Poetas

Poesía de España

Poemas de Carmen Martín Gaite

Carmen Martín Gaite (Salamanca, 28 de julio de 1925 – Madrid, 23 de julio de 2000) se erige como una figura prominente en la literatura española, abrazando con destreza y profundidad diversos géneros literarios, incluyendo novela, ensayo, cuentos, poesía, teatro y literatura infantil.

Nacida en 1925 en el seno de una familia de la burguesía intelectual, su padre, Manuel Martín Gaite, destacado catedrático de Derecho Romano, y su madre, la pianista Eulalia Galván, moldearon su entorno. A lo largo de su formación, desarrolló un amor por las letras y el arte, valores que marcarían su trayectoria.

El convulso estallido de la Guerra Civil en 1936 precipitó un exilio en Portugal, donde Martín Gaite pasó su adolescencia, educándose en colegios de monjas. Regresó a España en 1942, estableciéndose en Madrid.

Al graduarse en Filosofía y Letras en la Universidad Complutense, Carmen Martín Gaite forjó un matrimonio con el escritor Rafael Sánchez Ferlosio en 1954, dando a luz a una hija, Marta. A pesar de su separación en 1970, mantuvo una influencia creativa duradera.

Su debut literario en 1954 con la novela «Entre visillos» inauguró una carrera brillante. Obras como «El balneario» (1955), «Ritmo lento» (1963), «La reina de las nieves» (1964), «El cuarto de atrás» (1978) y «El cuento de nunca acabar» (1983) reafirman su versatilidad.

Martín Gaite, también reconocida en ensayo, poesía y cuento, destacó con títulos como «El proceso de creación» (1975), «Usos amorosos de la postguerra española» (1987), «La búsqueda de interlocutor» (1993), «El libro de las ciudades» (1963), «Nubarrón de plumas» (1992), «A rachas» (1974) y «Lo que no tiene nombre» (1990).

Vanguardista e inteligente, su escritura refleja una observación sagaz de la realidad y una penetrante comprensión de la condición humana. Su compromiso social y feminista reverbera en su legado literario.

Reconocida con premios como el Premio Nacional de la Crítica (1978), Premio Planeta (1985), Premio Nacional de Narrativa (1988) y Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1994), Carmen Martín Gaite dejó un impacto perdurable en la literatura española.

Su fallecimiento en 2000, a la edad de 74 años, no eclipsó su legado, ya que su obra sigue cautivando lectores en España y a nivel global.

Farmacia de guardia

No es Valium ni Orfidal,
no me ha entendido.
Se trata de la fe. Sí: de la fe.
Comprendo que es muy tarde
y no son horas
de andar telefoneando a una
farmacia
con tales quintaesencias.
Lo que yo necesito
para entrar confiada en el vientre
del sueño
es algún específico protector de
la fe.
¿Que le ponga un ejemplo más
concreto?
Pues no sé… Necesito
creerme que este saco
cerrado por la boca
y en cuya superficie
se aprecia la joroba
de envoltorios estáticos
puede volver a abrirse alguna vez
a provocar deseos y sorpresas
bajo la luz del sol y de la luna,
bajo el fervor clemente
de los dioses del mar.
¡Oh, volver a sentir lo que era
eso!
Y ni siquiera necesito tanto
ya es menos lo que pido;
simplemente creerme
que un día lo sentí
intempestivamente
cuando más descuidada andaba
de esperarlo,
y supe con certeza
que sí, que se podía,
que un corazón doméstico
cuando al fin se desboca
es porque está latiendo sin
saberlo
desde otro muy cercano.

Ya. Que no tienen nada.
Pues perdone.
Comprendo que es muy tarde
para hacerle perder a usted el
tiempo
con tales quintaesencias.
Ya me lo figuraba.
Buenas noches.

Canción rota

Siempre que iba a cantar
algo se interponía
y a mí no me importaba,
¡había tanto tiempo!

Mi canción se quedaba en el alero,
confiada,
meciéndose en la espera
cuajada de horizontes.

Si alguna vez con mudo gesto
antiguo
acaricio las cuerdas,
el aire se retira
y el corazón me late nuevamente
con aquellos latidos turbulentos,
heraldos de mi canto.

¡Ay, mi canción truncada!
Yo nunca tenía prisa
y la dejaba siempre,
amor,
para después.

Muerte necia

Se me ha gastado el día,
atropelladamente
en idas y venidas,
en gestos y recados
que al hacerlos juzgaba.
necesarios.

Desperdiciado, débil y oscilante,
el número equis ene de mis
días
era un cabo de vela
y afuera lucía el sol de la
mañana.

El sol se hunde en silencio
y sopla las bujías
y se envuelve en su manto como
un rey.

El número equis ene de mis
días
murió de muerte necia.

Ahora lo estoy llorando
cuando veo a las nubes
ponerse un traje grana
para morir también.