzar se desvanece
apenas alcanzado;
vuelve a buscar, y busca,
lanzando redes, flechas y añagazas,
infatigable, pobre desgraciado.

La diosa se está peinando
entre cortina y cortina;
los cabellos son de oro,
el peine de plata fina,
y entre pasada y pasada
toma néctar y ambrosía.
y la diosa está envidiando
a una pobre ninfa
que se debate perpleja, tan joven, tan joven,
tan joven y hermosa
como perdida.

¿Y bien?… Que se quemó el Amor los dedos
sobre su propia antorcha
por esa tan hermosa que ha irritado
a Afrodita la hermosa.
Porque tiene el encanto incomprensible
de lo indefenso y lo recién nacido,
porque mira con ojos muy abiertos,
porque no entiende a Dios ni entiende el mundo,
y porque se devana la cabeza
tratando de entenderlos, y no puede,
y porque su estupor le pide a gritos
el trozo que ella siente que le falta…
Y porque el joven dios ve de repente
que ella es el trozo que le falta a él,
y todo hace que Afrodita sea
-tan fuerte, tan segura-, casi fea…

Y así fue, y así ha sido.
El uno que sabiendo lo que quiere
no logra mantenerlo,
la otra ignorante tanto de qué busca
como del modo de llegar a ello,
al margen de Afrodita,
al margen de la incomprensible espita
por la que orina el mundo incomprensible,
al margen de la vida y de la muerte,
para siempre abrazados.
Ahora son ya dos pobres desgraciados.
Pero dos. Para siempre.

¡Estériles! ¿Para qué lloras?

¡Estériles! ¿Para qué lloras?
Si nunca podrás tener nada.
Si a demoras siguen demoras,
y la explicación huye alada,
y amargan tu lengua las moras
aún en agraz.
¿Y pides un poco de paz?

El drama es mil veces más viejo
que tú. Piensa en Grecia y en Roma,
y aún más atrás. No me quejo:
de siempre hubo cuervo y paloma
y la lucha atroz. ¿Un consejo?
Déjate estar.
La muerte te vendrá a buscar.

Porque nunca llega el verano
que endulce las moras agraces.
Amor ni divino ni humano,
ni salmos ni bromas procaces,
ni artista ni amigo ni hermano
te saciarán.
Ni vino ni agua ni pan.

Ni esto, ni eso, ni aquello.
Puedes probar cada camino:
acaban en nada. El destello
que un tiempo llamaste «divino»
no es luz, y apenas si es bello.
Es frío y cruel.
¿A qué preocuparse por él?

¿A qué tanta lucha, si luego
el fin es a todos igual?
¿A qué este jugar con el fuego,
si juegues bien o juegues mal
la muerte es el premio del juego?
¿O es el castigo?
¡Estériles…! Llora conmigo.

Retrato gongorino

Es la hora aquella en que el carro Febeo
ha comenzado ha poco su carrera,
y una boca de hoguera
su aliento abrasador da ya encendido
a hemisferio dormido,
cuando aquel a quien nunca llaman feo
ni han razón, que alto más que Cipariso,
que Jacinto fragante
y más ensimismado que Narciso
y orgulloso que Apolo ser pudiera
si Olimpo griego su morada fuera
por ciudad castellana,
vuelve a la vida desde el oscilante
caliginoso mundo que se habita
a párpados bajados
y disuelve la luz de la mañana.
Sobre plumas y linos abrazados,
pasa de tierno ovillo a ancha corriente;
los paisajes que viera un selenita
tiemblan en ese río,
que a varón como a hembra quita el frío.
Al hilo dignifica la hermosura,
dulcemente inmadura,
del tendido durmiente,
porque en dieciséis años
no ha habido tiempo aún para los daños
de tiempo cruel o práctica natura,
que sacrifica el arte a la simiente;
en el cuerpo yacente
hay candor y abandono y hay tersura
que vértigo provoca,
como provoca vértigo la boca,
roja rosa entreabierta
de riquísimo aroma,
con las mórbidas formas de una poma,
que al más dormido instinto lo despierta.
Y los párpados lisos,
y de las cejas las espesas líneas,
que no han tocado nunca las Erinias
con sus crueles avisos,
la barbilla perfecta,
la nariz intachablemente recta
y la suave mejilla ruborosa;
la cara más hermosa,
en fin, y el cuerpo más hermoso y noble
que engendrara jamás mujer alguna,
y no quiso el azar hacerlo doble
porque tanta belleza fuera una,
y pudiera decirse con justicia:
«¡Sin par!»; y, en su malicia,
por no excederse en buena la Fortuna.
Frunciendo el fino ceño,
la sublime criatura deja el sueño,
que parece llorar por su partida,
y en actitud que fuera,
para aquel que lo viera,
recompensa y gloria inmerecida,
se mueve y despereza
con voluptuosidad, y al fin bosteza
con tan dulce bostezo,
que le envidian las flores más preciosas
del naranjo, el almendro y el cerezo.
Su aliento es el aliento de las rosas…
Se yergue, y su hermosura al cielo embriaga
y al barro que su planta pisa halaga,
y el águila recuerda
sus misiones de antaño
y lamenta que hoy, para su daño,
sea la divinidad siempre tan cuerda.
Con leve pie el muchacho sale y deja,
más cuanto más se aleja,
arrebatada y anhelosa el alma
y vacía de calma.