Poetas

Poesía de Estados Unidos

Poemas de Erica Jong

Erica Jong (Nueva York, Estados Unidos, 26 de marzo de 1942) es una escritora de best sellers estadounidense.

Los mandamientos

No querrás de veras ser poet(is)a. Primero,
si eres mujer, tienes que ser tres veces mejor
que cualquiera de los hombres. Segundo, tienes
que acostarte con todo el mundo. Y tercero,
tienes que haberte muerto.

Poeta masculino, en conversación.

Si una mujer quiere ser poeta,
debe dormir cerca de la luna a cara abierta;
debe caminar a través de sí misma estudiando el paisaje;
no debe escribir sus poemas con sangre menstrual.

Si una mujer quiere ser poeta,
debe correr hacia atrás en torno al volcán;
debe palpar el movimiento a lo largo de sus grietas;
no debe conseguir un doctorado en sismografía.

Si una mujer quiere ser poeta,
no debe acostarse con manuscritos incircuncisos;
no debe escribir odas a sus abortos;
no debe hacer caldos de vieja carne de unicornio.

Si una mujer quiere ser poeta,
debe leer libros de cocina francesa y legumbres chinas;
debe chupar poetas franceses para refrescar su aliento;
no debe masturbarse en talleres de poesía.

Si una mujer quiere ser poeta,
debe pelar los vellos de sus pupilas;
debe escuchar la respiración de hombres durmientes;
debe escuchar los espacios entre esa respiración.

Si una mujer quiere ser poeta,
no debe escribir sus poemas con pene artificial;
debe rezar para que sus hijos sean mujeres;
debe perdonar a su padre su esperma más valiente.

Envidia del pene

Envidio a los hombres que pueden anhelar
con infinita vaciedad
el cuerpo de una mujer,
que esperan que su anhelo
haga un niño,
que su oquedad misma
fertilice lo oscuro.

Las mujeres no se hacen ilusiones sobre esto,
ya que son a la vez
casas y túneles,
copas y las que escancian el vino,
ya que conocen el vacío como estado temporal
entre dos plenitudes,
y no ven en ello ningún romance.

Si yo fuera hombre,
condenado a esa infinita vaciedad,
y no teniendo alternativa,
encontraría, como los otros, sin duda,
una mujer
para bautizarla Vientre de Luna,
Madona, Diosa del Cabello de Oro
y hacerla tienda de mi deseo,
paracaídas de seda de mi lujuria,
icono ojiazul de mi sagrada comezón sexual,
madre de mi hambre.

Pero ya que soy mujer,
debo no sólo inspirar el poema
sino también escribirlo a máquina,
no sólo concebir al niño
sino también darlo a luz,
no sólo dar a luz al niño
sino también bañarlo,
no sólo bañar al niño
sino también alimentarlo,
no sólo alimentar al niño
sino también llevarlo
a todas partes, a todas partes…

mientras que los hombres escriben poemas
sobre los misterios de la maternidad.

Envidio a los hombres que pueden anhelar
con infinita vaciedad.

Mejores amigos

Los hicimos
con la imagen de nuestros miedos
para llorar en las puertas, en las despedidas-
aún las más breves.
A rogar por comida en la mesa
y para mirarnos con esos ojos
enormes dolorosos,
y para quedarse a nuestro lado
cuando nuestros hijos nos huyen,
y para dormir en nuestras camas
en las noches más oscuras,
y temblar cuando truena
como nosotros en nuestros
miedos infantiles.
Los hemos hecho de ojos tristes,
amorosos, leales, miedosos
de la vida sin nosotros.
Hemos cultivado su dependencia
y pena.
Los mantenemos como recordatorios de nuestro miedo.
Los amamos
como los anfitriones sin reconocimiento
de nuestro propio terror
de la tumba-y del abandono.
Sostén mi pata
que me estoy muriendo.
Duerme sobre mi ataúd,
espérame,
con ojos tristes
en medio del camino
que hace curva más allá de la pared del cementerio.
Te oigo ladrar,
yo escucho tu aullido luctuoso-
oh, que todos los perros que yo he amado
lleven mi ataúd,
aúllen al cielo sin luna,
y se acuesten conmigo durmiendo
cuando me haya muerto.

El fin del mundo

«Te escribo desde el fin del mundo»
HENRI MICHAUX

Aquí, en el fin del mundo,
las flores sangran
como si fueran corazones;
los corazones exudan una oscuridad
parecida a la tinta china
donde los poetas mojan sus plumas
y escriben.
«Aquí, en el fin del mundo»,
escriben,
sin saber lo que significa.
«Aquí, donde el cielo mama leche negra,
donde las chimeneas alimentan el cielo,
donde los árboles tiemblan aterrorizados
y la gente llega a parecérseles…»
Aquí, en el fin del mundo,
los poetas sangran.
Se supone que sangrar y escribir
son la misma cosa;
se supone que cantar y sangrar
son la misma cosa.
¡Escríbenos una carta!
¡Envíanos un paquete de comida!
Confórtanos con proverbios o fruta azucarada,
háblanos de un Dios.
Distráenos con teorías del arte
que nadie puede probar.
Aquí, en el fin del mundo,
tenemos las cabezas vacías,
y el viento las atraviesa
como fantasmas
en una casa encantada.

Autorretrato

No se trata de una mujer esbelta,
pero su piel era leche
mezclada con mermelada de fresa,
y entre sus piernas había nacido la palabra púrpura,
y su cabello era del color del trigo y la mantequilla.
Sus ojos eran oscuros como el Atlántico Norte.
Aprendió las intraducibles palabras del alba.
Estudió sus propios miedos y escribió sus versos.
Utilizó el hueco de su corazón para hacer música de viento.
Edificó casas de libros sobre su sótano vacío.
Primero se alimentó de su musa,
luego se transformó en su propia madre.