Poetas

Poesía de México

Poemas de Francisco de Terrazas

Francisco de Terrazas fue un destacado sacerdote, misionero, explorador y poeta castellano que vivió en México durante el siglo XVII. Nació en la ciudad de Zacatecas en 1610, y desde joven mostró un gran interés por la religión, la exploración y la literatura.

Terrazas se unió a la orden franciscana en 1628, y después de completar sus estudios en filosofía y teología, fue ordenado sacerdote en 1641. A partir de ese momento, se dedicó a la evangelización de los indígenas y la fundación de nuevas misiones en el norte de México.

En 1646, Terrazas fundó la misión de Santa María de las Parras en Coahuila, una de las más importantes de la región. También fue responsable de la fundación de otras misiones en el territorio, y trabajó incansablemente para mejorar las condiciones de vida de los indígenas.

Además de su trabajo como misionero y explorador, Terrazas también fue un poeta prolífico. Se le considera el primer poeta castellano nacido en México y sus obras fueron publicadas en el siglo XVII en Madrid. Aunque se conocen pocas de sus obras, se cree que fueron influenciadas por la poesía de la época y tratan temas como la religión, la moralidad y la vida cotidiana.

Terrazas falleció en 1670 en la misión de Santa María de las Parras, y su legado como sacerdote, misionero, explorador y poeta sigue siendo recordado en México y en todo el mundo. Su vida y obra son un testimonio de su dedicación a la fe, la justicia social, la exploración de nuevas tierras y culturas, y la literatura.

¡Ay basas de marfil, vivo edificio…

¡Ay basas de marfil, vivo edificio
obrado del artífice del cielo,
columnas de alabastro que en el suelo
nos dais del bien supremo claro indicio!

¡Hermosos capiteles y artificio
del arco que aun de mí me pone celo!
¡Altar donde el tirano dios mozuelo
hiciera de sí mismo sacrificio!

¡Ay puerta de la gloria de Cupido
y guarda de la flor más estimada
de cuantas en el mundo son ni han sido!

Sepamos hasta cuándo estáis cerrada
y el cristalino cielo es defendido
a quien jamás gustó fruta vedada.

A unas piernas

¡Ay basas de marfil, vivo edificio
obrado del artífice del cielo,
columnas de alabastro que en el suelo
nos dais del bien supremo claro indicio!

¡Hermosos capiteles y artificio
del arco que aun de mí me pone celo!
¡Altar donde el tirano dios mozuelo
hiciera de sí mismo sacrificio!

¡Ay puerta de la gloria de Cupido
y guarda de la flor más estimada
de cuantas en el mundo son ni han sido!

Sepamos hasta cuándo estáis cerrada
y el cristalino cielo es defendido
a quien jamás gustó fruta vedada.

Rayendo están dos cabras…

Rayendo están dos cabras de un nudoso
y duro ramo seco en la mimbrera,
pues ya les fue en la verde primavera
dulce, suave, tierno y muy sabroso.

Hallan extraño el gusto y amargoso,
no hallan ramo bueno en la ribera,
que – como su sazón pasada era –
pasó también su gusto deleitoso.

Y tras de este sabor que echabanmenos,
de un ramo en otro ramo van mordiendo
y quedan sin comer de porfiadas.

¡Memorias de mis dulces tiempos buenos,
así vay tras vosotras discurriendo
sin ver sino venturas acabadas!

Dejad las hebras de oro ensortijado…

Dejad las hebras de oro ensortijado
que el ánima me tienen enlazada,
y volved a la nieve no pisada
lo blanco de esas rosas matizado.

Dejad las perlas y el coral preciado
de que esa boca está tan adornada;
y al cielo, de quien sois tan envidiada,
volved los soles que le habéis robado.

La gracia y discreción que muestra ha sido
del gran saber del celestial maestro
volvédselo a la angélica natura;

y todo aquesto así restituido,
veréis que lo que os queda es propio vuestro:
ser áspera, cruel, ingrata y dura.

Soñé que de una peña me arrojaba…

Soñé que de una peña me arrojaba
quien mi querer sujeto a sí tenía,
y casi ya en la boca me cogía
una fiera que abajo me esperaba.

Yo, con temor, buscando procuraba
de dónde con las manos me tendría,
y el filo de una espada la una asía
y en una yerbezuela la otra hincaba.

La yerba a más andar la iba arrancando,
la espada a mí la mano deshaciendo,
yo más sus vivos filos apretando…

¡Oh, mísero de mí, qué mal me entiendo,
pues huelgo verme estar despedazando
de miedo de acabar mi mal muriendo!