Poetas

Poesía de México

Poemas de Dolores Castro Varela

Dolores Castro Varela (Aguascalientes, Aguascalientes, 12 de abril de 1923). Poeta galardonada, narradora, ensayista y crítica literaria mexicana. Ha sido profesora de literatura en la Universidad Autónoma de México la Universidad Iberoamericana, y en las escuelas de Bellas Artes de Veracruz, Cuernavaca, Estado de México, la Escuela de Escritores de la SOGEM y la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, entre otras instituciones. Fue fundadora de Radio UNAM y productora de programas radiofónicos. También condujo el programa Poetas de México en el Canal 11 con Alejandro Avilés. Colaboró en la dirección de Difusión Cultural de la Universidad. Fungió como redactora jefa y colaboradora de Barcos de Papel. Fue miembro del consejo de redacción de Suma Bibliográfica. Fuensanta, La Palabra y El Hombre, Nivel, Poesía de América, Suma Bibliográfica, y Revista de la UIA. SU poemario ¿Qué es lo vivido? Obtuvo el Premio Nacional de Poesía de Mazatlán en 1980. Ganó el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Literatura y Lingüística, 2014. En 2008, el INBA le rindió un homenaje por sus 85 años de vida. En 2014, el INBA le rindió homenaje con la presentación editorial Dolores Castro, 90 años: palabra y tiempo.

Ha sido durante décadas maestra de muchas generaciones de poetas. Formó también parte del grupo Ocho Poetas Mexicanos, integrado por Alejandro Avilés, Roberto Cabral del Hoyo, Javier Peñalosa, Honorato Magaloni Duarte, Efrén Hernández, Octavio Novaro y Rosario Castellanos.

Algo le duele al aire

Algo le duele al aire,
del aroma al hedor.

Algo le duele
cuando arrastra, alborota
del herido la carne,
la sangre derramada,
el polvo vuelto al polvo
de los huesos.

Cómo sopla y aúlla,
como que canta
pero algo le duele.

Algo le duele al aire
entre las altas frondas
de los árboles altos.

Cuando doliente aún
entra por las rendijas
de mi ventana,
de cuanto él se duele
algo me duele a mí,
algo me duele.

SIETE

1

Salgo de aquel espacio
grávido de sonido, de luz y de sentido,
pero nada recuerdo:
era en la antigua noche de los siglos.
Algo traigo en la piel
-que no pudo lavarme toda el agua
cuando cayó en el barro de mi cuerpo-
y apagará mi sangre lentamente.
Pasarán los ríos,
callarán algún día para siempre.
Nuevos caminos abrirán nuevos caminos,
y todas nuestras vidas,
unidas en un solo luminoso haz,
irán por el camino de único sentido.
Ahí recordaré la exacta fórmula de mi estructura
y sabré de las arcas donde vibran los eternos sonidos
de la muerte, que ya nunca perseguirá mis noches.
De la vida, hilo temporal de mis recuerdos.
Cerraré los ojos y aún correré por las suaves praderas,
me cercarán a veces olores de manzana.
En medio de la paz de este silencio,
contrastarán más bellas las luchas que ahora palpo.

2

Amo, vida, la fuerza cotidiana
en tu raigambre, fruto de ceniza,
y la sed desprendida de la lucha
que has vencido,
al vibrar como fuego en un instante.
Te amaré como agujas de mis huesos
cuando rompan
esta dulce prisión de fuego y carne
y te amaré en la mano que retuvo
la ceniza caliente de otra sangre,
y en lo que fue constante afirmación
de nuestra estancia.
Amo la estancia que será ceniza
pero ocupó su ritmo en el espacio
y acarició la tierra con su paso.
Amo el paso en la tierra:
vértigo que amanece en cada nueva
sensación de tu presencia.
Con los ojos abiertos a tus ansias,
con las venas abiertas a tu savia
que resbale en la hiedra derretida,
te cantaré en el polvo
desde el olvido de mi antigua forma:
en la última fibra de los tallos
en la altura de un árbol, construida
por dolorosa herida de sus vetas.

3

Volverá el polvo al polvo,
caerán desmenuzados los cabellos
como último baluarte de mi cuerpo.
Te esperaré a la orilla,
en los maderos rotos de mi cuerpo.
Al tomarte la mano, pobre muerte,
tan antigua, tan niña,
palpitará en tu sangre
la madura inquietud de cada día.
Romperás secos lazos
recostada en la hierba de tu sueño,
te embriagarás en angustioso canto
de la noche primera.
Te llegará en latidos de mis ansias,
la frescura del agua tan lejana
la voz, y el sonido
de la vida que evita tu llamada.
Y morirás de amor,
del mismo amor que apagará la hierba.
Y morirás de viento y de tristeza,
cuando fría mi sangre
no transmita a tu cuerpo,
el calor que robamos a la fragua.
Y cuando de nosotros
no quede ya en la tierra
más huella que la ardiente de tu estancia,
volveremos al polvo
que al cubrir este canto
lo perderá en la noche de su huella.

En el aire un perfume

Abre con gentileza
el aire
una gran cauda de aroma:
toma de aquí el suspiro
de la yerba
que florece,
del retoño
en las ramas,
y el verdor.

Atesora en su cauda
flor y canto
en vuelo por parejas
de pájaros,
abejas zumbadoras
palomas en zureo
y amantes que bendicen
la salida del sol.

El aire vuela
y como que canta,
pero algo le duele:
del aroma al hedor
algo le duele.

La sangre derramada

Al borde del camino
lo encontramos
el mismo pantalón, la blusa blanca:
sobre su espalda
amapola de sangre.

Llaman de gracia al tiro
que enmudeció su boca,
ahogó su amor
y me dejó baldada.

El estallido
de aquel tiro de gracia
aún retumba
y aúlla en el aire, aúlla.