Poetas

Poesía de Chile

Poemas de Francisco Véjar

Francisco Véjar (Viña del Mar, 14 de diciembre de 1967) es un poeta, antologador y crítico literario chileno.

Lo que olvidé antes de partir

Soy el doble que alguien ve en la multitud
a la hora del vértigo: peso y cielos desfallecientes.
Pero cualquier cosa es motivo de alborozo;
un payaso, un organillero, el crujido de una hoja,
cuando nos preguntamos para qué esperar tanto
si las nubes caen como fuegos artificiales
y yo, pantalones de pana y chaqueta de cuero,
en los bolsillos llevo un libro y una petaca
y sueño hundir mis suelas en la arena de la playa
tal si fuera el parque en donde ahora camino
entre el murmullo de un sin fin de personas
cuando Santiago de despoja de sus máscaras.

Cualquier cosa debería contentarnos;
el vapor de una taza de café,
los círculos imaginarios que haces volar en el aire,
una postal llegada desde Europa.
Este parque se parece a una ciudad cautivante
como si sus desperdicios se esfumaran ante tu mirada.
En tanto, dejas correr ríos sobre la mesa de algún restaurante.

Hay algo subterráneo en Santiago,
rostros inimaginables, muchachas rapadas, ciegos;
seres que como nosotros creen alejarse por un instante
del frío, del miedo y de la muerte.

Feriado

Te complace este desorden de papeles sobre la mesa,
libros en todas partes, mensajes sin contestar,
y el gato ante a la estufa. Te complace deambular
por calles calcáreas, de luz cenicienta
o ver al ciego comulgando en el mismo puesto de siempre:
todas calles y automóviles de una arquitectura imperfecta.
Te complace estar horas y horas sin hacer nada, pensando
que alguna vez entrarás a la rueda de la fortuna,
pero el porvenir sólo dura una semana
y en el Parque Forestal ves gente vagando
como si en cualquier momento se fueran a convertir en polvo.
Todo se repite: millares de rostros desconocidos
pasan frente a ti; una puerta se abre, otra se cierra.
Levantas la tapa del reloj para tocar la hora con el índice
y sabes que el porvenir dura sólo una semana,
lo que la puesta de sol en una terraza.

Cabaña

La nudosa madera de apariencia casi humana
posee un centenar de vidas inimaginables
donde las noches son blancas, como el oleaje marino.
Su presencia nos lleva de vuelta a lo real
y de noche cruje y se lamenta: ¿quién la hará revivir?
En su fisonomía nos aventuramos hacia otros destinos.

Frágil memoria de estos días huidizos
déjanos depositar en ti esta rara quietud
de estar una vez más envueltos en una misma piel.

Cita en el Pacífico Sur

Es bello flotar, así flotan los extraños objetos
que amanecen en las playas y que nadie reconoce.
¿Vienen de algún naufragio? Y qué importa, todos
venimos de algún naufragio aunque no lo sepamos.
Rosamel del Valle
El mar es nuestro refugio
En días de navegación por el Pacífico Sur
Ese curioso resplandor
Ha sido la única piedra filosofal que hemos llegado a poseer
Anoche la vaguada costera viajó con nosotros
Y todo parecía detenerse en ese instante
Tan claro como la luz de la luna
Plateando arena, mar y muelles
Una extraña ave vino a morir a nuestros pies
Mas sobrevivimos burlándonos de nosotros mismos
Y viendo pájaros acuáticos donde sólo había silencio
O poniendo libros sobre mesas de bares marítimos
En comunión con los demás
O con las discriminaciones silvestres a que incita el cielo
La brisa del mar insiste en desordenar el texto
Y repentinamente estas palabras
Relatan -es su derecho-
Lo que ellas son entre nosotros.

Capítulo de novela

Pertenezco también a esta ciudad,
creo en la ficción que encarna,
el sueño de alguien que no se reconoce
y se busca incesante en los espejos.
Pienso en lo que alimenta a estas calles
en el atardecer donde caminas,
única amiga de estos años reales,
al salir de un film que retrata
a dos trashumantes buscando empleo,
escribiendo absurdos sonetos
acerca de la risa que nos provoca un diálogo de sordos
o el viajar en un anacrónico Austin-Mini.
Pertenezco también a esta ciudad,
mas algo nos une y separa del abismo,
de cuartos vacíos y sombras
que se encuentran un instante
en lo que está más allá de nosotros.

Nada más que el tiempo suave de amar

Nada más que el tiempo suave de amar;
las preocupaciones disueltas en el océano
y la mudez de la arena en la playa.

Importan el tacto y la respiración.
La maldita llovizna que trata de borrar nuestras huellas.
La música de algunos jazzistas. Arena y vuelo.

Silenciosos y grandes como encinas

Silenciosos y grandes como encinas
caminamos a través de la tormenta
por sitios que cierran sus puertas
al alba.
La ciudad no es otra cosa
que el sonido del río o las líneas
que garabateamos en el primer trozo
de papel encontrado al azar.

Caminamos para saber lo que pasa
del otro lado de unas puertas,
para interpretar la mirada de los demás
e ingresar al inmenso oleaje de las cosas
como quien sobrevive luego de una guerra de cojines
al interior del amor filial. Plumas que semejan
a los pájaros de la fidelidad.
Nuestra virtud – por ahora- es saber reír.

Un ciego es nuestro Caronte
y nos habla de ciertos enigmas
entre el sonido de radios y volutas de humo.

Hay cierta pesadumbre en puertas y ventanas.
Hebras de sol empiezan a entrar en cuartos sin luz,
mientras miles de personas esperan abrir sus ojos
y abolir lo que es ajeno a ellos.

Estamos rodeados de una extraña intimidad.

Follaje de corales

Era el tipo de vida que anhelábamos.
Paraísos artificiales y café en la mañana.
La casa llena de luz.
Nosotros caminando por la playa.

Era el tipo de vida que anhelábamos
aunque temíamos la caída de la tarde
e ignorábamos el tiempo en Quintay.

Nuestra realidad vista a través de un ojo de buey,
acompañados por el vuelo de aves marinas.
Sólo nos faltó escuchar el paso de las nubes
deteniendo por un momento lo inasible.

La brisa del mar viajaba con nosotros.
El cielo solía cambiar de apariencia.
Los pelícanos desaparecían en las islas.

En la casa nos esperaba la vaga sombra de nuestros cuerpos,
la luna que llevabas de una a otra habitación.
Era el tipo de vida que anhelábamos
aunque temiéramos la caída de la tarde.

Ha muerto Joseph Brodsky

Ha muerto Joseph Brodsky
En nuestro barrio alguien tocaba un anacrónico piano de cola
Y se encendía la luz de melodías cansinas
Esos días no entran en el calendario
Y se mezclan como un ponche
Suave como el fluir de nuestra sangre
Pero no sólo ponche corre por las venas
En la calle las motocicletas pasan como avispas
Y una adolescente abandona su doble vida para volver a casa.
Ha muerto Joseph Brodsky y con él parte de las lecturas
Que hacíamos de sus poemas en veranos marítimos.
Ya no bastan sol, mar, ni luna
Y no vale la pena preguntarnos por el valor de la vida
Sólo queda vagabundear por calles y lugares donde nos gustaría
Hacer como tú una antología universal del amor
Para los amantes de hoteles de paso.
Queremos recordar estas palabras tuyas:
El día te va buscando en el armario una camisa
Ojalá llegue pronto el invierno y con la nieve cubra
Las ciudades los hombres sobre todo lo verde
Si de noche veo una estrella en el techo
Ella -según las leyes de combustión-
Me resbala por la mejilla hasta la almohada
Sin darme tiempo a pensar un deseo.

Reiterada lámina de álbum

Es grato caminar solo por la playa
y empaparse de los fraseos de Charles Mingus,
hundiendo el sol en cualquier bolsillo de la camisa,
con sólo desearlo. Un estilo de vida perdido
para algunos amigos de la ciudad. Me imagino,
a personajes como ellos, buscando su imagen frente al mar.

-En fin- es grato caminar para sólo ver el oleaje
y las rompientes y las huellas de las aves,
acompañado de un libro de Douglas Dunnn
y una luna recién inventada.

Fuga para contrabajo y saxo

Caminar, siempre caminar
como la que partió hacia otra parte
con un morral de planes e ilusiones,
dejando sin musa al soldado
sucio con saliva de palabras.

Nos parecemos a ella,
manchando de tinta los papeles,
empuñando algo en la despedida. Intentando
desbaratar el sentido de las horas.
Quizá porque nadie ha llegado a conocernos
y ese sea nuestro triunfo.

Cerca nuestro, objetos que callan y escuchan,
trozos de lunas que inventaba para seducirte,
casas deshabitadas y sin césped
en las que nos amábamos violando cerrojos.

Así como la vida, la fiesta siempre está en otro lugar;
tal vez en Edimburgo, Quintay o Valdivia
pero la llama que queda en nuestros ojos
nos acompaña
cuando partimos
y olvidamos
las fosas que se abren
cada día.

Habitar un país como tus ojos

Quiero vivir en un país como tus ojos
más nítido que las horas que el tiempo deshecha,
más lúcido y real.

Quiero habitar un país como tus ojos;
tu piel navegando en mi piel,
las coincidencias, la respiración,
las horas que sin saberlo se unen,
un bolero y el abrir y cerrar de puertas,
sabiendo que nuestro tema sigue siendo el viento.
Mas el lenguaje no basta, ni el fragmento de sol
que guardas en tu cuerpo para entregármelo
tras un ir y venir poblado de voces.

Desde las enrarecidas calles me haces señas
para que no ande a tientas,
ciego, borracho o como yo.

El aire de la mañana se suspende allá afuera.

Otra mirada del Metro

La sensación de escindirse en los subterráneos del Metro
o en el autobús que se precipita a lo ajeno
al escuchar la música de pasado mañana
o la sensación de enmudecer ante desconocidos
que caminan con paso áspero a la nada.

Arrojas todo lo ofrecido
al río que divide esta ciudad:

voces de terciopelo, viajes sin señas, diplomas
que terminaron en un tarro de basura. Niebla
entre la que te descubres vivo. La ciudad
se precipita a tus espaldas como el mar,
único espacio donde encuentras una parte del cosmos.

Fluvial

I

Volver
a delinear los lagos.

Volver
a los arcoiris
tremolados en otros arcoiris.

Volver
a mis fluviales alboradas.

II

Viajo con mi padre hacia el sur.

La carretera se funde ante mi vista
con su panorama de montañas y ríos.
Recuerdo hosterías donde el olor
a bosque ocupa todos los espacios.
Recuerdo aromas de cazuela haciendo
sentir la energía del campo.

En tanto continúo plasmando en el paisaje.
Siluetas de caballos quedan para siempre
en lo hondo de mi infancia.

Ahora la voz de mi padre irrumpe en las
líneas de este relato y me lleva a caminar
por sus lares.

Veo su cuerpo nadando.
Tendiendo una manzana fresca.
Enamorando mi mano desnuda.
Esparcido en esta hoja.

III

Mi padre
en su huerta rodeado
de albahacas.
Abriendo surcos
en la tierra.
Regando semillas en las meses.
Nutriéndome de poesía.

VI

Conversas en silencio.

Algo fluye
desde tus pupilas.

Tal vez
lo infinito de mi lenguaje.

X

Regresas con flancos
de agua.

Con retoños indescriptibles.

Con lo más adentro de mi adentro.

Con desnudo.

Ella es una vagabunda en el país del insomnio

Una vagabunda en el país del insomnio
sabe apenas el sonido de una palabra
que no alcanzamos a pronunciar:
las raíces de un árbol que no ha cumplido su edad.

Fulgor y vértigo se confunden en su rostro,
también el mar que nos hace existir.
A ella la enceguecen las nubes de neón
y abandona ebria a medianoche el círculo
oscuro de los hombres.

Bailé con ella,
escuchando en el silencio de la vida
aquel lugar no cifrado en mapas
mas es difícil recuperarla
pues el cielo se ve sólo una vez.

Defensa de los supuestos lugares comunes

Tal vez sea lugar común descifrar estas calles
con una máscara, unas monedas y algo de tiempo.
Tal vez sea lugar común decir una vez más que te amo
cuando las paredes de nuestro cuarto esperan la visita del sol
y los ojos se desprenden del peso de la noche
entre ceniceros, libros y carátulas desgastadas.

Tal vez todo sea necesario:
que la piel mude su tersura
o nuestra singular manera de vivir.

Pronto sabrás lo que no sabes
y para eso no será útil
ni el Tao, ni el I-Ching, ni el Tarot
(pero tal vez una hoja que pasa volando
sepa más de nosotros que nosotros mismos).

Al final la ciudad tendrá el mismo nombre
y todo se repetirá hasta el infinito.