Poetas

Poesía de España

Poemas de Gaspar Gil Polo

Gaspar Gil Polo, nacido en Valencia, España, alrededor de 1540, es una figura destacada en la literatura renacentista española. Además de su labor como escritor, también fue un reconocido jurista, desempeñando el cargo de notario y primer coadjutor de maestre racional del Reino de Valencia, un puesto otorgado por el rey Felipe II en 1572.

Su legado literario se caracteriza por su obra más conocida, «Diana enamorada» (1564), que se considera una continuación de la obra «Diana» del portugués Jorge de Montemayor. Esta novela pastoril se destacó por su hibridismo literario, combinando elementos pastoriles con aventuras bizantinas y poesía laudatoria. La obra fue rápidamente traducida a varios idiomas, incluyendo inglés, francés, alemán y latín, lo que demuestra su influencia y reconocimiento en toda Europa.

Gaspar Gil Polo fue un maestro de la poesía y se le atribuye la invención de lo que llamó «rima provenzal.» Sus versos son cultos y se distinguen por su dominio de la forma y el manejo de las estrofas. Su fama como poeta fue tal que el propio Miguel de Cervantes le dedicó una octava real en su obra «La Galatea,» un gesto de reconocimiento a su destreza literaria.

Aunque su legado poético es innegable, también se destacó como jurista y fue un hombre de confianza del rey Felipe II, quien lo designó comisario para la revisión de los derechos de cobro anual del rey en Cataluña. Sin embargo, su vida y obra están envueltas en misterio, ya que se desconoce la fecha exacta de su muerte, y existen especulaciones sobre las circunstancias de su fallecimiento.

La contribución de Gaspar Gil Polo a la literatura renacentista española es innegable, y su influencia se mantiene a lo largo de los siglos. Su obra sigue siendo objeto de estudio y admiración, y su poesía y prosa siguen siendo apreciadas por su calidad literaria y originalidad en la época del Renacimiento español.

No es ciego amor…

No es ciego Amor, mas yo lo soy, que guío
mi voluntad camino del tormento;
no es niño Amor, mas yo que en un momento
espero y tengo miedo, lloro y río.

Nombra llamas de amor es desvarío,
su fuego es el ardiente y vivo intento,
sus alas son mi altivo pensamiento,
y la esperanza vana en que me fío.

No tiene amor cadenas ni saetas
para aprender y herir libres y sanos,
que en él no hay más poder del que le damos.

Porque es Amor mentira de poetas,
sueño de locos, ídolo de vanos:
mirad qué negro Dios el que adoramos.

Canción de Nerea

En el campo venturoso,
donde con clara corriente
Guadalaviar hermoso
dejando el suelo abundoso
da tributo al mar potente;

Galatea, desdeñosa
del dolor que a Licio daña,
iba alegre y bulliciosa
por la ribera arenosa,
que el mar con sus ondas baña.

Entre la arena cogiendo
conchas y piedras pintadas,
muchos cantares diciendo
con el son del ronco estruendo
de las ondas alteradas.

Junto al agua se ponía,
y las ondas aguardaba,
y en verlas llegar huía,
pero a veces no podía
y el blanco pie se mojaba.

Licio, al cual en sufrimiento
amador ninguno iguala,
suspendió allí su tormento
mientras miraba el contento
de su pulida zagala.

Mas cotejando su mal
con el gozo que ella había,
el fatigado zagal
con voz amarga y mortal
de esta manera decía.

ninfa hermosa, no te vea
jugar con el mar horrendo,
y aunque más placer te sea,
huye del mar Galatea,
como estás de Licio huyendo.

Deja agora de jugar,
que me es dolor importuno;
no me hagas más penar,
que en verte cerca del mar
tengo celos de Neptuno.

Causa mi triste cuidado,
que á mi pensamiento crea
porque ya está averiguado
que si no es tu enamorado
lo será cuando te vea.

Y está cierto, porque Amor
sabe desde que me hirió
que para pena mayor
me falta un competidor
más poderoso que yo.

Deja la seca ribera
do está el agua infructuosa,
guarda que no salga fuera
alguna marina fiera
enroscada y escamosa.

Huye ya, y mira que siento
por ti dolores sobrados,
porque con doble tormento
celos me da tu contento
y tu peligro cuidados.

En verte regocijada
celos me hacen acordar
de Europa , ninfa preciada,
del toro blanco engañada
en la ribera del mar.

Y el ordinario cuidado
hace que piense contino
de aquel desdeñoso alnado
orilla el mar arrastrado,
visto aquel monstruo marino.

Mas no veo en ti temor
de congoja y pena tanta;
que bien sé por mi dolor,
que a quien no teme el amor
ningún peligro le espanta.

Guarte pues de un gran cuidado,
que el vengativo Cupido
viéndose menospreciado,
lo que no hace de grado
suele hacerlo de ofendido.

Ven conmigo al bosque ameno,
y al apacible sombrío
de olorosas flores lleno,
do en el día mas sereno
no es enojoso el estío.

Si el agua te es placentera,
hay allí fuente tan bella,
que para ser la primera
entre todas, solo espera,
que tú te laves en ella.

En aqueste raso suelo
a guardar tu hermosa cara
no basta sombrero o velo;
que estando al abierto cielo,
el sol morena te para.

No escuchas dulces concentos,
sino el espantoso estruendo,
con que los bravosos vientos
con soberbios movimientos
van las aguas revolviendo.

Y tras la fortuna fiera
son las vistas más suaves
ver llegar a la ribera
la destrozada madera
de las anegadas naves.

Ven a la dulce floresta,
do natura no fué escasa,
donde haciendo alegre fiesta
la más calurosa siesta
con más deleite se pasa.

Huye los soberbios mares,
ven, verás, como cantamos
tan deleitosos cantares
que los más duros pesares
suspendemos y engañamos;

y aunque quien pasa dolores
amor le fuerza a cantarlos,
yo haré que los pastores
no digan cantos de amores,
porque huelgues de escucharlos.

Allí, por bosques y prados,
podrás leer todas horas,
en mil robles señalados
los nombres más celebrados
de las ninfas y pastoras.

Más seráte cosa triste
ver tu nombre allí pintado,
en saber que escrita fuiste
por el que siempre tuviste
de tu memoria borrado.

Y aunque mucho estés airada,
no creo yo que te asombre
tanto el verte allí pintada,
como el ver que eres amada
del que allí escribió tu nombre.

No ser querida y amar
fuera triste desplacer;
más ¿qué tormento o pesar
te puede, ninfa, causar
ser querida y no querer?

Mas desprecia cuanto quieras
a tu pastor, Galatea;
sólo que en estas riberas
cerca de las ondas fieras
con mis ojos no te vea.

¿Qué pasatiempo mejor
orilla el mar puede hallarse
que escuchar el ruiseñor,
coger la olorosa flor
y en clara fuente lavarse?

Pluguiera a Dios que gozáras
de nuestro campo y ribera,
y porque más lo preciáras,
ojalá tú lo probáras,
antes que yo lo dijera.

Porque cuanto alabo aquí
de su crédito lo quito;
pues el contentarme a mí
bastara, para que ti
no te venga en apetito.

Licio mucho más le hablara,
y tenía más que hablalle,
si ella no se lo estorbára,
que con desdeñosa cara
al triste dice que calle.

Volvió a sus juegos la fiera
y a sus llantos el pastor;
y de la misma manera
ella queda en la ribera,
y él en su mismo dolor.

Cuando la brava ausencia un alma hiere…

Cuando la brava ausencia un alma hiere
se ceba, imaginando el pensamiento,
que el bien, que está más lejos, más contento
el corazón hará cuando viniere.

Remedio hay al dolor de quien tuviere
en esperanza puesto el fundamento,
que al fin tiene algún premio del tormento
o al menos en su amor contento muere.

Mil penas con un gozo se descuentan,
y mil reproches ásperos que vengan
con solo ver la angélica hermosura.

Mas cuando celos la ánima atormentan,
aunque después mil vienes sobrevengan,
se tornan rabia, pena y amargura.

Quien libre está

Quien libre está, no viva descuidado,
que en un instante puede estar cautivo,
y el corazón helado y mas esquivo
tema de estar en llamas abrasado.

Con la alma del soberbio y elevado
tan áspero es Amor y vengativo,
que quién si él presume de estar vivo,
por él con muerte queda atormentado.

Amor, que a ser cautivo me condenas,
Amor, que enciendes fuegos tan mortales,
tú que mi vida afliges y maltratas:

maldigo desde ahora tus cadenas,
tus llamas y tus flechas, con las cuales
me prendes, me consumes, y me matas.

Morir debiera sin verte

Morir debiera sin verte,
Hermosísima pastora,
Pues que osé tan sola una hora
Estar vivo y no quererte.

De un dichoso amor gozára,
Dejado el tormento aparte,
Si en acordarme de amarte
De mi olvido me olvidára.

Que de morirme y perderte,
Tengo recelo, pastora,
Pues que osé tan sola una hora
Estar vivo y no quererte.

Después que mal me quisiste

Despues que mal me quisiste
Nunca mas me quise bien,
Por no querer bien á quien
Vos, señora, aborreciste.

Si cuando os miré no os viera,
Ó cuando os ví no os amára,
Ni yo muriendo viviera
Ni viviendo os enojára:

Mas bien es que angustias tristes
Penosa vida me den,
Que cualquier mal le está bien
Al que vos mal le quisistes.

Sepultado en vuestro olvido
Tengo la muerte presente,
De mí mesmo aborrecido,
Y de vos y de la gente:

Siempre contento me vistes
Con vuestro airado desden,
Aunque nunca tuve bien
Despues que mal me quisistes.