Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Enrique Banchs

Enrique Banchs (1888-1968) se erige como una figura distinguida en la poesía argentina del siglo XX. Nacido en Buenos Aires, Banchs dejó una huella indeleble en el panorama literario a través de su compromiso con formas clásicas y una estética lírica que evocaba el Siglo de Oro español. Sus versos luminosos y su profundo amor por la lengua lo posicionaron como una voz inconfundible en la poesía hispanogermánica y modernista de su época.

Banchs no solo se destacó como poeta, sino que también cultivó una prolífica carrera periodística. Su pluma influyente encontró un hogar en publicaciones notables como La Prensa, la revista Atlántida, y su larga dirección en la revista El Monitor de la Educación Común, del ex Consejo Nacional de Educación. Su entrada en el mundo literario se produjo en las páginas de la revista Nosotros, donde presentó sus primeros versos.

En su producción poética, Banchs publicó cuatro libros al comienzo del siglo XX, destacando su último libro, compuesto enteramente por sonetos, una elección audaz en una época en la que esta forma lírica había caído en desuso. A pesar de su prolongado silencio poético, nunca se alejó por completo del mundo literario. Sin embargo, más de cinco décadas pasaron antes de que publicara nuevos poemas. Durante sus últimos años, eligió el silencio y el aislamiento, un gesto que agrega un misterio intrigante a su legado.

La influencia de Enrique Banchs se extiende más allá de sus versos y se proyecta en su compromiso con la lengua y la cultura. Su legado literario perdura y su nombre está inscrito en la historia de la literatura argentina como un poeta que abrazó las formas clásicas en un mundo moderno y dejó una impronta indeleble en el paisaje poético de su tiempo.

Balbuceo

Triste está la casa nuestra,
triste, desde que te has ido.
Todavía queda un poco
de tu calor en el nido.

Yo también estoy un poco
triste desde que te has ido;
pero sé que alguna tarde
llegarás de nuevo al nido.

¡Si supieras cuánto, cuánto
la casa y yo te queremos!
Algún día cuando vuelvas
verás cuánto te queremos.

Nunca podría decirte
todo lo que te queremos:
es como un montón de estrellas
todo lo que te queremos.

Si tú no volvieras nunca,
más vale que yo me muera…;
pero siento que no quieres,
no quieres que yo me muera.

Bien querida que te fuiste,
¿no es cierto que volverás?
para que no estemos tristes
¿no es cierto que volverás?

La urna: 59 Hospitalario y fiel en su reflejo

Hospitalario y fiel en su reflejo
donde a ser apariencia se acostumbra
el material vivir, está el espejo
como un claro de luna en la penumbra.

Pompa le da en las noches la flotante
claridad de la lámpara, y tristeza
la rosa que en el vaso agonizante
también en él inclina la cabeza.

Si hace doble al dolor, también repite
las cosas que me son jardín del alma.
Y acaso espera que algún día habite

en la ilusión de su azulada calma
el Huésped que le deje reflejadas
frentes juntas y manos enlazadas.

Imagen

Somos como la vieja torre
cuando saltan de sus ventanas golondrinas;
somos como la vieja torre cuando
cantan en sus campanas voces finas.

Somos como la cama de un enfermo
cuando alzándose en ella se ve el prado;
somos como la cama de un enfermo
que está viendo una estrella de acostado.

Pues nuestro corazón con ilusiones
como la torre es, que tiene sones,
que tiene golondrinas, pero es vieja.

Pues nuestros corazón siempre en desvelo,
es cual lecho que puede ver el cielo,
pero que lleva a uno que se queja.

La urna

I

Entra la aurora en el jardín; despierta
los cálices rosados; pasa el viento
y aviva en el hogar la llama muerta,
cae una estrella y raya el firmamento;

canta el grillo en el quicio de una puerta
y el que pasa detiénese un momento,
suena un clamor en la mansión desierta
y le responde el eco soñoliento;

y si en el césped ha dormido un hombre
la huella de su cuerpo se adivina,
hasta un mármol que tenga escrito un nombre

llama al Recuerdo que sobre él se inclina…
Sólo mi amor estéril y escondido
vive sin hacer señas ni hacer ruido

II

También el subterráneo manantial
en su lecho de jaspe prisionero,
sufre, pero después rompe el venero
gorjeando ante la lumbre celestial;

recata un terciopelo funeral
el rostro rosa de la aurora, pero
también la aurora al fin rasga el severo
luto nocturno y ríe en el zorzal;

mucho tiempo en el surco está dormido
en laborioso sueño el útil grano,
y engarza al fin la espiga en el verano;

también mi amor estéril y escondido,
se levanta en su noble estampa humana
de pie sobre la estrofa castellana.

Cancioncilla

Malva, hiedra y mejorana,
digan todas: es Enero.
Y la abuela hila que hila
los vellones tempraneros.

Dame más lana, hija mía,
que hacer una toca quiero.
Madre, por el valle fui
y he perdido los corderos.

Malva, hiedra y mejorana,
digan todas: es Enero.
Y no curaban del hato
la pastora ni el mozuelo.

Ve, la mano se me cansa,
y el huso vacío vuelvo…
Alzaba al hablar la abuela
a la luz los ojos ciegos.

Dame más lana, hija mía,
que hacer una toca quiero…
Y alzaba al hablar la abuela
al cielo los ojos muertos.

Malva, hiedra y mejorana,
digan todas: es Enero.
La pastora, la pastora
se ha cortado su cabello.

En las manos de la abuela
puso su tesoro entero,
todo su cabello de oro
en los temblorosos dedos.

La abuela al hilar decía:
¿Qué lana parece helecho
y seda y agua de fuente
y vegada de trovero?…

Malva, hiedra y mejorana,
digan todas: es Enero.
A ver hilar a la abuela
bajó un ruiseñor del cielo.