Poetas

Poesía de España

Poemas de Esteban Manuel de Villegas

Esteban Manuel de Villegas (Matute, La Rioja, 5 de enero de 1589 – Nájera, La Rioja, 3 de septiembre de 1669) fue un poeta español del Siglo de Oro.

Sáficos

Dulce vecino de la verde selva,
huésped eterno del abril florido,
vital aliento de la madre Venus,
céfiro blando.

Si de mis ansias de amor supiste,
tú que las quejas de mi voz llevaste,
oye, no temas, y a mi ninfa dile,
dile que muero.

Filis un tiempo mi dolor sabía,
Filis un tiempo mi dolor lloraba,
quísome un tiempo, mas agora temo,
temo sus iras.

Así lo dioses con amor paterno,
así los cielos con amor benigno,
nieguen al tiempo que feliz volares
nieve a la tierra.

Jamás el peso de la nube parda,
cuando amenace la elevada cumbre,
toque tus hombros, ni su mal granizo
hiera tus alas.

ODA XVII

Barine, si yo viera
que por el voto que quebraste ahora
tu beldad padeciera
algún leve castigo, y a deshora
nos mostraras, doliente,
fea una uña, denegrido un diente,

Creyérate sin duda;
mas por el mismo caso que juraste,
y de lealtad desnuda
al voto tan sin miedo te obligaste,
quebrándole nos diste
más resplandor, más bella pareciste.

Si perjurada a veces
por las cenizas de tu madre juras,
más bella resplandeces,
y más pura si juras por las puras
lumbreras celestiales,
ó por los mismos dioses inmortales.

De esto vi se reía
Venus, y las sencillas ninfas puras,
y el Amor, que a porfía
siempre amolando está sus flechas duras
en aquella severa
y siempre dura piedra aguzadera.

Para tu cárcel dura
crece toda niñez; los ya mayores
no dejan tu hermosura,
con verse amenazar de tus rigores,
ni los umbrales fríos
siempre regados de los ojos míos.

Por ti vive medrosa
la madre del mozuelo, y el avaro
padre; por ti la esposa
vive celosa de su esposo caro;
que en tu dulce semblante
considera los grillos de su amante.

ODA IV

Antes que llegues con tus años, Lida,
a la vejez cansada,
¡ay! no le ofrezcas al desdén posada,
que es basilisco del que más le anida;
sino, mucho amorosa,
labra en mi celo, cogerás tu rosa.

La purpurada Venus y el hijuelo
io que siempre la acompaña,
o salen en Abril a la campaña
o del Mayo en la flor pisan el suelo,
ya con alegres danzas
brindando a tu verdor con mil mudanzas.

No pienses que el Otoño, cuando apenas
el campo se asegura,
visitan de los bosques la espesura,
ni las montañas, otro tiempo amenas;
que entonces, dulce Lida,
la más lozana más está encogida.

Tú esperas de la Cinara el empleo,
que se arrugó doncella;
Cinara digo, la que un tiempo bella
veneno al alma fue, taza al deseo.
Mas ¡ay! que ya su queja
llora el pasado error al verse vieja.

Yo la vi un tiempo coronar la frente
de resplandor dorado
y entre las brasas del carmín rosado
vibrar la juventud su llama ardiente,
que pudiera en los bronces
cuajar cenizas su viveza entonces.

¡Cuán bella estaba al extender el paso!
¡Con cuánto señorío
del tierno joven cautivaba el brío!
Mas adornóse de desdén escaso,
que imitaba sin arte
de Amor el plomo, el mármol de Anaxarte.

Pero ya arrepentida, y más corrida
de lo que su edad pide,
mis verdes años con sus canas mide,
y al no torcellos llora arrepentida;
que la que vieja adora
con más ventajas se enternece y llora.

Por cuanto no querrás verte a deshora
cautiva de estos daños,
después que á un tiempo los purpúreos años
se hayan volado con la blanca aurora,
y entre fuego y ceniza
haga el amor en tu vejez la riza.

Deja por Dios, y por tus ojos deja,
de ser menos esquiva,
y en tanto que la edad briosa priva,
halle cabida en tu elección mi queja;
que la Venus temprana
ni el alma afrenta, ni el honor profana.

CANTILENA VII

Yo vi sobre un tomillo
quejarse un pajarillo,
viendo su nido amado,
de quien era caudillo,
de un labrador robado.
Vile tan congojado
por tal atrevimiento
dar mil quejas al viento,
para que al cielo santo
lleve su tierno llanto,
lleve su triste acento.
Ya con triste armonía,
esforzando el intento,
mil quejas repetía;
ya cansado callaba,
y al nuevo sentimiento
ya sonoro volvía;
ya circular volaba,
ya rastrero corría;
ya, pues, de rama en rama,
al rústico seguía,
y saltando en la grama,
parece que decía:
«Dame, rústico fiero,
mi dulce compañía»;
y a mí que respondía
el rústico: «No quiero».

DE LA LIRA

Quiero cantar de Cadmo,
quiero cantar de Atridas:
mas ¡ay! que de amor solo
sólo canta mi lira.
Renuevo el instrumento,
las cuerdas mudo aprisa;
pero si yo de Alcides,
ella de amor suspira.
Pues, héroes valientes,
quedaos desde este día,
porque ya de amor solo
sólo canta mi lira.

ODA X

Yo pensé, luces bellas,
llegar con mi esperanza a vuestra lumbre;
pero Lida inconstante,
por doblar mis querellas,
de vuestra (¡ay cielos!) ensalzada cumbre
la despeñó arrogante;
y agora la perjura
cortar el árbol de mi fe procura.

Como cierzo indignado,
que con súbito soplo descompone
la mies en la campaña,
y en el alegre prado
los altos olmos que la edad compone,
así, con dura saña,
Lida ingrata y perjura
cortar el árbol de mi fe procura.

Juró que me sería
en amarme tan firme como roca
o como robre exento,
y que atrás volvería
este arroyuelo que estas hayas toca
antes que el juramento;
pero ya la perjura
cortar el árbol de mi fe procura.

Esto dirán los vientos
que dieron a su jura las orejas;
esto dirán los ríos,
que por estar atentos
el susurro enfrenaron a sus quejas;
pero los llantos míos
dirán que la perjura
cortar el árbol de mi fe procura.

ODA VI

¡Oh, cuán dulce y suave
es ver al campo cuando más recrea!
En él se queja el ave,
el viento espira, el agua lisonjea,
y las pintadas flores
crían mil visos, paren mil olores.

El álamo y el pino
sirven de estorbos a la luz de Febo;
brinda el vaso contino
del claro arroyo con aljófar nuevo,
y la tendida grama
mesa a la gula es, y al sueño cama.

Tú solamente bella
nos haces falta, Tíndaris graciosa;
y si tu blanca huella
no te nos presta como el alba hermosa,
lo dulce y lo suave
¡cuán amargo será! ¡cuán duro y grave!

CANTILENA X

«En tanto que el cabello
resplandeciente y bello,
luce en tu altiva frente
de cristal trasparente,
y en tu blanca mejilla
la púrpura que brilla,
la púrpura que al labio
no quiso hacerle agravio,
goza tu abril, Drusila,
en esta edad tranquila;
coge, coge tu rosa,
muchacha desdeñosa,
antes que menos viva,
vejez le lo prohíba.
Porque si te rodea
y en ti su horror emplea,
quizá lo hará de suerte
que llegues a no verte
por no verte tan fea».