Poetas

Poesía de México

Poemas de Felipe Montes

Felipe Montes, nacido el 8 de septiembre de 1961 en esta ciudad, se ha convertido en un autor que fusiona con maestría su amor por su tierra natal con una habilidad innata para la escritura.

La infancia de Montes estuvo impregnada de un entorno que fomentó su amor por las letras. Con una sensibilidad innata, aprendió a leer y escribir a una edad temprana, creando su primer poema, «La mariposa», a los cinco años y su primer cuento, «El niño perdido», a los seis. Su padre, Felipe Montes Villaseñor, un historiador, pintor y anticuario, y su madre, Elena Espino Barros Robles, hija del fotógrafo Eugenio Espino Barros, jugaron un papel fundamental en su educación. La vasta biblioteca familiar con más de veinte mil volúmenes se convirtió en su universo literario y una fuente inagotable de inspiración.

La influencia literaria más significativa en la vida de Montes fue la enciclopedia «Fauna», de la editorial Salvat, la cual coleccionó por fascículos desde los seis hasta los trece años. Esta obra, y el estilo de su autor, Félix Rodríguez de la Fuente, tuvieron un impacto profundo en su desarrollo literario.

A los trece años, la familia se mudó a una casa más pequeña en la colonia María Luisa, donde Montes coincidió con figuras notables como el escritor David Toscana, el poeta Homero Garza Garza, el pintor Gerardo Cantú, el músico Néstor René Mendoza y el barítono Óscar Martínez. Un giro inesperado en su educación llegó cuando su profesor de literatura se enfermó y fue reemplazado por el maestro Rigoberto González, quien lo introdujo a autores como Horacio Quiroga, Edgar Allan Poe y Ray Bradbury. Este fue un punto de inflexión, ya que Montes decidió convertirse en escritor.

El día en que su maestro de literatura enfermó, Montes decidió dar rienda suelta a su pasión y escribió seis cuentos en una sola tarde, una experiencia que lo dejó satisfecho y con la determinación de convertirse en escritor. Este momento culminante en su vida lo llevó a contemplar su reflejo en un ventanal de la Maternidad Conchita y afirmar con seguridad: «He ahí un escritor».

Desde entonces, Montes se embarcó en una ambiciosa empresa literaria. Decidió crear una obra extensa que abarcara la historia y el destino de su amada Monterrey. Inicialmente, planeó que su obra fuese una saga en prosa poética, una novela río que narrara el futuro de la ciudad. Sin embargo, cinco años después, a los dieciocho, amplió su visión y decidió que su obra debía explorar desde el origen mítico de Monterrey hasta su eventual y catastrófico final.

Montes dedicó su pluma exclusivamente a la creación de esta magna obra, que tituló simplemente «Monterrey». En este viaje literario, ha construido una biblioteca especializada en la región con más de cinco mil volúmenes, convirtiéndose en un auténtico guardian de la historia y la cultura de su ciudad natal.

El trabajo de Felipe Montes es un testimonio apasionado de su amor por Monterrey, una crónica rica y evocadora que celebra la esencia de su tierra y su gente. Su obra nos transporta a un mundo donde la poesía y la narrativa se entrelazan para explorar los misterios y la grandeza de esta ciudad mexicana. Felipe Montes, un hijo literario de Monterrey, nos brinda un regalo literario que trasciende las páginas y perdurará en la memoria de aquellos que tengan la fortuna de descubrirlo.

Fragmento de Yerbabuena

Aquí vienen, de la manita, Los Niños Eleazar y Magdalena, Cabellos Lacios
Pardos y Rubios Enlazados bajo la brisa de esta calle negra de lupanares
y cantinas.
Y le tienden Las Otras Dos Manitas a quienes ahí yerran.
Y acá, contra este muro, orina ese borracho de zapatos negros goteados.
Y por allí caminan Los Dos Cuatitos Solís.
Y ahí viene un borracho con el pantalón abierto, con la mano en los
genitales.
Y aquí vienen los Solís.
Y extiende Magdalena Su Mano, y el borracho la toma y se la acerca
al pene. Y se soba con Ella. Y Magdalena jala Su Mano, y el borracho
más se soba.
Y La Niña mira ese pene con Sus Dos Ojos De Flores.
Y una miel le llena a La Niña La Blanca Mano Abierta.
Y el borracho deposita una moneda sobre esa jalea de La Mano Abierta.
Y los Dos Solís Se alejan.
Arriba sangra el crepúsculo.

Magdalena Se levanta. Se come una tortilla.
¿Y tú?
Vámonos.
Y Su Madre aquí Se queda dormida, parada ante la ventana, con Los
Ojos Bien Abiertos. Mastica un bocado de relleno del colchón.
Pinches Niños Putos.
Y Le escupe a Magdalena.
Y Su Raquítico Hermano Eleazar La jala para la calle.
Aquí viene Eleazar de La Mano con Su Hermana Magdalena.
Ahí van: Dos Niñitas En La Calle, entre esos postes de madera que
Los escoltan.
Pasa arriba una lechuza; Magdalena la mira.
Lechuza.
Mire, señor: Mi Hermana.
Y moneda.

Dos nubes se acomodan allá arriba: esa flota sobre el cerro Del Pilón con
su congestión de resplandores; la otra se le arrima al costado.
Acá abajo, en La Yerbabuena, Andrés Palomares corta leña con su
burro a un lado.
Chas chas chas.
Chas chas chas.
Corta leña Andrés Palomares.
Chas chas chas.
Chas chas chas.
Y carga de leña al burro.
Y estas hijas del abuelo viento y la abuela agua se acercan.
Y viene ésta y se acerca se acerca, y choca contra la otra.
Y las dos nubes se aguantan allá arriba.
Las nubes avanzan entre blandos golpes de vapor.
Esa abraza a la otra, y chispea.
Y crece en su panza gris esa congestión.
Y en el aire se suelta la llovizna.
La otra le tuerce el vientre.
Y defeca un largo rayo sobre Andrés Palomares.
Y le cae a Andrés ese rayo; lo alcanza el fulgor de esa centella, chico
resplandor y un calorón que le tatema los pies y lo avienta.
Se hunde el trueno en su cabello y saca la vuelta a su oreja.
Y alcanza al burro.
Y aquí extiende a Andrés, magullado.
Aquí lo deja, oscurecido.
Y allá queda el burro.
Fulminado.
Y aquella señora se baña en el río Pilón. Y sale, y le viene un viento
fresco. Y camina a su casa, y le pegan unas calenturas. Y sus piernas se
quedan así: trapos.
A Ezequiel Varela lo arrastra esa mula por todo aquel potrero de La
Yerbabuena. Se detiene; él se levanta, se sacude la tierra. Y se mete a su
casa.
Allá, en Gatos Güeros, el esposo de esa señora tiene una vieja, y esa
vieja le pone, a la señora, un mal en un plato de frijoles.
Y el esposo de esa otra señora de Magueyes se le va.
Y, en su casita de La Yerbabuena, la hija de aquella señora da a luz a
su bebé, y está delicada. Y llega su señor, y ve al bebé y lo carga, y lo pone
a un lado. El hombre se acerca a su esposa, le alza la sábana y la penetra.
Ella llora. Él le mete otra vez su pedazo de carne.
Aquella señora se come esos frijoles y le salen cabellos de la boca. Y Se
le atoran en el gaznate. Y Se pone morada. Con Sus Pelos.
Y la señora abandonada y sus niñas comen chile.
Abre Andrés ambos ojos; se cala muy lastimado.
Tiene los pies dormidos.
Ahí está su burro difunto.
Chamuscado.
Andrés se incorpora, camina. Las dos nubes se marchan.
Y a Andrés se le queda ardiendo dentro ese fuego.