Poetas

Poesía de Chile

Poemas de Eusebio Lillo

Eusebio Lillo fue un destacado poeta, periodista, empresario y político chileno, nacido en Santiago el 14 de agosto de 1826 y fallecido en la misma ciudad el 8 de julio de 1910. Desde joven se destacó como un gran lector y con los libros que compraba organizaba rifas entre sus compañeros para costear sus gastos de estudio. A los 18 años, compuso su primera obra, A la muerte de don Jose Miguel Infante.

Lillo trabajó como funcionario público en el Ministerio del Interior en 1846 y simultáneamente como corresponsal del periódico El Mercurio de Valparaíso en Santiago para ganarse la vida. En 1847, escribió la letra del actual himno nacional de Chile, el cual llevó a cabo algunas modificaciones en 1909.

En 1850, Lillo participó en la Sociedad de la Igualdad y, por estar presente en el motín del coronel Urriola el 20 de abril de 1851, fue condenado a muerte. Sin embargo, debido a su autoría del himno nacional, su sentencia fue conmutada por el destierro en Valdivia, de donde huyó hasta recalar en Lima. Regresó a Chile en 1852 y continuó su actividad periodística en la publicación La Patria.

Lillo también fundó el Banco de La Paz en Bolivia y colaboró en el desarrollo de la minería. En 1875, regresó a Chile y se desempeñó como alcalde de Santiago en 1878 y como intendente de Curicó. Además, participó en la Guerra del Pacífico como secretario de la Armada de Chile y ministro diplomático en campaña.

Eusebio Lillo Robles dejó un legado literario importante con obras como Dos almas, La mujer limeña, El junco, Rosa y Carlos, El Imperial, Una lágrima y Deseos. Sin embargo, es recordado principalmente por ser el autor de la letra del himno nacional de Chile, una composición que se ha convertido en un símbolo nacional y un patrimonio cultural invaluable.

El poeta y el vulgo

Al altanero y encumbrado pino
díjole un día la rastrera grama:
–¿Por qué tan orgulloso alzas tu rama
cuando no alfombras como yo el camino?

Y él respondió: –Yo doy al peregrino
sombra, cuando su luz el sol derrama,
y cobijo las flores cuando brama
el ronco y desatado torbellino.

Así el vulgo al poeta gritó un día:
–¿Por qué miráis indiferente el suelo?
¿Qué hacéis? ¿Quién sois? Y el bardo respondía:

–Soy más que tú porque tal vez recelo
que sólo de mi canto a la armonía
comprendes que hay un Dios y que hay un cielo.

Hay algo en ti…

Hay algo en ti del serafín que mora
en la mansión eterna y esplendente;
en tu serena faz, niña inocente,
y en el azul que tu mirar colora.

Fresco botón que al despertar la Aurora
y al casto beso del fugaz ambiente,
alza su pura y delicada frente,
tal eres tú, Matilde encantadora.

De aquesta vida en el camino estrecho
se abra a tu paso florecida senda
y paz respire y bienestar tu pecho.

Un alma halles que te ame y te comprenda;
y grato abrigo del paterno techo
sé de feliz unión, hermosa prenda.

Consejo

Goza, bien mío, en tanto que en la vida
la fresca lozanía te acompaña,
que es flor la juventud que el tiempo daña
y no vuelve jamás una vez ida.

Mientras gozamos de la edad florida
en mil deleites el amor nos baña;
más tarde, ¡ay tristes! la vejez huraña
nos roba el fuego que en el alma anida.

El amor, como Dios, tiene su cielo;
olvida allí del corazón enojos
pues para gozar viniste al suelo.

Y si presa han de ser aquesos ojos
y el seno aquel de la vejez de hielo,
sean más bien de amor dulces despojos.

Himno nacional de Chile

Coro

Dulce Patria, recibe los votos
con que Chile en tus aras juró
que o la tumba serás de los libres
o el asilo contra la opresión.

I

Ha cesado la lucha sangrienta;
ya es hermano el que ayer invasor;
de tres siglos lavamos la afrenta
combatiendo en el campo de honor.
El que ayer doblegábase esclavo
hoy ya libre y triunfante se ve;
libertad es la herencia del bravo,
la Victoria se humilla a su pie.

II

Alza, Chile, sin mancha la frente;
conquistaste tu nombre en la lid;
siempre noble, constante y valiente
te encontraron los hijos del Cid.
Que tus libres tranquilos coronen
a las artes, la industria y la paz,
y de triunfos cantares entonen
que amedrenten al déspota audaz.

III

Vuestros nombres, valientes soldados,
que habéis sido de Chile el sostén,
nuestros pechos los llevan grabados;
los sabrán nuestros hijos también.
Sean ellos el grito de muerte
que lancemos marchando a lidiar,
y sonando en la boca del fuerte
hagan siempre al tirano temblar.

IV

Si pretende el cañón extranjero
nuestros pueblos, osado, invadir;
desnudemos al punto el acero
y sepamos vencer o morir.
Con su sangre el altivo araucano
nos legó, por herencia, el valor;
y no tiembla la espada en la mano
defendiendo, de Chile, el honor.

V

Puro, Chile, es tu cielo azulado,
puras brisas te cruzan también,
y tu campo de flores bordado
es la copia feliz del Edén.
Majestuosa es la blanca montaña
que te dio por baluarte el Señor,
y ese mar que tranquilo te baña
te promete futuro esplendor.

VI

Esas galas, ¡oh, Patria!, esas flores
que tapizan tu suelo feraz,
no las pisen jamás invasores;
con su sombra las cubra la paz.
Nuestros pechos serán tu baluarte,
con tu nombre sabremos vencer,
o tu noble, glorioso estandarte,
nos verá, combatiendo, caer.