Poesía de Argentina
Poemas de Daniel Calabrese
Daniel Calabrese (Dolores, Argentina, 23 de agosto de 1962) es un poeta y editor argentino. Daniel Calabrese nació en Dolores, Provincia de Buenos Aires, y cursó la enseñanza secundaria en el Colegio Nacional de esa ciudad.
En 1982 es reclutado por el Ejército Argentino con motivo de la Guerra de las Malvinas y movilizado al teatro de operaciones. Finalizado el conflicto se radica en la ciudad de Mar del Plata, donde ingresa a la universidad e incursiona en la música como miembro de la Bristol Jazz Band (guitarra) y en el teatro como compositor de música incidental y autor de la obra Una de película (1986), estrenada en el teatro Mi País. Allí publica su primer libro (1989) y participa activamente en el medio, colaborando con el suplemento de cultura del diario La Capital. Al año siguiente es distinguido con el Premio Alfonsina por su obra poética.
A la hora décima
Murió de pared y musgo, de cal
y de luces apagadas como en una calle.
Tenía un amor
-amor que deambulaba-
y de noche, todavía, junto a la puerta
latía un corazón igual que los caballos
madrugadores sobre el asfalto.
Sus ojos perdían el rumbo y volvían
cansados al redil.
Murió de laja, de granito,
porque los cielos pesan y van dejando
las cosas lentas y más tercas
en la idea que tenemos contra el tiempo.
Pero a las piedras no les entra la luz.
Las piedras no caen por su alma.
Murió de amor a los ladrillos
-con ese amor que deambulaba-
y porque no sabía qué hacer
cada noche de verano,
sentado en un patio,
con la luz de la luna tirada ahí
en el piso.
La inundación
Yo te vi encender las aguas.
Te vi encender la sombra que nos baña
y se oxidaron con el airelas pequeñas embarcaciones.
El río tenía un sola orilla.
Los pescadores
golpeaban la noche con sus remos.
Pero aún no se aprecia el dolor de los brazos.
Una noche golpeada
es como la luna que pudre los peces.
Y la luna no hace ruido.
Yo te vi sacarla por una semana de estas aguas
como si fuera una virgen ahogada.
No sabíamos nadar,
no sabíamos remar sino en la muerte
y yo te vi encender
una luz fría en los espejos.
El río tenía una sola orilla
y había que tocar la cuerda del horizonte,
la bella melodía sin retorno.
Técnica del autorretrato
Fui construido en 1962.
Me sacaron bruscamente del cielo.
No de un cielo que después
sobrevolaron las gaviotas carroñeras.
No de un cielo blanco donde se pudre
la luz amarilla de una lámpara.
No de un cielo para que se revuelvan los aviones.
Me sacaron y tengo que decir quién soy.
Fui construido en el sesenta y dos.
Las vueltas que dio el metal en cada reja.
Las que dio la sangre enterrada en este cuerpo.
Unos pocos se atrevieron a volver
al cielo más profundo (en esta época).
¿Has visto que la mayoría no se levanta
del cielo bajo, del que baña el horizonte?
Me sacarán bruscamente de la tierra.
De la tierra sobrevolada, revuelta.
Y tendré que volver a decir quién soy.
Promesas
Le dije que no.
El viento se traba en los árboles.
Yo le dije no.
Los ríos luchan, adelante
con sus aguas no bebidas.
Yo le dije, los candados no cerrados,
la página amarilla del desierto
y los ojos cansados, medio ciego,
que no, le dijeporque era un país y no
lo descubrieron los santos,
su tierra no tenía milagros,
no estaba fundada o prometida,
no había ni vientos, ni sol.
Me preguntó por eso de las aguas
no bebidas y le dije: no.
Escritura en un ladrillo
¿Qué hemos escrito que lo cambie todo?
Hemos puesto los navíos
a agitarse en el océano,
y eran las luces el agua,
el sol aquella piedra con metal.
En ese barco bebía un capitán
la espuma silenciosa de las horas
y, tal vez, llegaba tarde el sueño cada noche.
Hemos dicho que la dársena
escondía una sirena
entre los hierros carcomidos por la sal,
pensamos en el frío,
en la luna desgarrada por las grúas.
¿Creamos los fantasmas de humedad en la pared?
Es cierto, el cielo ha sido bestial
este año con los ciegos y ambulantes,
pero ¿qué hemos escrito que lo cambie todo?
Unas horas de piedad
No me atropelles,
que yo era un niño.
No me aplastes,
que yo era ciego, puro,
y me gustaban los juegos simples
como bañarme en el mar, o sentir
el pasto húmedo hundido
bajo mis botas.
No me atropelles,
que yo era un niño
y la luz de mi pecho se quemó.
Creo que puedo meter un brazo
en el fantasma que me anima.
Creo que puedo retorcer
mi corazón con estas manos
y lavarte los vidrios,
besarte los ojos.
Somos de carne
Los ángeles se rompen.
Hay una blanca neblina
que puede convertir en ángeles
a todas las personas
y oxidar un barco.
El amor es justo,
es más de lo que un hombre puede resistir.
Como el vientre
de hierro de las naves,
se corroe justo ahí,
para que tarde o temprano te hundas.
El despeñadero
Me vi muerto en aquel mapa
y no se hundían las piedras sobre el agua.
Las islas flotantes: las islas de fe.
Pensé y me vi muerto
como las manzanas pesadas, caídas
con todo su jugo a la tierra bestial.
Tierra que se las come y las ensucia.
Me he dicho siempre:
no caigas, no seas enfermo,
caedor: no.
En este mundo laborioso,
con la ira de los perros enterrados,
con la espuma,
si me ven caído, yerto,
mojado en el silencio de la costa,
no me digan entonces: usted,
no se levante, no ande.
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