Poetas

Poesía de México

Poemas de Francisco Serrano

Francisco Serrano (Ciudad de México, 27 de junio de 1949) es un escritor y poeta mexicano, entre sus múltiples publicaciones también se encuentran libretos operísticos y libros realizados en colaboración con pintores. Durante más de 10 años colaboró en diferentes áreas relacionadas con la cultura dentro del gobierno de México.

CONCRECIÓN DEL INSTANTE

A Pablo Serrano

¿Qué está pasando aquí?
¿Quién sueña estos paisajes donde el tiempo
parece haberse detenido?

¿En qué
lugar de la extendida playa vibra
la voz de esa muchacha, que no se oye
porque un rumor más alto llena el cielo
con la prestancia de su limpidez?

Pero ¿qué pasa aquí?
¿Qué sueña esa mujer, cuyos recuerdos
se fugan como pájaros?

¿Tal vez
ha vislumbrado el sitio donde nace
la música que tañe su deseo?

¿Y ese grupo de niñas en la playa,
bajo nubes recíprocas, que entonan
una dulce canción como una fronda?
¿Alguien sabe qué está pasando aquí?

Un barco entra en el puerto.
El sol trepa los muros
de un templo frente al mar.
Alguien tras una verja
busca en vano su sombra.
Todo fluye y no obstante
todo está detenido. Se diría
que cada cosa es su propia apariencia.

Nada puede escapar al rigor de esta luz.
Bajo su ser gravita la certeza
de una visión tenaz, que ha percibido
el espacio donde el tiempo reposa:
no la inmovilidad, sino el fulgor
del puro movimiento consumado.

De acuerdo, pero… ¿qué sucedió aquí?

Unos cuantos momentos, vueltos tiempo
sustraídos al tiempo; o la experiencia
de la brevedad:
el ser del instante
que el ojo del pintor ha concretado
en la magia de un sueño metafísico.

LA BAILARINA EN EL ESTANQUE

A Tania Pérez-Salas

Reclinada, a flor de agua, tenue, grácil,
suspendida de una nota dulcísima,
con la frescura de la brisa al alba,
como un soplo de sol, la bailarina
comienza su misterio, su fantástico
don de convocar otras presencias
con la cadencia dúctil de su cuerpo.

La bailarina emerge de las aguas,
náyade, bayadera, ondina, diáfana
figuración de la armonía, y crea
en la imantada magia de la escena
un espacio virtual, un instante único
donde todos nos vemos reflejados.

La bailarina se levanta y brilla
en medio del estanque como un chorro
de luz o un ara de oro, un deslumbrante
racimo de emociones, rasgos, formas:
manantial de presencias y recuerdos.
Se yergue, gira, avanza, se desliza,
como una brisa líquida es su danza.

La tersa ondulación del agua lleva
un espejo a sus pies, para que guarde
la imagen duplicada de sus pasos,
el equilibrio de sus movimientos,
la perfección de su danza lustral.
La bailarina es un árbol de espejos,
una columna de irisados brillos,
un ciprés de cristal, agua delgada,
una vasija en que se vierte toda
la seducción de la figura humana.

La bailarina crea un instante único:
agita la cabeza: el pelo entonces
traza una orla de diáfano rocío,
un haz resplandeciente, una galaxia
de minúsculas gotas expandidas:
el cosmos en un arco translúcido.

Sobre la superficie del estanque,
suspendida entre el cielo y el agua, anda
la bailarina en una tierra mágica.
¿Es de agua el cuerpo de la bailarina?
El nácar de las ondas no la deja:
como un eco la sigue y la procura
enamorado de su plenitud.

La bailarina: sí, lumbre del agua.
Su danza es una imagen de la vida
que surge de las aguas y que vuelve
al regazo nutricio del comienzo,
al agua que nos lava y purifica.

La figura que traza en el espacio
–pareciera danzar sobre el abismo–
sugiere en su belleza el jeroglífico
de la ardua libertad: es agua suelta,
sensación y reflejo. Es el espejo
donde nos contemplamos, agua viva,
antes que el pasajero, ávido tiempo
nos sumerja de una vez para siempre
en las fluctuantes aguas del olvido.
Conciencia inextinguible de la muerte,
fulgor de la memoria fugitiva.

EL ÁNGEL Y LA CALAVERA

A Juan Soriano, in memoriam

1

No sabría decir si es la irisada
ligereza de los mantos de nubes
en el amanecer, cuando coronan
ambarinos y tenues, rapidísimos,
la cresta de los montes;

o quizá la incisiva desnudez,
la hondura de la aurora,
toda efusión, rocío,
cuando abraza, turgente,
el nácar de los cuerpos,
el sabor de unos labios,
la mañana del agua, sus axiomas;

o tal vez el recuerdo que nos llega de golpe
frente al mar de la infancia,
fascinados y fieles,
la voz de una muchacha,
olas fosforescentes,
la luna en la terraza;

o quizás la potencia, (o quizás la apetencia),
que otros llaman hechizo,
de una mirada abierta a todos los umbrales,
por encima del cielo,
hasta adentro del alma,
una fuente ¿una herida?;
tal vez esa profusa sensación
indefinible, incluso dolorosa,
gozo y pesar, el crespo escalofrío
que recorre la espalda cuando oímos,
con el ruido rojizo que producen
los herrumbrados goznes de la tierra
cuando comienza a amanecer,
bajar al ángel tutelar:

presencias tajantes o pávidas,
retablos de una sensibilidad
simultáneamente inocente y perversa,
sapiente, voraz, seductora: imágenes
vueltas enigma y gracia compartida
en el umbral de su hechizo cromático.

2

Amarillos, azules, morados, verdes, guindas:
cristalizaciones de un trazo
y de una luz acuáticos.
La transparencia vuelta cuerpo,
cosa tangible: torsos, pubis
palpables, humedades
enlazadas, muslos, brazos, temblor
de carne dura y joven
en el azoro de los reconocimientos,
en el crisol de los desasimientos,
en el vértigo de la plenitud,
como la leche que palpita
en los pechos de las mujeres,
como la fosforescencia del mar,
sus incendios y sus metamorfosis.

3

Allí están, desde ¿dónde?,
criaturas de una sensibilidad
misteriosa y nocturna:
la joven prometida del vacío,
el brocal de la gracia,
la risa verde de la huesa,
los macizos de flores,
las cruces junto al río,
el velo, la ceniza,
sirenas y murciélagos y serpientes y pájaros,
los animales consanguíneos,
el ángel y la calavera.

El temblor detenido
de las cosas del mundo,
que nos permite ver al sol de las figuras
su nitidez creciente, su dulzura
y extrema intensidad.

4

La tierra y las nubes sobre la tierra,
las figuras en el paisaje,
un joven en la playa,
el himno amarillo de un árbol,
las uvas de una crátera,
un búcaro o un cántaro,
hermosos rostros célebres,
todo, de pronto, adquiere
otra connotación, como si viéramos,
las contiguas cosas elementales
desde otro umbral, desde una orilla
tácita, transfigurada
por la consubstancial,
despiadada y ubicua
concreción de la muerte.
Ojos de muerte azul
en la plaza desierta,
manos de osamenta roja
en el jardín florido, polvo
de pisadas sonámbulas.

Sí, todo fulgura y crepita, se diría,
en la acendrada transparencia
de un espejo sostenido por ángeles
¿o demonios?: voces aladas, sombras,
nubes, púas, gavilanes, relámpagos:
una luna que refleja a la novia
coronada de flores,
(oh delicia, oh lamento),
poco antes de su asombro,
mucho antes de los nombres, numinosa,
distante, ¿es la muerte o la muerta?;
una niña rodeada de peces,
un muchacho coronado de pájaros,
una cruz con los brazos dormidos,
un caballo con la luna en la frente,
el león y la virgen, el toro, la paloma.

5

Pasa un arcángel vestido de luces,
vidriado y verde en la piscina
aérea del océano altísimo;
pasa una populosa mascarada,
pasa un friso de linces, un cortejo de ninfas,
una manada de silencios nuevos;
pasa una bicicleta de artificio,
pasa un alud de pájaros,
pasa y vuelve una muerte enjaulada.
Gradaciones de un espacio emotivo
o el estupor del mundo como en el primer día.

Coda

Un niño en un patio, jugando.
Abre de par en par los brazos.
De su mano derecha brotan,
como un morado castillo de naipes,
los postigos de una ventana,
una vaso con canicas, un canario,
un caracol, un cráneo
y un gato en el alféizar
de otro espacio imantado.
De su costado izquierdo manan
un bosque en el invierno, una laguna
de lanzas azuladas, espigas o espadañas,
una flor, una barca, una bahía,
un búho con su reflejo, y el verde
junto al rosa, amaneciendo.

Aura violeta de la aurora,
vitral del escarchado vaho
en la premura inaugural,
en la prestancia plena de su albura,
déjame concordar
con los acordes del color,
con los tonos y alturas de sus notas,
cantar con la fe de su forma,
reproducir su ritmo, celebrando
la dicha de su transubstanciación,
ese arrobado amor que nos eleva
y nos reinventa y guía
en la alta promesa de cada día