Poesía de España
Poemas de Concepción Arenal
Concepción Arenal Ponte (1820-1893) fue una destacada pensadora y escritora española, una figura trascendental en el realismo literario y una pionera del feminismo en España. Su legado abarca una amplia gama de disciplinas, desde el derecho hasta la poesía y el teatro. Su ferviente defensa de los derechos de las mujeres y su incansable labor en el ámbito social la han convertido en un referente indiscutible de la lucha por la igualdad de género en el siglo XIX.
Nacida en Ferrol, Galicia, en una familia ilustrada con fuertes convicciones liberales, Arenal vivió una infancia marcada por la adversidad tras la muerte temprana de su padre. Este acontecimiento la condujo a un camino de autodidactismo y determinación, impulsándola a perseguir su sueño de convertirse en abogada, un logro excepcional para una mujer de su época.
A los veintiún años, desafiando las barreras de género, logró inscribirse en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid, incluso recurriendo a un disfraz masculino. Su compromiso con la educación y la igualdad la llevó a participar activamente en tertulias y colaborar en el periódico La Iberia, contribuyendo así a la discusión pública sobre los derechos de las mujeres y otras cuestiones sociales.
Su matrimonio con el abogado y escritor Fernando García Carrasco en 1848 marcó una etapa importante en su vida, aunque su esposo falleció de tuberculosis nueve años después. A partir de entonces, Arenal continuó su carrera en solitario, consolidándose como una influyente defensora de los derechos humanos y el feminismo en la España del siglo XIX.
Concepción Arenal dejó un legado literario y social que trasciende fronteras y épocas. Su obra y su activismo siguen siendo una fuente de inspiración y un testimonio valioso de la lucha por la igualdad y la justicia en la sociedad contemporánea.
La pera verde y podrida
Iba un día con su abuelo
paseando un colegial
y debajo de un peral
halló una pera en el suelo.
Mírala, cógela, muerde;
mas presto arroja el bocado,
que muy podrida de un lado
estaba y del otro verde.
Abuelo, ¿cómo será
decía el chico escupiendo,
que esta pera que estoy viendo
podrida, aunque verde, está?
El anciano con dulzura
dijo: vínole ese mal
por caerse del peral
sin que estuviera madura.
Lo propio sucede al necio
que, estando en la adolescencia,
desatiende la prudencia
de sus padres con desprecio;
al que en sí propio confía
como en recurso fecundo
e ignorando lo que es mundo
engólfase en él sin gúia.
Quien así intenta negar
la veneración debida
en el campo de la vida
se pudre sin madurar.
Los dos caballos
Cuidaba mucho un francés
Dos caballos por su mano;
Era el uno jerezano
Y era el otro cordobés.
Ambos de ardiente mirada,
Ambos de fuerte resuello,
Grueso y encorvado el cuello,
La cabeza descarnada.
Era tanta su apostura
Que yo afirmo sin recelo
Pudieran ser el modelo
De Pablo en la fiel pintura.
Tenía el cordobés ya
Dada, y con bastante esmero,
La instrucción de picadero
Que a un buen caballo se da.
Corbetas, saltos atrás,
Con soltura bracear,
Paso de posta, trotar,
Gran galope y nada más.
Educado el jerezano
Con destreza y tino raro
Bailaba, saltaba un aro,
Respondía con la mano.
Y no con poca sorpresa
Justo el público aplaudió
Cuando la polca bailó
Y cuando comió a la mesa.
Otras mil habilidades
Hacía que no refiero,
Ganando muy buen dinero
Por villas y por ciudades.
En una (su nombre ignoro)
Quísole un inglés comprar
Y por él llegaba a dar
Cantidad, y grande, de oro.
Hizo instancias el inglés
Pero el amo resistía
Ofreciendo si quería
Más barato el cordobés.
«Ya podéis dijo el britano ,
Pues de los dos animales
Más que el cordobés reales
Duros vale el jerezano».
«¡Pardiez, singular ajuste!
Dijo al verlo un mozalbete
Boquirrubio y regordete,
De pocos años y fuste .
¡Linda idea! Padre mío,
Si son estos animales
Absolutamente iguales
En hermosura y en brío,
¿Será cuerdo y oportuno
O una solemne sandez
Por llevarse el de Jerez
Ofrecer veinte por uno?
El mismo pelo y alzada,
El mismo cuello encorvado…»
«Hijo, el uno está educado
Y el otro no sabe nada.
Al hacer la tasación
Del valor de cada cual
Olvídaste, y haces mal,
De apreciar la educación.
Parangón apenas cabe,
De escucharlo no te asombres
En caballos como en hombres
Entre quien ignora y sabe.
La proporción que has oído
No es ni con mucho bastante,
Si vale uno el ignorante
Vale mil el instruido.»
El oso y el lobo
En la cristalina fuente
Que tan pura el agua lleva
En su rápida corriente,
Y se llama río Deva
Cuando llega al mar potente.
Y de Julio caluroso
Como a las doce del día,
Llegó a beber presuroso
De un lobo en la compañía
Grande y corpulento un oso.
El aura suave y pura,
la pradera florida,
la fuente que murmura,
Todo a descansar convida
Y paz ofrece y ventura.
Sentáronse a descansar
El lobo y el oso juntos
No viendo a nadie llegar,
Y después de otros asuntos
Pónense de éste a tratar:
«Ya me acerco a la vejez,
Dijo el lobo y por más traza
Que en ello pongo, ¡pardiez!,
Cada día hay menos caza
Y más hambre cada vez.
Pasan del Abril las flores,
Pasan las nieves de Enero
Sin que en estos alredores
Logre atrapar un cordero
A los malditos pastores.»
«Te está muy bien empleado,
Respondióle grave el oso ,
¿Por qué, del hambre acosado,
no has de tragar, melindroso,
De yerba un solo bocado?
¿Por qué no comes manzanas
Ni peras, ni moscatel,
Que de nombrarle entro en ganas,
Ni maíz, ni rica miel,
ni cerezas, ni avellanas?
¿Tiene de razón asomo
Tu carnicera manía?
Come de todo, cual como,
Que si no, por vida mía,
Flaco has de tener el lomo.
Si acaso de hambre te mueres
De mi cariño leal
Ni el menor auxilio esperes;
No es lo que te pasa un mal
Sino porque tú lo quieres».
Mas el lobo replicó:
«Si comer frutas no puedo.»
«Pues qué, ¿no las como yo?
No auxiliaré, no haya miedo,
al que la razón no oyó.»
Así hallamos en la vida
Moralistas como el oso
Que intentan, cosa es sabida,
Con aire majestuoso
Cortarnos a su medida.
Poco es que la humanidad
Contra sus dogmas arguya;
No hay otra felicidad
Ni otra razón que la suya,
Ni tampoco otra verdad.
Si de un pecho dolorido
No comprenden la amargura
Exclaman: ¡dolor fingido!
Y es necedad o locura
La pasión que no han sentido.
Por no sé qué facultad
Del mundo se juzgan dueños,
Y su grave necedad
creced, dice a los pequeños,
y a los grandes, acortad.
Años hace que le oí
Decir como regla a un viejo
Y la guardé para mí,
Que el sabio al dar un consejo
Se acuerda poco de sí.
El perro y el gato
Si no hubo malicia o yerro
De la historia en el relato,
Estábase cierto gato
Mano a mano con un perro.
Ponderaba entusiasmado
De su maña en recompensa,
Sus asaltos de despensa
Sus victorias de tejado:
«Ya descuelgo una morcilla
Aunque esté lejos del suelo,
Ya en el sótano me cuelo,
Ya sorprendo una guardilla.
Si es lerda la fregatriz
¡Ay qué almuerzos!: una polla
O la carne de la olla
Y el besugo y la perdiz.
Aunque me dicen ¡maldito!
La maldición no me alcanza;
Tenga yo llena la panza,
Lo demás importa un pito.
No se yo por qué aprensión
Estás siempre con tu tema,
Es muy sencillo el dilema:
Comer mal o ser ladrón.
No sabes lo que es buen queso,
Ni buen pescado, ni flan,
Ni otra cosa que mal pan
O algún descarnado hueso.
Y en vez de la libertad
Que en mi tejado poseo,
Ir con tu amo de paseo
Sujeto a su voluntad.
¿Y cuál es de esa virtud
El gran premio, las delicias?:
Cuatro inútiles caricias,
El hambre y la esclavitud.
Te luces por San Martín,
si tal galardón pretendes.»
«Hablas de lo que no entiendes,
Respondió grave el mastín ,
No tengo grandes regalos
Como te sucede a ti;
Mas tampoco andan tras mí
A maldiciones y a palos.
Dirás que entre veces mil
Diez apenas te darán,
Más vale cariño y pan
Que odio con dulce y pernil.
¿Te sonríes con malicia?
Te sonríes y no lloras,
¡Miserable!, porque ignoras
Lo que vale una caricia.
Gustárasla una vez sola,
Esta que ventura llamo,
Cuando me acaricia el amo
Y yo meneo la cola.
Cuando alguno me hace mal
O si hacérmelo pretende,
Mi defensa al punto emprende
Aun con riesgo personal.
Con el afán y el ahínco
Que me abalanzo a su cuello,
Y el placer que tengo en ello
Y (a su) alrededor corro y brinco.
Entonces no esclavitud
En la mansedumbre vieras,
Ni tonterías dijeras
Que es la dulce gratitud.
¡Que no tengo libertad!
¡Que la tienes tú mayor!
¿No sigo a mi bienhechor
Por cariño y voluntad?
¿De que no puedes gozar
Que gozar no debo infieres?
¡Miserable! Hay más placeres
Que el de comer y robar;
Hay más… pero fuera yerro
Decírselo al mentecato
Que… ¿puede entender un gato
La felicidad de un perro?
¿Sabe el goloso ruín
La dicha exenta de hiel
Que en ser querido y ser fiel
Puede tener un mastín?»
Y del perro entusiasmado
Era el razonar tan grave
Que responderle no sabe
El gato, y vase cortado.
Consejo encierra y profundo
Del perro y gato la historia,
Trayendo a nuestra memoria
Lo que sucede en el mundo.
El bien que a todos excede
Suele no llamarse bien,
Y aun le mira con desdén
El que alcanzarle no puede.
Mas el juego y la carroza
Y la alfombrada escalera,
Eso lo entiende cualquiera
Porque cualquiera lo goza.
Y la común medianía
Ni muy buena ni muy mala,
Ve del perverso la gala
Sin comprender su agonía.
Que juzgando por sí mismo
Juzga el vulgo siempre mal
El dolor del criminal
Y el placer del heroísmo,
Y si penetrar pudiera
De entrambos el corazón,
Que ha envidiado sin razón
Y que ha desdeñado viera.
Extraviada multitud,
No creas en la ventura
De la indigna criatura
Que escarnece la virtud.
El sobrio y el glotón
Había en un lugar
Dos hombres de mucha edad,
Uno de gran sobriedad
Y el otro gran comilón.
La mejor salud del mundo
Gozaba siempre el primero.
Estando de Enero a Enero
Débil y enteco el segundo.
«¿Por qué el tragón dijo un día
Comiendo yo mucho más
Tú mucho más gordo estás?
No lo comprendo a fe mía.»
«Es le replicó el frugal
Y muy presente lo ten,
Porque yo digiero bien,
Porque tú digieres mal.»
Haga de esto aplicación
El pedante presumido
Si porque mucho ha leído
Cree tener instrucción,
Y siempre que a juzgar fuere
La regla para sí tome:
No nutre lo que se come
Sino lo que se digiere.
El mastín y el gallo
Sabido es de cada cual
Que aún mucho más que el caballo.
Entre los vanos, el gallo
Es vanidoso animal.
Había en cierto lugar
Uno que el cuello inclinaba
Cuando la puerta pasaba
Por temor de tropezar;
Y era risible el temor,
Que en un portón como aquel
No llegaría al dintel
Siendo cien veces mayor.
Estábase en el corral
De la casa por guardián
Un juiciosísimo can,
Y cansado de ver tal
Díjole: «Señor gigante,
Lleve la cabeza inhiesta,
Que antes de dar con la cresta
Aún ha de crecer bastante.
¿No ves como no se baja
Un hombre aunque esté montado,
Y que nunca han tropezado
Los carros que traen paja?
¿Cómo, ¡voto a Belcebú!,
Donde no pueden llegar
Imaginas alcanzar
Siendo más pequeño tú?»
Quedóse el gallo corrido
No sabiendo qué decir,
Y cuando volvió a salir
Fuese con el cuello erguido;
No porque tuviera prisa
Su error de reconocer,
Sino que llegó a temer
Del can machucho la risa.
De la ciencia en el umbral
Lo mismísimo se viera
Si puerta visible hubiera
Como había en el corral.
El río y el arroyo
Naciendo uno de ella al par
El otro en remoto suelo,
Un río y un arroyuelo
Llegaban juntos al mar.
En ancho cauce y profundo
Turbio corría el primero;
Estrecho, claro y somero
Deslizábase el segundo.
Huyendo la muchedumbre
Y de un niño en compañía,
Un hombre a dar acudía
Su paseo de costumbre.
Este rato de solaz
Aprovechóle en correr,
Hizo gana de beber
Y beber quiso el rapaz.
Díjole el padre: «No ves
Que estás en sudor bañado?
Reposa un tanto a mi lado
Para que bebas después».
El muchacho obedeció,
Que era de condición buena,
Y sentándose en la arena
A refrescarse esperó.
Como está impaciente, muda
Una y otra vez de asiento,
Mas parándose un momento,
Formal expone una duda:
«Por qué será, padre mío,
Esto que siempre reparo?:
¿Cómo está el arroyo claro
Y no lo está nunca el río?.»
«Hijo, allí cerca del mar
Nace puro el arroyuelo,
Y nada encuentra en el suelo
Con que se pueda enturbiar;
Si hallare casualmente
Tierra que enturbiarle deba,
Nunca a los mares la lleva
Su escasa y débil corriente.
Viene de lejanas tierras
Este río caudaloso
Y por terreno fangoso
Y por montes y por sierras.
Y pasa por las ciudades
Cuya inmundicia, hijo mío,
Enturbia el agua del río
Como el alma sus maldades.
Y más la orilla dilata
Y cada vez más potente,
Su irresistible corriente
Todo al pasar lo arrebata.
Enturbiado éste y profundo,
Claro y no profundo aquél,
Nos presenta un cuadro fiel
De lo que pasa en el mundo:
El que apacible y serena
Busca sencilla la vida,
¿Habrá cosa que le impida
Hallarla dichosa y buena?
Mas sintiendo la inquietud
De alguna grande pasión
Peligra en el corazón
La ventura y la virtud.
No olvides nunca, hijo mío,
Que es difícil, te lo juro,
Ser como el arroyo puro
Y ser grande como el río.»
El espejo y la verdad
En uno de los viajes
Que tuvo la mala idea
De hacer no sé con qué objeto
La Verdad sobre la tierra,
Oyó de un espejo amigo
Sentidas y amargas quejas.
«¿De qué me sirve decía
Que, fiel a tus advertencias,
Repita forma y colores
Con semejanza perfecta,
Lo mismo al pobre mendigo
Y al que nada en la opulencia,
Al labrador y al herrero
Como a los reyes y reinas,
Y diga la verdad pura
Sin rodeos ni cautelas?
Vanse de mí satisfechos,
Aunque increíble parezca,
Igualmente los hermosos
Que los de horrible presencia.
Digo a un viejo: «Esa peluca
Se ve desde media legua.»
Y él va muy hueco pensando
«Nadie que es peluca acierta.»
Dígole: «Tienes arrugas»,
A una remilgada vieja,
Y ella piensa allá entre sí:
«Pues tengo la cara tersa.»
Pónese el chato narices,
Otro va y se las cercena,
El gordo se quita carnes,
El que es flaco las aumenta,
Multiplícase el pequeño,
El que es muy alto se resta,
Y, en fin, a ninguno he oído:
«¡Qué feo soy! o «¡qué fea!»
Si algún remedio eficaz
No buscas de esta epidemia,
Teme que tu santo imperio
Del mundo desaparezca.»
«No, respondió la Verdad
Con la faz grave y serena
Mi dominación es justa
Y será por eso eterna.
Si tal vez por excepción
Se sustrae el hombre a ella,
Esta excepción que te irrita
Casos hay en que aprovecha.
Di: ¿si sordo el amor propio
A tus verdades no fuera,
Cómo se consolarían
Los horribles y las feas?
¿Qué mal hay si va una joven,
Muy erguida y satisfecha,
Su fealdad ostentando
Como si fuera belleza?
¡Es ridícula! ¿Qué importa
Siempre que dichosa sea?
Abunda la vanidad
Porque el mérito escasea,
Y en paz vive cada cual
Ignorando su miseria.»
Al ver un ente risible
Que hueco se pavonea,
Más vano por sus defectos
Que otros hay con sus bellezas,
Los sabios de brocha gorda
El absurdo cacarean,
Y el hombre bueno y prudente
Bendice a la Providencia.
- Salomé Ureña
- Eugenia Cabral
- Francisco Luis Bernárdez
- Pierre Louÿs
- Reynaldo Uribe
- Gil Colunje
- Carlos Brandy
- Théophile Gautier
- Jorge Fernández Granados
- Fernando Sánchez Mayáns
- José Luis Mangieri
- Carlos Arturo Torres
- Juan José Vélez Otero
- Braulio Arenas
- Juan Gonzalo Rose
- John Ashbery
- Cintio Vitier
- José Cruz Camargo
- Fanny Jem Wong
- Eduardo Lizalde