Poetas

Poesía de México

Poemas de Christian Peña

Christian Peña (Ciudad de México; 1985) Es un joven poeta mexicano que ha sido becario del Fondo Nacional para Cultura y las Artes de México y de la Fundación para las Letras Mexicanas y ha obtenido diversos premios de poesía con sus obras, destacando el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en su edición del año 2014, el cual se considera como uno de los más importantes en su género.

Lengua larga. Lengua, otra lengua.

Por qué todo se repite.
En el principio fue el verbo
y luego nadie supo qué decir.
Por lo que sé, yo estuve en ese principio, pero quizás estuve en otro.
En ese principio alguien dijo: Hay quienes piensan que soy un farsante, que mi enfermedad no existe; que me encuentro cómodo gritando obscenidades a los cuatro vientos. Hay quienes piensan que sólo hablo el lenguaje de cantina y que no es cierto que la coprolalia sea un síntoma del síndrome de Tourette.
Otro dijo: Todos tenemos Tourette.
Vallejo estuvo ahí y dijo: Yo nací un día que Dios estuvo enfermo.
Vallejo dijo: Golpes como del odio de Dios.
Vallejo dijo: El suicidio monótono de Dios.
Yo lo sé, porque estuve en ese principio.

Puterías. Muerdealmohadas. Soplanucas.

Alguien dijo ese día:
Qué vergüenza escribir malas palabras en un poema;
y más aún en un poema aislado,
un poema como una isla donde el lector no entiende lo que pasa
y sólo desespera e intenta en vano atravesar el mar.
Muchos le dijeron a ese alguien que estaba equivocado.
Otro le dijo que lo que había dicho era cacofónico, que rimaba.
Tal vez alguno estuvo de acuerdo. Yo no.
Yo estaba ocupado, diciendo: Nada es relevante.
Alguien, uno del que ya hablé,
ese día o noche del principio del que hablo, dijo: Lo que yo tengo fue descrito por Georges Gilles de la Tourette, un neurólogo amigo de Freud. Lo que yo tengo, según Tourette, se caracteriza por tics compulsivos, repetición de las palabras o los actos de los demás (ecolalia y ecopraxia), y por pronunciar de una manera involuntaria o compulsiva maldiciones u obscenidades.

Otra, otra, otra lengua.
¡Cuidado con el perro!

No sé si fue ese día, o noche,
cuando le lancé un guiño a la muerte, y otro, y otro.
Pero la muerte no quiso coquetear conmigo
y le grité hasta que los labios me dolieron y fue en vano.
La muerte sólo vino por los otros, yo conocí a alguno,
que sí murieron y ahora me llevan ventaja.
Uno de ellos, antes de morir, dijo:
La muerte es una señorita de escote pronunciado.
La muerte cobra por hora y no da besos en la boca.
La muerte es blanca; tiene la piel de gallina,
y cuando no está matando a alguien,
se mira en el espejo y se arranca las canas y los pelos de la nariz.
Otro, señalando al cielo, dijo: Al amanecer el sol hará polvo las tumbas.
Otro más, dijo: En una urna de mármol tendrá lugar el desierto de mi piel y huesos.
Vallejo dijo: ¡Hoy he muerto qué poco en esta tarde!
Vallejo dijo: No temamos. La muerte es así.
Yo escuché lo que dijeron, aunque estaba ocupado diciendo:
Sé de memoria la fecha de mi muerte. Nada es relevante.
Alguien más, inmerso en su discurso, dijo: Hay quienes piensan que hay algo primitivo en mí, que el síndrome de Tourette libera lo que habita en lo más hondo de mi inconsciente. Pero lo que yo tengo es un trastorno neurobiológico de tipo hiperfisiológico; una excitación subcortical y un estímulo espontáneo de muchos centros filogenéticamente primitivos del cerebro.

Quiero comprar una dentadura postiza.
Quiero otra lengua, una larga.

Por qué el principio fue contradicción.
En ese principio era de día
porque los árboles tendían sus sombras al descanso,
las aves recogían migajas de la mano abierta de las banquetas
y una anciana llevaba lentes de sol.
Era noche, quiero decir, por qué todo es contradictorio.
Era de noche en ese principio porque mi corazón estaba oscuro
y los ciegos atenuaban su tiniebla,
pasaban desapercibidos entre la oscuridad de los otros,
y alguien quiso encender la luz, prender una vela,
y todos corrimos confundidos y alertas
y nadie supo qué hacer ni qué decir.
Por qué todo inicia con el caos.
Por qué la luz necesita la sombra.
Por qué no logro recordar si ese día era noche.
Por qué alguien preguntó si escribir es un acto involuntario.
Por qué dije: Escribir no es relevante, nada es relevante.
Por qué otro dijo: Lo que yo escriba quedará impreso en la noche
como una prueba de que siempre estuve solo.
Mi amor renacerá en cada palabra,
alguien escuchará ese canto afilado a la luz de una lámpara;
alguien dirá que era hermoso como el nacimiento de un leopardo;
otros dirán que era en verdad horrible
como una mujer amarilla de hepatitis;
otros dirán que nunca lo escucharon;
y alguien más, alguno, acaso, dará la vida por él.
Por qué los aullidos de alguien rasgaron el cielo
e interrumpieron intempestivamente lo que se decía.
Por qué Vallejo dijo: ¡Y si después de tantas palabras, no sobrevive la palabra!,
por qué dijo: Esperaos. Ya os voy a narrar todo,
por qué dijo: ¡hay ganas de quedarse plantado en este verso!
Por qué quiero otra lengua.
Por qué el mismo del que hablé hace un momento, dijo: Lo que yo tengo puede ser utilizado creativamente. Cuando los tourétticos nos exponemos a la música o a una actividad rítmica, puede producirse una transición instantánea de los tics descoordinados y convulsos a la capacidad de moverse de manera perfectamente orquestada. Lo que yo tengo puede darme paz a ratos. Lo que yo tengo puede olvidarse, pero no sanar.

AUTORRETRATO

No tengo el pudor necesario para guardar silencio.
Mis ojos son verdes como la hierba que crece en las banquetas.
Nací un día de lluvia. Alguna vez un hombre confío en mí y fue en vano.
Casi no abrazo a mi padre, pero la primera vez que hice el amor
llevaba sus zapatos puestos. No sé nadar pero conozco la muerte.
No pude estudiar química. No me enseñaron a trabajar sin quejarme.
Me gusta el ron. Tengo una úlcera del tamaño de mi boca.
He entonado la primavera en la voz de los muertos.
No he visto el atardecer en Punta del Este,
pero me enamoró la luz en los ojos de Gabriela.
Fui un hijo íntimamente deseado aunque mis padres no me planearan.
Adoro el mar y sus olas que me rompen los labios.
En mis sueños tengo siempre una mejor vida. Me dan miedo los pájaros.
Sé leer la hora en los ojos del gato. Puedo llorar por casi todo.
No tengo hijos, pero sé lo que es perder a uno.
Un día, no muy lejano, espero dar un grito que incendie a los hombres
y apague al sol, porque amo desinteresadamente.
Y sobre todo, voy a la poesía como quien va a la iglesia y me inclino
ante estos dolorosos papeles que no atienden plegarias.

JOHNNIE WALKER

A punto de llevarme el vaso a los labios,
recuerdo que la noche antes de su muerte,
mi abuelo, que era escocés,
me enseñó que el secreto consiste
en dejar que los hielos se derritan
unos cinco minutos
antes de dar el primer trago;
“sólo después de ese tiempo
podrás probar un whisky puro”, me dijo.

Al día siguiente lo mató su vecino
clavándole un arnés de carnicero.