Poetas

Poesía de España

Poemas de Eduardo Moga

Eduardo Moga Bayona (Barcelona, 1962) es un poeta, traductor y crítico literario español, licenciado en Derecho y licenciado y doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona.

Es autor de varios libros de poemas; el tercero, La luz oída, mereció el Premio Adonáis de Poesía en 1995, y con Insumisión recibió en Estados Unidos el International Latino Book Award en 2014.

Cinco haikús

El sol poniente
orina óxido y oro.
Un estornino.

*

Asperja rojos
el cielo acuchillado.
La luz se agrieta.

*

Bajo los álamos,
las sombras amamantan
grumos de nieve.

*

La tarde se hace
metacrilato y sueño
en el vagón.

*

Alguien bosteza
ruidosamente. Fuera,
una amapola.

Poema I

A Juan Luis Calbarro.

Regresas como un pájaro de sueño,
como un fruto caído del tiempo. Hablas
desde el fin de las cosas, despoblada
de labios, grávida de labios, sexo

en el caz del teléfono, deshielo
de besos que habitaron mi garganta.
¿Por qué no permaneces en el ámbar
del silencio? ¿Por qué no sigues siendo

fuego ausente, clamor de nada, oro
muerto, oquedad donde brotó mi nombre?
De alas y oscuridad es tu retorno,

de sombras que respiran. Y yo, insomne
aún de ti, abrasado, oigo tus ojos,
tus cenizas pidiendo que te toque.

Poema II

¿Estoy muerto? Esta cólera vacía
que recorre los túmulos del cuerpo
¿es el florecimiento de las sombras
o lodo iluminado que profana,
como un frío corcel, la pubertad
de los signos? Este oro mutilado
que se deslíe irremisiblemente
hasta alcanzar la mácula del semen,
que perfora los nombres como a nubes
prohibidas, ¿son mis ojos acercándose
al acero? ¿son légamo urgente
como el tiempo? ¿o acaso oscuridad
matinal, detenida en la serena
tempestad de los labios, impregnada
de danza y de paciencia? Realmente,
¿estoy vivo? ¿Por qué aquí, en el eclipse
de las manos, renacen las ventanas
como un tenue diluvio? ¿Por qué siento
los errores del mar taraceándome
como insectos sin amor? ¿Por qué,
pese a la juventud del viento, hay cisnes
vacíos en la orilla de mi túnica?
¿Por qué se recrudece el agua pétrea
que habita en lo invisible, si aún no
sé mi nombre, si aún no he bautizado
la materia? Estoy solo, con los perros
de la respiración, con los espejos
devastados por hombres inaudibles,
oyendo la oquedad de los martillos,
las cóncavas espumas de la carne
que ya, ahogadamente, se refuta,
viendo morir los mástiles del yo
y cómo de su muerte ni siquiera brotan
exhaustas azucenas. Árboles
inexorables en el pecho, árboles
que se desnudan tenebrosamente
en las simas diürnas, que perviven,
en su habitáculo de orina y nieve,
como un rumor de huesos ablandándose.
Las pupilas intentan encontrar
su voz; humedecidas por el fuego
más oscuro, se extienden por las sábanas
como átomos callados. Pero ¿quién
las hirió? ¿quién reanudó su lluvia
horizontal, sus dunas atacadas
por lo perecederop? Ése que duerme
a mi lado ¿soy yo? Y quien mastica
mi podredumbre, ¿es hombre o nunca?

La luz oída

Qué dentro hay un sol. Cómo grana en el ataúd
invisible del cuerpo. Cómo arraigadamente
brilla, con qué penumbra de asombrado meteoro,
con qué óptima quietud. Bosques en vilo esperan,
junto al acantilado, que se vacíe el fuego
que impregna la noche. Es la tea, cerrada,
que regresa; es el rayo inverso que revela
con su voz seminal las posibilidades
del hielo. La ceniza se desangra. El cereal,
acercándose, busca gargantas donde hurtarse
a las ardientes lluvias, cimientos para el puente
que sólo han de pisar los vivos, los inermes,
los que han sanado. Toros que respiran como arcos
tensados: aún no. Acérrimos caballos
que optan por el seísmo: no. Agua que se vertebra,
como un súbito cuello, o clavos que la hieren:
todavía no. Tierra sin sexo que ofrece
su vuelo, su lentísima energía, a los árboles
impacientes; penínsulas faltas de sol y omóplatos,
donde vertiginosos peces, inacabados
todavía, ignoran el fluir de los sudarios.
Es demasiado pronto para el tiempo. Los líquenes
crecen en las saetas disparadas. Los fetos
brotan como cardumen y esbozan fidelísimos
músculos, pero encuentran, antes de concluirse,
su cadáver exacto. Los galápagos son
jóvenes como el frío. La carne es un minúsculo
tren. El cielo se va. Los ojos, detenidos,
son jazmines sin ímpetu. Sólo un viento de huesos
que protestan agita los cuerpos indecisos
para que vean cuántas ruinas en el latido,
con qué germinación los sombras cristalinas
vuelven a su semilla. El silencio contiene
silencio de mar, pétalos de explosiones, eclipse
de volcanes, fusiles que relinchan, cerveza
inaudible; designa los sonidos, los piensa
con paciencia de miel, con terquedad de proa,
como si fueran, ay, el aire de un insólito
cadáver o las ígneas mieses en cuyas simas
se enamoran las águilas.

Poema II

Caía como los reos, sembrado, quieto en las horas,
con los pies enloquecidos. Veía ascuas silenciosas,
savias incrédulas, nortes que morían entre sombras
de cuerpo pidiendo líneas. Sólo intangibles palomas
oyen la sangre que nunca naufraga, el níveo idioma
que completa los muñones; sólo lejanas gaviotas
construyen la luz sin nombre, la madera dolorosa
que desata las pupilas; sólo el tiempo levanta olas
sagradas, piedras en flor, enamoradas leonas:
seres que niegan la arena, certidumbres que derrocan,
como una hoguera de carne, los más sólidos aromas.
Sin otra función que el beso, arroyos y areolas
impiden que el tiempo muera y, arrepentidos, lloran
como si el humo estuviese preñado de amapolas.
El mar tiene ruedas; surcos, el cielo; madres sonoras
irrumpen en las ciudades para que no queden bocas
a oscuras, para que el trigo, como un símbolo, no rompa
su intermitente sepulcro. La cristalina cebolla
posee memoria; el páramo se hace blanquísima loma
cuando se desnuda el aire; incluso el chacal y la orca,
que nunca han visto el asfalto, saben que el hombre es todo hojas,
que sus bienes, desmentidos por el viento, tienen forma
de pánico. Caminando hasta la encendida aorta,
lo creado inspira ríos iguales: se hace indolora
la hulla, cía el aire, el ave es un leve latir. Toda
la mar es centro, y la sangre, acuchillada, remonta
los peldaños de la música hasta que una aureola
de polen le da su lógica, la longitud de sus normas.
En su propio cataclismo hallan su inicio las cosas.
Los eucaliptos comprenden qué circular es su ahora.
En las naranjas hay fuego, fuego de ropas furiosas,
fuego lateral y abierto. Las larvas son una sola
herramienta, que difunde la luz del sueño. Las rocas
se transforman en crisálidas. Quienes viven ya no adoran
ni los campos homicidas ni las heces de la alondra.
La harina es celebración, estiércol vivo en la copa.
Atrás, bocas incompletas, bestias que agonizáis, hondas
como los dientes, entre urnas de bellísima ponzoña;
acabad también vosotros, indolentes hematomas.
Que las piras no procreen. Que el pulmón sólo recoja
los solitarios fractales de la vulva poderosa;
así renacerá el viento y sanará la luz rota;
así la sangre olerá a mirada y las antorchas
revivirán lentamente, como intactos axiomas,
bajo el callado metal del útero y de las rosas.
Está escrito en la hierba: es necesaria la aurora
para que no muera el cielo; son necesarias las horas
para que sobrevivamos al hierro. Los que enarbolan
agua y fuego en polémicas nupcias, leche tenebrosa,
que digan por qué nacieron, por qué jamás abandonan
su sanguíneo misterio. En el centro de una gota
está el cosmos; en el alma de una máquina, redondas
cordilleras; en el luto más blanco, ríos que imploran
un abrazo, una mirada; en una breve corola,
memoria, y montes, y sol, y clavículas absortas
en su propia oscuridad. Qué único el mundo, qué hermosa
la mujer que se divide, cómo intercambian las lobas
sus placentas vulneradas, cuántos pétalos, qué rojas,
qué precisas las cesáreas. El plástico se transforma
en un lúcido detritus. Se repliega la carcoma
hasta sus nidos aéreos. Una lengua luminosa
enseña cómo ignorar las quemaduras que asoman
entre tanta desnudez, entre tan ardua caoba.
Todo ha encontrado su rostro. La creación es una oda:
ceniza en cuyas esquinas selvas de pájaros brotan.

Poesía para (Letanía a modo de poética)

Poesía para desnudar la palabra.
Poesía para que se encienda la piel.
Poesía para conjurar el miedo.
Poesía para interpretar el caos.
Poesía para razonar los sueños.
Poesía para hacer exacta la alucinación.
Poesía para ver lo invisible.
Poesía inútil.
Poesía para la belleza.
Poesía contra la estupidez.
Poesía frente a la intemperie.
Poesía para llegar al día siguiente.
Poesía para tener tema de conversación.
Poesía para respirar.
Poesía para sustituir al grito.
Poesía para follarnos al lector.
Poesía para que el poema nos folle.
Poesía porque es lo único que sé hacer.
Poesía para que la oscuridad sea luz y la luz, oscuridad.
Poesía para vivir más.
Poesía para decir “te quiero”.
Poesía para eyacular.
Poesía sin poéticas.
Poesía para la revolución.
Poesía para la nada.
Poesía para todas las palabras.
Poesía en silencio.
Poesía para que no nos engañen.
Poesía porque no se vende.
Poesía para el poema.
Poesía para ser libre.
Poesía para los amigos (y los enemigos).
Poesía de lo inverosímil y de lo cotidiano.
Poesía para crear otra realidad.
Poesía porque de algo hay que morir.
Poesía para no pensar en la muerte.
Poesía porque es divertido.
Poesía para llevar la contraria.
Poesía para tener razón.
Poesía porque no me da la gana escribir prosa.
Poesía porque no sé escribir prosa.
Poesía para rezar.
Poesía para que nos quieran más.
Poesía para preservar el espíritu.
Poesía por facilidad de palabra.
Poesía porque suena bien.
Poesía para que la palabra diga lo que dice.
Poesía para que la palabra diga lo que no dice.
Poesía para comprenderme.
Poesía para convivir con la contradicción.
Poesía para vencer al pudor.
Poesía para olvidar el tiempo.
Poesía para sentirnos diferentes.
Poesía para que nos pregunten: “¿Qué ha querido Ud. decir con…?”
Poesía porque no rima.
Poesía para recordar.
Poesía por imitación.
Poesía para tener algo que hacer los fines de semana.
Poesía como prótesis.
Poesía como consuelo.
Poesía para entretenar la espera.
Poesía para seguir escribiendo “poesía para…”
Poesía por vanidad.
Poesía poro.
Poesía para que se nos ocurran versos al acostarnos (y no los recordemos al despertarnos).
Poesía para que nos deseen las mujeres (o los hombres).
Poesía para que nuestro padre nos apruebe.
Poesía para que nuestro padre nos repruebe.
Poesía para cagarnos en alguien.
Poesía, siempre, para la emoción.
Poesía porque poesía.

Poema XIV

Te esperaba en el alambre del día, comiendo latidos, sofocando el grito de los huesos. A veces, sin embargo, cuando las poleas levantaban relámpagos y la noche sabía a almacén, callaba. Recordaba entonces las cosas pequeñas: la luna húmeda que encendía nuestros pasos junto al muelle o las palmeras amarillas de Tozeur o aquel lento cometa, sobre los montes caudalosos, a cuyo paso imaginamos la vejez. Te esperaba, deshabitado, acariciando el tiempo.

Ahora que se ha endurecido tu imagen, no sé dónde guardas el pan, dónde los quicios, las rodillas familiares, los ídolos de tu olor; he olvidado cuándo regresarán tus manos. Aquí, mientras tanto, ascensores, transeúntes, horas que escupen lágrimas.

Te esperaba. Hablábamos de cosas sencillas. E ingería la ropa, los pezones, tu mínima tos. Después salíamos a cenar como si nos hubiera amenazado un ángel.