Poetas

Poesía de España

Poemas de César Antonio Molina

César Antonio Molina Sánchez (La Coruña, Galicia, 1952) es un escritor, traductor, profesor universitario, gestor cultural y político español, ministro de Cultura entre 2007 y 2009.

A filo de obsidiana

Al borde del antiguo bosque o del lago desecado,
en agosto, tanta lluvia, al atardecer.
Sombras que huyen.
El pájaro carpintero sin llegar.
La calle serpentea lentamente.
Pasé junto con la calle.
Al otro lado la tapia colorada.
Los árboles se movían como antepasados.
Montículos y colinas que fueron.
Quién sufría bajo cascos herrados.
La calle se detuvo frente a destinos cruzados.
¡Nadie!
Sólo una gran plaza esbelta y otra y otra.
Una balsa de piedra.
Todo en el orden de las proporciones.
Terrazas, tiendas, oficinas y hasta el Parnaso cerrado.
Una gran fuente. Coyotes abrevando.
La calle te llevaba.
Entonces salió un grito del bosque:
dos, tres, hasta cuatro veces.
¡Un grito!
No sé quién sufría a filo de obsidiana.
Ninguna luz se encendió.
La lluvia y el viento borraron todas las huellas.
¿Del grito o del sueño?
Y así, al margen, en esta calle
al margen del tiempo y de la vida,
sobre la sombra del mundo
la cama sin hacer.
Los gritos de pájaros oscuros
en medio de la llanura
que amanece de nuevo a filo de obsidiana.

Adelaide

Era tan hermosa como pude imaginármela.
Los cabellos dorados como el trigo maduro.
Los ojos más profundos que las profundidades
de las aguas tranquilas.
La vi aquella tarde de diciembre
donde son tantos y todos sin meta
los caminos brumosos de la madrugada.
Nos cruzamos en los acantilados.
Nos cruzamos en el Cotillón do Cabo d’Area.
Nos cruzamos en el atrio y entre las dunas de la playa.
La miré con mis mortales ojos la única vez.
Y su silencio fue como el de un jardín cerrado.
Ella no dijo nada.
y yo no dije nada.
Yo iba a donde todos van.
Ella venía de Bristol.

Caminemos entre la blanca nieve…

Caminemos entre la blanca nieve
atravesando el más afilado silencio
con pasos tan suaves y tan lentos
que nunca dejaremos de caminar.
Pisemos su pecho de gaviota blanca,
de colmillo de ballena sin tallar.
Y a donde quiera que no lleguemos,
el silencio se esparcirá como el rocío
sobre el aún más blanco y blando silencio.
Caminemos entre la blanca nieve…

Torre de Hércules

En la noche siega la hierba de oro.

Siluetas perdidas viven de su vida,
como yo,
y las estrellas fugaces
que van cual surco abierto
en la espuma del mar tras los buques.
Se diría que su ojo, al que ilumina la esperanza,
también brilla eterno en la otra orilla.

Juncos

Juncos del lago Titicaca,
juncos del antiguo Nilo.
Barcos en el desierto
herrados por el óxido.
Mares de arena.
Trigo, espigas, cebada:
aramos con las anclas.

Cómo quisiera no imaginar
a aquél que desconozco.

Cada uno debajo de su duna
y el sagrado simún sellando todo.

Lista de espera

Deslumbrante atardecer, pausado y silencioso.
La hora está en reposo,
tranquila
como un escalador que perdió el aliento,
el cordaje,
en su suprema ascensión.

El sol va rodando apacible
sobre un filamento incandescente.
Se refleja en los fuselajes la paz del cielo.
Mientras,
la Máquina potente se despereza,
y con su cóncavo movimiento
levanta un rumor cual relámpago incesante.

No pude retener por más tiempo esas manos
que partieron inopinadamente.
La desolación por la ausencia la llenó todo.
Pese al estrépito de la lluvia creí oír
el avión pasar bajo,
entre las nubes,
despegando desde el ara recóndita,
levantando plumones multicolores.

Todo se perdió: la infancia, la juventud.
Todo perdido entre la estructura invisible de vastos pliegues.
Y el primer amor pasó
y el segundo
y el tercero.
¿Y el dolor semejante a un diamante?
Y el remolino de arena
en su danza inaudible de hélices
confundiéndolo todo.

¡Todo se perdió!

Y eres un sicomoro al cual cientos de recuerdos
se prenden como en un viejo tendal.
Estás desnudo en la nieve,
en la marea flotando
como el dosel de una barca de piedra.

No hay suma que valga.
Pero ¿qué fue del desdén?
Y por los altavoces de la sala de espera del aeropuerto
se urge tu nombre.

Y el corazón
vuelve a latir en la ignorancia.

Palomar

El cielo semejante al canoso mar.
Hojas y ramas combándose al peso del fruto.
Reverdecen los árboles que jamás serán cetro.
Los cardos en luna creciente van sembrándose.
Las cepas dañadas por la azada curan.
El húmedo soplo de los vientos
trae recuerdos.
¡Calla! ¡Reténlos! ¡No preguntes!
El agua perenne de los lavaderos
salpica el velludo corazón.
Todo brilla tierno y verdecido.
Las almas no dan sombra.
Las antorchas y velas,
cuando no las dejan extinguirse por sí mismas,
emiten un sonido como el de un animal sacrificado.
Siempre sobre la mesa queda algo.
El espejo quiebra la imagen de una nube.
En el palomar,
todo blanco y pulido,
entran y salen mensajeras
protegidas por sogas y correas de ahorcados.
El caballo semejante a la noche salada.

Cuanto cogimos lo dejamos.
Cuanto no cogimos nos lo llevamos.

Aunque las olas del río de los sueños…

Aunque las olas del río de los sueños
crezcan como un maremoto
y la espuma blanquecina
-danzando una infernal zarabanda-
se ilumine con el esperma de una ballena,
remaremos más aprisa antes de que se vaya la noche
hacia los lugares, en los eternos espacios,
donde aparecen por todos los lados
los nombres que tan bien recuerdan nuestros corazones
y la reliquia de la antigua ruina de los varios mundos.

La soufrière

Sacudidas.
Rocas y cenizas desde la pasada madrugada.
El lodo hirviente. La caldera. El mar.
El sueño en la agonía de los espejos estrellados,
de las velas fracturadas hasta las primeras horas de la tarde.
El rumor de labios cobijados
sin saber a quién besar en este mes de despedidas.
y pronto la lluvia, el viento, el granizo sacudido
como un grano en los cráteres de nuestras casas barrenadas.
Hasta cien metros de altura el vuelo del pichón,
el resplandor herido en las cenizas.
Y ya el invierno arreciado por fumarolas.
Y las palabras acompañadas de lodo hirviendo
en los surcos abandonados de ríos apagados.
Y las citanias de nuevo abiertas a las velas.
Y los géiseres iluminados como fuentes de colores.
Y la salida del vapor que se perfila con la urgencia de un correo nocturno.