Poetas

Poesía de México

Poemas de Eduardo Casar

Eduardo Casar González, destacado escritor mexicano nacido el 6 de marzo de 1952 en la Ciudad de México, se erige como una figura crucial en el panorama literario contemporáneo. Doctor en Lengua y Literatura Hispánicas por la UNAM, su profundo conocimiento académico se entrelaza magistralmente con su labor como docente y conductor de programas culturales en radio y televisión.

Casar, además de impartir conocimientos en la UNAM y la Escuela de Escritores de la SOGEM, ha sido reconocido con diversos premios a lo largo de su carrera. Entre ellos destaca el Premio de Ensayo Literario José Revueltas en 1976, así como el prestigioso Premio Internacional de Literatura Letras del Bicentenario «Sor Juana Inés de la Cruz» otorgado por el Gobierno del Estado de México en 2009, por su obra poética «Grandes maniobras en miniatura«.

En el vasto repertorio literario de Casar, la poesía y la narrativa destacan como expresiones de su creatividad y sensibilidad. Desde sus primeros poemarios como «Noción de travesía» hasta obras más recientes como «Vibradores a 500 metros«, su voz poética ha explorado las profundidades del alma humana con una destreza excepcional.

Su incursión en la narrativa, evidenciada en obras como «Las aventuras de Buscoso Busquiento» y «Amaneceres del Húsar«, revela la versatilidad y el ingenio de este autor, capaz de transportar al lector a mundos imaginarios y emocionantes.

Casar, a través de su pluma y su compromiso con la difusión cultural, ha dejado una huella indeleble en la literatura mexicana contemporánea. Su obra, enriquecida por su profundo bagaje académico y su sensibilidad artística, perdurará como un legado invaluable para las generaciones venideras.

FÁBULA DE LA ANGUILA Y EL PULPO

Algo le da a las cosas un clima de alberca,
un aire a cloro y sal se desprende de la luz que quisiera
mirar a través de las cosas.
Algo pasa en el fondo.
El pulpo se recarga y se mueve despacio y tercamente,
como si quisiera desprenderse de la idea
de una almohada que le está molestando.
La anguila lo vigila, cabecea también
y se va irguiendo para mirar qué pasa.
El pulpo abre sus dos brazos más llenos
y la anguila le toca con su boca más breve
los labios duplicados en el centro del pulpo.
Éste cierra los brazos que le quedan
en torno de la anguila y no le deja más
caminos que tensarse e insistir en el pulpo,
y no dar sino a veces marcha atrás.
Los dos se están moviendo, lubricados y vibran,
convertidos en un solo animal que nos explica
por qué se mueve el mar.

REFERENCIA

para Andrea

Te hablo desde la noche. Desde
la lluvia que sé que te hace crecer
porque mañana serás más profunda.
Y aludo a las piedras. A las blancas
de Vallejo y a las secas
de León Felipe que perforarán –decía él–
el firmamento, y a la que Drummond tenía
en el medio del camino. Piedras
que son referencias frente a otras piedras.
Hija: te regalaré una honda.

DOMINGO

Conozco a una mujer abierta por abajo.
Se le hace agua la boca
entre las piernas.
Me da la espalda pero no se aleja.
Nos volvemos a ver y se derrama.
Revuelve su cabello entre mi frente.
Parece que tuviera siete dedos
en una sola mano.
Sin ella no serviría el domingo.
No flotarían los barcos
en la fronda del agua.
Conozco a una mujer
abierta por abajo.
Ya tendría que comprar
más espejos.

LA OTRA

Agarrar a la sombra por los hombros.
Encararla. Decirle sombra recuerda que eres mía.
Argumentar con ella. Escuchar
sus razones oscuras,
pulir los argumentos
y tratar de que adopte nuestra cara.
Poco a poco
convencer a la sombra de volverse un espejo.
Y luego darse cuenta de que no tiene caso
el esfuerzo invertido (ni el precio del espejo)
porque al pasar el tiempo nos desaira la sombra.
Porque tanta insistencia, durante tanto tiempo,
la fue volviendo noche. Y desaparecemos
cuando lo cubre todo.

AL MAR SE DEBE

Al mar le debe remorder la conciencia.
No por los náufragos que se embarcan sabiendo,
ni por el juego lubricado entre unas bocas
y otras bocas mayores,
ni por las agotadas gaviotas que renuncian.
Sino que a veces una mirada
se va distraída sobre la superficie
y la tela se rasga aunque no quiera:
la mirada zozobra,
el horizonte restaña y finge
calma eterna.
Algo le duele al mar.
Basta mirarle las orillas.

I kant

Yo soy un ser en sí que sí se pudre
y procuro pudrirme muy placenteramente.
Si estoy en esta historia
pues que sea de fricción.
Si he de desintegrarme
que salga íntegramente
y que no deje más
huellas que güeyes,
equilibradamente,
y que sea digital
y me vuelva virtual,
sin espacio ni tiempo.
El puro a posteriori.